domingo, 1 de diciembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Novena Actualización



Y aquí tenemos una nueva actualización. Ya llevamos unas cuarenta y cuatro páginas de novela (folios), así que la cosa avanza y sigo teniendo "colchón" ya que la historia está a punto de alcanzar las 100 páginas. ¡Muchas gracias por el apoyo recibido!

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ENTREVISTA AL CONCURSANTE MASCULINO #2: JOAQUÍN ARNAL

Joaquín Arnal es un muchacho fuerte, de nariz aguileña, que pasa la mayor parte del día en el gimnasio y que, a pesar de tener todas las aptitudes físicas para convertirse en un ganador, no ha destacado en las apuestas debido a que es parco en palabras. Como él mismo dice durante la entrevista con Ray Sapkowski, no se le da muy bien hablar. Contesta a las preguntas del presentador sin extenderse demasiado, y todo en él parece agresivo, a excepción de su pelo despeinado, que le da cierto toque cómico. Un pendiente de diamante reluce en su oreja derecha.

-¿Qué razones te han impulsado a participar en este concurso?
-Necesito el dinero.
-No cabe duda de ello. Hace muy poco que terminó el juicio donde te han condenado a pagar una indemnización de 3500€ a un muchacho al que, por lo visto, propinaste una paliza. ¿Eres propenso a la violencia?
-Ese gilipollas tocó a mi chica. Era un idiota que estaba bebido y que quería pasarse de listo, así que lo cogí del cuello, lo arrastré fuera del bar y arreglé las cosas con él como había que hacerlo. Por supuesto, una vez estuvo en la calle ya no era tan gallito. (Se inclina hacia delante) No soy propenso a la violencia, pero no permito que se rían de mí.
-Entonces, ¿estás aquí para pagar esa indemnización?
-Cuando gane el concurso, 3500€ me parecerán calderilla. Estoy aquí por el dinero. Pagaré a ese idiota sus daños y luego, si me da la gana, volveré a partirle la cara y le volveré a pagar. Pero me interesan otras cosas. Un coche enorme y una casa gigantesca, en la mejor zona de la ciudad. Me he cansado de los barrios.
-¿Y qué estás dispuesto a hacer para ganar?
-Lo que haga falta, Ray. Lo que haga falta. Además, tengo suerte. Hace mucho que no me hablo con mi familia, así que no va a haber ninguna persona que pueda echarme algo en cara cuando salga de aquí. No tengo que responder ante nadie.
-¿Y tu chica?
-Era una zorra barata. La dejé la misma noche de la paliza.

5

En la buhardilla de la casa más grande de la isla, las velas proyectaban una danza de luces y sombras sobre las mugrientas paredes surcadas de lágrimas de humedad. No es que fuera un lugar muy elegante, aunque Víctor Valera había sospechado, desde el primer momento, que la isla donde tendría lugar el concurso no estaría llena, precisamente, de lujos y ornamentos. En los rincones se acumulaba la suciedad, el suelo de madera estaba podrido y los asientos donde él, Miguel Batanero y dos concursantes, Héctor Carballo y Joaquín Arnal, estaban acomodados, crujían bajo su peso. Había cajas de cartón húmedas por doquier, muebles estropeados que creaban grotescas siluetas en la penumbra, cacharros viejos y papel de periódico amarillento y crujiente. Aunque había una ventana en el tejado, ésta estaba tan sucia que apenas permitía el paso a la luz del sol.
Miguel Batanero se había sentado en un sillón gris y remendado y estaba prácticamente tumbado, con una pierna sobre uno de los apoyabrazos, el codo hincado en el otro y la barbilla reposando en su mano. Con la otra pierna pateaba ligeramente el suelo, pensativo. Víctor lo contempló, admirado. Si había un ganador tenía que ser él, y si Víctor había aprendido algo a lo largo de su vida era que más valía cobijarse a las sombras de quienes eran capaces de vencer. Además, Batanero no sólo era una mole de músculo y de rabia contenida; también era un cabrón muy astuto. Nada más apoderarse de la casa la había registrado de arriba abajo, y los tesoros que había encontrado estaban amontonados junto a su bota. Había cuchillos y tenedores que reflejaban la luz de las velas, un atizador de la chimenea cubierto por un capa de hollín, un hacha mellada por el uso y unas tijeras de podar. Pero el objeto más preciado, una escopeta de caza de doble cañón y su caja de cartuchos, descansaba apoyado en un lateral del sillón. Miguel Batanero parecía el Rey del Paraíso de la Suciedad, y aquel era su cetro.
-Me preocupa lo que ha ocurrido esta mañana – dijo, con voz grave -. Tanto o más que la muerte de ese imbécil de Gabriel. La gente está perdiendo el control y volviéndose violenta antes de tiempo – se llevó el dedo índice a las tres líneas rojas que cruzaban su mejilla, fruto de la bofetada de esa puta tetuda de Laura Badal -. Y aún nos quedan seis meses de estar aislados del resto del mundo, así que esto puede acabar convertido en una anarquía salvaje y descontrolada donde la gente se comporte como animales.
-¿Quieres que nos carguemos a esos idiotas de las escuelas? - preguntó Héctor Carballo. A ojos de Víctor, ni él ni Joaquín se diferenciaban lo más mínimo. Dos chicos fuertes que, a diferencia de Batanero, no tenían ni pizca de cerebro. Simples guardaespaldas, marionetas que Miguel utilizaría para conseguir sus propósitos. Seguramente Víctor también pudiera acabar controlándolos, aunque la gente como esa no solía acatar órdenes de un muchacho escuálido y asustadizo como él.
-Quiero cargármelos, claro que sí, pero la tal Verónica ha complicado mucho las cosas – gruñó Miguel, cambiando de posición. Apoyó ambas botas en el suelo y con una mano empezó a acariciar el cañón de su escopeta -. He establecido unas normas para demostrar quién manda aquí. Si ahora las rompo, perderé credibilidad. Perderemos credibilidad – matizó -. Y entonces la gente podría volverse contra nosotros. Y aunque el resto de los concursantes no tienen muchas luces, una muchedumbre enfurecida nos causaría muchos problemas.
-¿Qué hacemos entonces? - preguntó Joaquín, como un bobalicón.
-Ya buscaré la manera de joder a ese grupo personalmente. Así nos aseguraremos de que no hagan piña en las votaciones para tocarnos los huevos y que la gente no se una a ellos pensando que son un núcleo fuerte como nosotros – arrastró la escopeta hasta situarla entre sus piernas y empezó a hacerla girar muy despacio, mientras acercaba los labios al reluciente cañón, como si fuese a besar a una amante -. Nuestra prioridad es mantener el orden.
-Podríamos formar un equipo de seguridad – dijo Víctor.
Todos lo miraron. Joaquín y Héctor le dedicaron muecas de incomprensión, como si estuviese hablando un idiota, y Valera casi pudo descifrar sus miradas. ¿Qué mierda haces tú aquí, enclenque?, decían. Pero estaba más que acostumbrado a las miradas despectivas. <<No pasa nada, cabrones. Algún día estaré por encima de vosotros y tendréis que besarme los pies. Habéis nacido para eso>>.
Sin embargo, Miguel Batanero le miraba con curiosidad.
-Explícate.
-Hay muchas personas que van por libre y que pueden enloquecer en cualquier momento. Otros grupos, como el de esta mañana o las niñas del faro, que podrían causar problemas. En general, hay concursantes dispersos cuyas intenciones desconocemos y que sería mucho mejor mantener controlados. Con la excusa de que lo hacemos para proteger a los demás del peligro que representan, podríamos formar algo parecido a una policía encargada de mantener el orden. Que cada día patrullen la isla, comprueben donde se encuentra cada persona y, si descubren a alguien incumpliendo nuestras normas, lo traigan aquí para impartir justicia.
-Eso es una cho... - empezó Héctor.
-Cállate – lo interrumpió Miguel, y Víctor no pudo reprimir una sonrisa triunfal -. Sigue. Me interesa lo que estás diciendo.
-Si protegemos a los demás, nos aceptarán como sus protectores y podremos tomarnos ciertas libertades. Como dificultar las cosas a aquellos que nos planten cara. Podemos hostigar y desmoralizar a los imbéciles de las escuelas una vez que tengamos asegurado el respeto de los demás. Y si conseguimos que nuestras normas sean acatadas, llegaremos al final de este concurso sin incidentes.
-¿Y quién formaría esa policía? - preguntó Joaquín.
-Vosotros dos – dijo Miguel -. Os respetarán lo suficiente como para tragarse sus quejas cuando empecéis con vuestras rondas. Y también se lo podríamos proponer al jugador de rugby, Escribano. Pero no nos vale con fuerza bruta – clavó sus ojos en Víctor -. Tú te encargarás de dirigirlos, ya que la idea ha sido tuya. Traza las rutas, decide qué personas son peligrosas y, a partir de mañana, empieza a rondar por la isla. Pero no la cagues.
-Claro que no, Miguel.
-¿Por qué tiene que ser él quien nos dirija? - quiso saber Héctor.
-Porque tiene mejores ideas en diez minutos que vosotros en el resto de vuestra vida. ¿Tenéis algo en contra de lo que he dicho?
Silencio.
-Bien. Mientras tanto ya se me ocurrirá alguna manera de mermar a ese grupillo engreído. No tienen ni idea de con quién se han metido y habrá que darles una lección, aunque sea a espaldas del resto de concursantes.
Víctor pensó en el grupillo engreído, pero sobre todo pensó en Laura Badal. En sus grandes ojos verdes y en su enorme delantera, en esa cara de niña buena que, fantaseó, escondía mil perversiones. De pronto le invadió la súbita necesidad de tirar de su pelo castaño y dejar al descubierto su cuello, de deslizar una mano hacia su trasero y apretarlo entre sus dedos. La imaginó jadeando junto a su oído, todo su cuerpo moviéndose mientras él... Sacudió la cabeza. Siempre se había considerado un maníaco sexual; no es que tuviera muchas oportunidades de sacar a volar el pajarraco, pero desde crío había descubierto siempre los resquicios que le permitían ver el vestuario de las chicas.
-¿Qué es lo que hizo esa puta? - preguntó, sin ser consciente de que lo hacía. La propia excitación que se había apoderado de él escupió esas palabras mientras se pasaba la lengua por la parte interior de los labios.
-¿Qué? - Miguel enarcó una ceja, sin enteder.
-La zorra tetuda esa, Laura Badal. Antes, en el pozo, dijiste que tenía cierta tendencia a apuñalar por la espalda. Y, visto lo que te ha hecho en la cara, parece que no quería que siguieras hablando.
Miguel Batanero rió con tanta fuerza que los músculos de su cuello se hincharon.
-¿Te interesa saber que se esconde detrás de esa mosquita muerta, Víctor? - volvió a reír -. Íbamos al mismo colegio. Por aquella época yo estuve saliendo con una amiga suya, una chiflada posesiva y celosa con cierta tendencia a echarse a llorar en cualquier momento. Creo que era su mejor amiga, de hecho. Pero eso no le importó mucho a Laura cuando me la tiré. La primera vez fue en el cumpleaños de mi por aquel entonces novia. La muy tarada se emborrachó tanto que se quedó dormida y yo me tiré a Laura en la habitación de al lado. Luego lo volvimos a hacer tres o cuatro veces más – le guiñó un ojo -, y pasada esa noche repetimos hasta que perdí la cuenta. Es una zorra con todas las de la ley, nunca se queda satisfecha, y cuando su amiguita se enteró todos la tacharon de lo que era y se quedó sola. Intentó culparme a mí, y seguramente desde entonces me odia pero, joder, cómo se movía. Espero tirármela antes de que este concurso acabe.

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