Y aquí tenemos una nueva actualización. Ya llevamos unas cuarenta y cuatro páginas de novela (folios), así que la cosa avanza y sigo teniendo "colchón" ya que la historia está a punto de alcanzar las 100 páginas. ¡Muchas gracias por el apoyo recibido!
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ENTREVISTA AL
CONCURSANTE MASCULINO #2: JOAQUÍN ARNAL
Joaquín Arnal es un
muchacho fuerte, de nariz aguileña, que pasa la mayor parte del día
en el gimnasio y que, a pesar de tener todas las aptitudes físicas
para convertirse en un ganador, no ha destacado en las apuestas
debido a que es parco en palabras. Como él mismo dice durante la
entrevista con Ray Sapkowski, no se le da muy bien hablar. Contesta a
las preguntas del presentador sin extenderse demasiado, y todo en él
parece agresivo, a excepción de su pelo despeinado, que le da cierto
toque cómico. Un pendiente de diamante reluce en su oreja derecha.
-¿Qué razones te
han impulsado a participar en este concurso?
-Necesito el dinero.
-No
cabe duda de ello. Hace muy poco
que
terminó el juicio donde te han condenado a pagar una indemnización
de 3500€ a un muchacho al que, por lo visto, propinaste una paliza.
¿Eres propenso a la violencia?
-Ese
gilipollas tocó a mi chica. Era un idiota que estaba bebido y que
quería pasarse de listo, así que lo cogí del cuello, lo arrastré
fuera del bar y arreglé las cosas con él como había que hacerlo.
Por supuesto, una vez estuvo en la calle ya no era tan gallito. (Se
inclina hacia delante) No
soy propenso a la violencia, pero no permito que se rían de mí.
-Entonces, ¿estás
aquí para pagar esa indemnización?
-Cuando gane el
concurso, 3500€ me parecerán calderilla. Estoy aquí por el
dinero. Pagaré a ese idiota sus daños y luego, si me da la gana,
volveré a partirle la cara y le volveré a pagar. Pero me interesan
otras cosas. Un coche enorme y una casa gigantesca, en la mejor zona
de la ciudad. Me he cansado de los barrios.
-¿Y qué estás
dispuesto a hacer para ganar?
-Lo que haga falta, Ray.
Lo que haga falta. Además, tengo suerte. Hace mucho que no me hablo
con mi familia, así que no va a haber ninguna persona que pueda
echarme algo en cara cuando salga de aquí. No tengo que responder
ante nadie.
-¿Y tu chica?
-Era una zorra barata.
La dejé la misma noche de la paliza.
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En la buhardilla de la
casa más grande de la isla, las velas proyectaban una danza de luces
y sombras sobre las mugrientas paredes surcadas de lágrimas de
humedad. No es que fuera un lugar muy elegante, aunque Víctor Valera
había sospechado, desde el primer momento, que la isla donde tendría
lugar el concurso no estaría llena, precisamente, de lujos y
ornamentos. En los rincones se acumulaba la suciedad, el suelo de
madera estaba podrido y los asientos donde él, Miguel Batanero y dos
concursantes, Héctor Carballo y Joaquín Arnal, estaban acomodados,
crujían bajo su peso. Había cajas de cartón húmedas por doquier,
muebles estropeados que creaban grotescas siluetas en la penumbra,
cacharros viejos y papel de periódico amarillento y crujiente.
Aunque había una ventana en el tejado, ésta estaba tan sucia que
apenas permitía el paso a la luz del sol.
Miguel Batanero se había
sentado en un sillón gris y remendado y estaba prácticamente
tumbado, con una pierna sobre uno de los apoyabrazos, el codo hincado
en el otro y la barbilla reposando en su mano. Con la otra pierna
pateaba ligeramente el suelo, pensativo. Víctor lo contempló,
admirado. Si había un ganador tenía que ser él, y si Víctor había
aprendido algo a lo largo de su vida era que más valía cobijarse a
las sombras de quienes eran capaces de vencer. Además, Batanero no
sólo era una mole de músculo y de rabia contenida; también era un
cabrón muy astuto. Nada más apoderarse de la casa la había
registrado de arriba abajo, y los tesoros que había encontrado
estaban amontonados junto a su bota. Había cuchillos y tenedores que
reflejaban la luz de las velas, un atizador de la chimenea cubierto
por un capa de hollín, un hacha mellada por el uso y unas tijeras de
podar. Pero el objeto más preciado, una escopeta de caza de doble
cañón y su caja de cartuchos, descansaba apoyado en un lateral del
sillón. Miguel Batanero parecía el Rey del Paraíso de la Suciedad,
y aquel era su cetro.
-Me preocupa lo que ha
ocurrido esta mañana – dijo, con voz grave -. Tanto o más que la
muerte de ese imbécil de Gabriel. La gente está perdiendo el
control y volviéndose violenta antes de tiempo – se llevó el dedo
índice a las tres líneas rojas que cruzaban su mejilla, fruto de la
bofetada de esa puta tetuda de Laura Badal -. Y aún nos quedan seis
meses de estar aislados del resto del mundo, así que esto puede
acabar convertido en una anarquía salvaje y descontrolada donde la
gente se comporte como animales.
-¿Quieres que nos
carguemos a esos idiotas de las escuelas? - preguntó Héctor
Carballo. A ojos de Víctor, ni él ni Joaquín se diferenciaban lo
más mínimo. Dos chicos fuertes que, a diferencia de Batanero, no
tenían ni pizca de cerebro. Simples guardaespaldas, marionetas que
Miguel utilizaría para conseguir sus propósitos. Seguramente Víctor
también pudiera acabar controlándolos, aunque la gente como esa no
solía acatar órdenes de un muchacho escuálido y asustadizo como
él.
-Quiero cargármelos,
claro que sí, pero la tal Verónica ha complicado mucho las cosas –
gruñó Miguel, cambiando de posición. Apoyó ambas botas en el
suelo y con una mano empezó a acariciar el cañón de su escopeta -.
He establecido unas normas para demostrar quién manda aquí. Si
ahora las rompo, perderé credibilidad. Perderemos credibilidad –
matizó -. Y entonces la gente podría volverse contra nosotros. Y
aunque el resto de los concursantes no tienen muchas luces, una
muchedumbre enfurecida nos causaría muchos problemas.
-¿Qué hacemos
entonces? - preguntó Joaquín, como un bobalicón.
-Ya buscaré la manera
de joder a ese grupo personalmente. Así nos aseguraremos de que no
hagan piña en las votaciones para tocarnos los huevos y que la gente
no se una a ellos pensando que son un núcleo fuerte como nosotros –
arrastró la escopeta hasta situarla entre sus piernas y empezó a
hacerla girar muy despacio, mientras acercaba los labios al
reluciente cañón, como si fuese a besar a una amante -. Nuestra
prioridad es mantener el orden.
-Podríamos formar un
equipo de seguridad – dijo Víctor.
Todos
lo miraron. Joaquín y Héctor le dedicaron muecas de incomprensión,
como si estuviese hablando un idiota, y Valera casi pudo descifrar
sus miradas. ¿Qué
mierda haces tú aquí, enclenque?,
decían. Pero estaba más que acostumbrado a las miradas despectivas.
<<No pasa nada, cabrones. Algún día estaré por encima de
vosotros y tendréis que besarme los pies. Habéis nacido para eso>>.
Sin embargo, Miguel
Batanero le miraba con curiosidad.
-Explícate.
-Hay muchas personas que
van por libre y que pueden enloquecer en cualquier momento. Otros
grupos, como el de esta mañana o las niñas del faro, que podrían
causar problemas. En general, hay concursantes dispersos cuyas
intenciones desconocemos y que sería mucho mejor mantener
controlados. Con la excusa de que lo hacemos para proteger a los
demás del peligro que representan, podríamos formar algo parecido a
una policía encargada de mantener el orden. Que cada día patrullen
la isla, comprueben donde se encuentra cada persona y, si descubren a
alguien incumpliendo nuestras normas, lo traigan aquí para impartir
justicia.
-Eso es una cho... -
empezó Héctor.
-Cállate – lo
interrumpió Miguel, y Víctor no pudo reprimir una sonrisa triunfal
-. Sigue. Me interesa lo que estás diciendo.
-Si protegemos a los
demás, nos aceptarán como sus protectores y podremos tomarnos
ciertas libertades. Como dificultar las cosas a aquellos que nos
planten cara. Podemos hostigar y desmoralizar a los imbéciles de las
escuelas una vez que tengamos asegurado el respeto de los demás. Y
si conseguimos que nuestras normas sean acatadas, llegaremos al final
de este concurso sin incidentes.
-¿Y quién formaría
esa policía? - preguntó Joaquín.
-Vosotros dos – dijo
Miguel -. Os respetarán lo suficiente como para tragarse sus quejas
cuando empecéis con vuestras rondas. Y también se lo podríamos
proponer al jugador de rugby, Escribano. Pero no nos vale con fuerza
bruta – clavó sus ojos en Víctor -. Tú te encargarás de
dirigirlos, ya que la idea ha sido tuya. Traza las rutas, decide qué
personas son peligrosas y, a partir de mañana, empieza a rondar por
la isla. Pero no la cagues.
-Claro que no, Miguel.
-¿Por qué tiene que
ser él quien nos dirija? - quiso saber Héctor.
-Porque tiene mejores
ideas en diez minutos que vosotros en el resto de vuestra vida.
¿Tenéis algo en contra de lo que he dicho?
Silencio.
-Bien. Mientras tanto ya
se me ocurrirá alguna manera de mermar a ese grupillo engreído. No
tienen ni idea de con quién se han metido y habrá que darles una
lección, aunque sea a espaldas del resto de concursantes.
Víctor
pensó en el grupillo
engreído,
pero sobre todo pensó en Laura Badal. En sus grandes ojos verdes y
en su enorme delantera, en esa cara de niña buena que, fantaseó,
escondía mil perversiones. De pronto le invadió la súbita
necesidad de tirar de su pelo castaño y dejar al descubierto su
cuello, de deslizar una mano hacia su trasero y apretarlo entre sus
dedos. La imaginó jadeando junto a su oído, todo su cuerpo
moviéndose mientras él... Sacudió la cabeza. Siempre se había
considerado un maníaco sexual; no es que tuviera muchas
oportunidades de sacar a volar el pajarraco, pero desde crío había
descubierto siempre los resquicios que le permitían ver el vestuario
de las chicas.
-¿Qué es lo que hizo
esa puta? - preguntó, sin ser consciente de que lo hacía. La propia
excitación que se había apoderado de él escupió esas palabras
mientras se pasaba la lengua por la parte interior de los labios.
-¿Qué? - Miguel enarcó
una ceja, sin enteder.
-La zorra tetuda esa,
Laura Badal. Antes, en el pozo, dijiste que tenía cierta tendencia a
apuñalar por la espalda. Y, visto lo que te ha hecho en la cara,
parece que no quería que siguieras hablando.
Miguel Batanero rió con
tanta fuerza que los músculos de su cuello se hincharon.
-¿Te interesa saber que
se esconde detrás de esa mosquita muerta, Víctor? - volvió a reír
-. Íbamos al mismo colegio. Por aquella época yo estuve saliendo
con una amiga suya, una chiflada posesiva y celosa con cierta
tendencia a echarse a llorar en cualquier momento. Creo que era su
mejor amiga, de hecho. Pero eso no le importó mucho a Laura cuando
me la tiré. La primera vez fue en el cumpleaños de mi por aquel
entonces novia. La muy tarada se emborrachó tanto que se quedó
dormida y yo me tiré a Laura en la habitación de al lado. Luego lo
volvimos a hacer tres o cuatro veces más – le guiñó un ojo -, y
pasada esa noche repetimos hasta que perdí la cuenta. Es una zorra
con todas las de la ley, nunca se queda satisfecha, y cuando su
amiguita se enteró todos la tacharon de lo que era y se quedó sola.
Intentó culparme a mí, y seguramente desde entonces me odia pero,
joder, cómo se movía. Espero tirármela antes de que este concurso
acabe.
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