viernes, 29 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Octava Actualización



3

Aquella se convirtió en una mañana tan interminable como calurosa. Parecía que alguien hubiera encendido un horno descomunal en la isla para poner al punto a sus concursantes y el sol era un ojo ardiente allá en lo alto que los observaba implacable. Arturo, sentado en los escalones de entrada a las escuelas, tenía el gorro de lana colgando entre las piernas y se lo pasaba de una mano a otro y lo retorcía, pensativo.
Habían explicado al resto del grupo lo ocurrido junto al pozo y, aunque Abdel intentó distraerlos haciendo bromas y quitándole importancia, no cabía duda de que todos estaban preocupados. Pablo había propuesto inspeccionar las casas en ruinas cercanas para hacerse con un arsenal de herramientas que pudieran utilizar para defenderse y todos, excepto Arturo, se habían apuntado a la tarea para mantener la cabeza en otro sitio que no fuera su estómago. El hambre empezaba a hacer mella. Arturo había pasado días sin comer antes de entrar en el concurso, o devorando apenas una pieza de fruta y un poco de pan, pero aquello era mucho peor porque sabía que no tendría nada que llevarse a la boca en los próximos días. Sentía un hormigueo en el estómago y, de tanto en tanto, éste se extendía como un escalofrío por todo su cuerpo. Pronto empezaría a sentirse débil, como los demás, y al final todos acabarían convertidos en prisioneros de un campo de concentración, acechados por caníbales.
<<Quizá no tenga que preocuparme demasiado>>, pensó. <<Tal vez dentro de una semana me voten para convertirme en el aperitivo del resto de los concursantes>>.
Tenía claro que, si eso ocurría, iba a luchar. El sistema de Miguel Batanero era una forma de mantener algo parecido a una civilización organizada, sí, pero sin duda esas votaciones estarían amañadas. Miguel compraría votos con amenazas, promesas y mentiras, como un político de verdad, y si alguien cometía el error de escribir su nombre, sufriría las consecuencias. Así que Arturo no iba a consentir que su final llegara a causa de una argucia de esa mole de músculos descerebrada y sociópata.
Vio llegar por el sendero a Pablo y a Arkaitz. El futuro escritor cargaba con una caja de herramientas gris manchada de óxido. Se pararon junto a él y Pablo depositó la caja sobre uno de los escalones, mientras dejaba escapar una bocanada de aire.
-¿Qué habéis encontrado? - preguntó Arturo, sin mirar a Arkaitz. Era muy consciente de que el muchacho no tenía la culpa de nada, pero él necesitaba acusar a alguien de su ahora precaria situación para no sentirse como un imbécil.
-Polvo, sobre todo, pero eso lo hemos dejado en los rincones. Hay un martillo, clavos, destornilladores, piezas de chatarra... - Pablo se encogió de hombros -. No es gran cosa pero al menos servirá para no ir desarmados.
-Hemos pensado que es mejor que ninguno de nosotros salga solo de las escuelas. Sea para ir a coger agua o simplemente para estirar las piernas, deberíamos ir siempre acompañados de otra persona. Por si acaso.
Arturo lo miró fugazmente y a punto estuvo de no responder, pero tampoco quería comportarse como un crío.
-Es una buena idea. Oye, Pablo, ¿te importa darme uno de tus cigarros?
-No hay problema.
Su compañero le dio uno, se puso otro en la boca y encendió ambos. Luego se sentó a su lado y Arkaitz permaneció de pie, con las manos en los bolsillos, mirando entre los árboles mientras sus compañeros fumaban. Al cabo de unos minutos volvió ligeramente la cabeza hacia Arturo.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Creí que te había pedido que no me dirigieras la palabra.
-Pero como ya lo he hecho y ambos seguimos aquí, he pensado que podría permitirme este atrevimiento.
Las comisuras de los labios de Arturo se tensaron, formando algo parecido a una sonrisa.
-¿Qué quieres saber?
-Dijiste que tenías más razones que nadie para salir de este concurso con vida. Quería saber si era una frase hecha o si realmente hay una historia detrás de esas palabras.
-¿Y por qué te importa?
-Primero, porque me has salvado la vida y, segundo, porque creo que prefiero ese tema de conversación a hablar de todos los platos deliciosos que nos comeríamos en este momento. Pero no tienes por qué contestar si no quieres.
Arturo se tomó su tiempo. No sólo porque quería hacerse de rogar, sino también porque debía dar forma a los pensamientos embrollados que bailaban dentro de su cabeza. Dejó que el humo invadiera sus pulmones y lo dejó escapar en una retorcida serpiente grisácea que voló hacia el sol.
-¿Tienes novia, Arkaitz? - preguntó.
-¿A qué viene eso?
-Vamos a darle a Pablo algo sobre lo que escribir. ¿Tienes, has tenido, tendrás novia? ¿Hay alguna chica que sea especial para ti?
-Hubo una chica. Hasta hace un par de meses.
-¿Qué ocurrió? - preguntó Arturo, levantando la cabeza hacia él.
-Era una coreana de viaje en España, así que estuvo un mes aquí y después se marchó.
-¿No me jodas que estás aquí para conseguir dinero e ir a buscarla? - soltó Arturo, y la idea le hizo reír con ganas.
Arkaitz negó con la cabeza.
-No, no. Lo pasamos bien; estábamos muy enamorados – pronunció la palabra con cierta sorna, como si no pudiera ser real -, nos entendíamos a pesar de que su manejo del español era terrible y el mío del coreano, inexistente, y nos gustaba ir al cine juntos, tumbarnos en el parque y buscar sitios privados donde pudiéramos sobarnos a gusto. Pero soy muy consciente de que todas esas tonterías románticas, aunque existen, sólo duran breves períodos de tiempo. Fue intenso porque iba a terminar, seguramente si la cosa hubiera durado más tiempo habríamos acabado tirándonos los trastos a la cabeza, ella odiando que siempre lleve pantalones cortos y yo detestando su mirada de ojos rasgados.
-Yo tengo una chica esperándome para cuando salga de este concurso – dijo Arturo, dándole un par de golpecitos al cigarro para que cayera la ceniza.
Arkaitz sonrió e intercambió una mirada cómplice con Pablo.
-¿Y la amas, Arturo? ¿Vas al parque a rodar abrazado a ella por las colinas y luego le pides, como un caballero, que te permita meterle mano?
-Estamos casados.
Las palabras causaron el efecto que Arturo buscaba. Los dos muchachos enmudecieron de repente y se lo quedaron mirando sin saber muy bien qué decir. Al final, fue Pablo quien consiguió articular:
-Pero... ¿cuántos años tienes?
-Veintidós.
-¿Y ya estás casado?
-Es una historia un poco larga, aunque puedo resumirla si quieres. Además, el escritor eres tú, así que te dejo encargado de los detalles si al final consigues escribir tu novela – arrojó el cigarrillo al sendero y volvió a enredar sus dedos con el gorro de lana -. Me casé un par de años, pero conocía a Sonia desde los dieciséis. Sonia es mi chica. Mi mujer – sonrió como un idiota y deseó que las cámaras no hubieran captado ese momento -. Es pelirroja, con el pelo hasta la cintura y, joder, no es por presumir pero dudo mucho que haya alguien como ella en todo el mundo.
>>Nos escapamos de casa a los dieciocho. En realidad, yo llevaba toda mi vida con un pie fuera, porque mi madre está como una puta cabra y la convivencia ahí era insoportable pero, todo hay que decirlo, su familia era aún peor. Su padre era un cerdo machista tarado y agresivo que le hacía la vida imposible, así que cuando ella no aguantó más, le robé el coche a mi madre y me presenté en su puerta para que se escapara conmigo. Y, dentro de lo que cabe, nos fue bien.
Ninguno de sus compañeros respondió. Le escuchaban con atención.
-Primero alquilamos una habitación en un piso bastante grande pero no aguantamos mucho porque el propietario era muy parecido al padre de Sonia. Y desde entonces fuimos vagando de un sitio para otro, trabajando ahí donde hubiera algo de curro y consiguiendo llegar a duras penas hasta fin de mes. Había días que no teníamos nada que llevarnos a la boca, y dormíamos en cuchitriles pero, qué coño, estábamos felices. Felices porque, querido Arkaitz, el tiempo de revolcarnos por el parque, cogernos de la mano y mirar las estrellas nos duró mucho más de lo que es habitual en otras personas. Y al cabo de dos años decidimos casarnos...
-¿No es un poco precipitado? - intervino Pablo.
Arturo se llevó su cantimplora a los labios y bebió un largo trago. Luego se secó la boca con el dorso de la mano.
-No fue tanto una exaltación de amor irrefrenable como una simple cuestión económica. Nos venía mejor estar casados, por las ayudas y los impuestos y esas cosas... Además, fue mediante juzgado, sin celebraciones ni nada. Ni siquiera invitamos a nuestras familias y dudo mucho que se hayan enterado a no ser que estén viendo este concurso de mierda.
-¿Y por qué coño decidiste participar aquí? - inquirió Arkaitz -. ¿Sabes lo que te estás jugando? Hay una posibilidad muy grande de que no seas un ganador, porque cualquier noche algún hijo de perra puede apuñalarte por la espalda. ¿Por qué dejaste a tu chica ahí fuera y te metiste en este juego de locos?
-Me gusta haber captado tu interés, Arkaitz. Lo que no me gusta es adelantar acontecimientos pero, ya que te has tomado la molestia de meterme en un lío de tres pares de cojones con Miguel Batanero, haré un esfuerzo – Arkaitz lo miró con fingido desdén -. Hace cuatro meses, Sonia se quedó embarazada.
-¿Qué?
-Como lo oyes, Pablo. Ambos sabíamos que no era momento de seguir adelante con algo así, pero tampoco teníamos dinero para interrumpir el embarazo. Y, qué coño, a ninguno de los dos nos apetecía abortar. Pero Sonia no podría trabajar hasta que el crío naciera y, una vez que eso sucediera, ¿quién se iba a encargar de él? Si con dos sueldos no teníamos para alimentar dos bocas, ¿cómo se alimentan tres trabajando sólo uno de nosotros? Matemáticas simples. Así que me paré a pensar y, joder, estuve pensando un buen rato. Casi una eternidad. Y llegué a la conclusión de que la única manera de conseguir que mi familia salga adelante era mediante este concurso. No hay trabajo, no hay posibilidades de levantar tu propio negocio y la gente se muere de hambre porque no hay dinero. ¿Pues qué mejor camino que morirte de hambre para conseguir dinero? Es un poco irónico, teniendo en cuenta la situación actual, pero también la única manera real de tener algo, qué digo algo, mucho, en tus bolsillos.
-Tu hijo nacerá mientras tú estás aquí – susurró Pablo.
-Y eso es una putada. Pero mi hijo será lo primero que vea cuando salga de esta isla. Y podré cogerlo entre mis brazos y saber que va a tener una vida muy distinta a la mía; que podrá comer cada día, ir a un buen colegio y matricularse en la Universidad. Siempre y cuando, Batanero no decida acabar conmigo, claro.
-Menuda putada – gruñó Arkaitz.
-Todos tenemos nuestras historias, excepto los gilipollas que se meten para hacerse famosos. E incluso ellos tendrán algo detrás que les impulse a semejante insensatez. Lo mío no es nada del otro mundo... - hizo un gesto hacia el bosque -. Mirad, tenemos visita.
Un muchacho se acercaba hacia ellos, caminando con una mezcla de cautela y timidez. Era alto, desgarbado y con el pelo corto, y tenía una sombra de barba que emborronaba la parte inferior de su rostro y los ojos muy separados, como un futbolista que Arturo había visto en televisión.
-Lo conozco – dijo Pablo, levantando una mano a modo de saludo. El chico respondió al saludo, pareció dudar unos instantes y siguió acercándose -. Estaba delante de mí en la fila del barco. Llamó hijo de puta al gordo cabrón que nos organizó en dos hileras; parece buena persona.
Arturo no se lo discutió. Tenía la mirada de un niño pequeño y su forma de moverse le recordó a la de una ardilla acercándose a un trozo de comida sin tener claro si era o no una trampa. Por desgracia, esos concursos estaban llenos de personas que parecían buena gente y que acababan convertidos en asesinos.
-Hola – saludó el chico, deteniéndose a una distancia prudencial -. Soy Marcos Martínez, el Concursante Número Once...
-¿Qué haces por aquí? - preguntó Pablo, incorporándose -. Hablamos en el barco. Llamaste hijo de puta a ese gordo...
-Y no me arrepiento – rió -. Creo que hicieron que un obeso nos organizara para reírse de nosotros, como han hecho con el cuadro de la última cena y esas frutas de plástico.
-El puto Ray Spakowski – murmuró Arkaitz.
-¿Necesitas algo? - inquirió Pablo.
-Eh... Bueno... - el chico se mordió nervioso el labio inferior -. He visto lo que ha ocurrido junto al pozo. La verdad es que no me fío mucho de la gente, pero unas personas capaces de plantarle cara a Miguel Batanero me parecen dignas de confianza. Me... Me preguntaba si tendríais algún problema en... en que me uniera a vosotros. Pensaba ir por libre, pero me da la sensación de que no sois de los que te matan mientras duermes.
-¿Y tú? - intervino Arturo, sin incorporarse -. ¿Dentro de qué grupo de gente te incluirías?
Marcos contestó de inmediato.
-Del tipo de personas que ya se están preguntando por qué mierda decidieron meterse en este concurso.
Todos rieron, incluso Arturo. Contar su historia le había levantado un poco el ánimo. Le había ayudado a recordar por qué quería salir con vida de ese lugar.
-Por mí no hay ningún problema – dijo Arkaitz -. Si no podemos confiar en otras personas, estaremos todos muertos antes del primer mes. Me llamo Arkaitz.
Ni Arturo ni Pablo se mostraron reticentes. Mientras estrechaban la mano al recién llegado, Arturo pensó en los dos bandos que se estaban formando. Uno capitaneado por Miguel Batanero, el otro representado por quienes se habían atrevido a enfrentarse a él.

Arturo sólo deseaba no estar en el bando equivocado.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Séptima Actualización


Comenzamos con un delicioso tercer capítulo dentro de los "Entrantes" de la novela. La violencia ya ha comenzado. ¿Podrá pararla alguien?


III
Ravioli de cordero con infusión de hierbabuena

1

Despertó en mitad de la oscuridad con el estruendo de la música clásica. Parecía brotar de todas partes, como si una orquesta se hubiera colado en el aula donde dormía e hiciera sonar los violines y las violas y los pianos y todos los instrumentos creados a lo largo de la historia justo junto a sus oídos.
-¿Pero qué cojones? - soltó Pablo, incorporándose sobresaltado. Ya era la segunda vez en ese día que dejaba escapar esa expresión; la primera había sido al ver el cuadro de la Última Cena. Ahora, con ese improvisado concierto sonando en mitad de la noche.
-¿Qué...? - gruñó a su lado Salvador, poniéndose una mano en la cabeza -. ¿Qué coño está pasando?
Arturo y Arkaitz llegaron corriendo por el pasillo. Parecían asustados. Laura y Verónica salieron de su habitación, tambaleándose, seguidas de Abdel, que movió los labios. Sus palabras quedaron eclipsadas por el elevado volumen de los instrumentos.
-Es el puto canon de Pachelbel – susurró Pablo.
Y sin que la alegre melodía, que hacía pensar en campos cubiertos de flores, amaneceres junto a la costa y arroyos cristalinos discurriendo entre frondosos bosques, cesara, la voz de Ray Sapkowski se elevó por encima de los bellos acordes.
-¡FELICIDADES, MUCHACHOS! ¡SON LAS TRES Y CUARENTA Y TRES DE LA MADRUGADA DEL PRIMER DÍA DE CONCURSO Y YA PODEMOS CELEBRAR A NUESTRA PRIMERA VÍCTIMA! ¡GABRIEL ABELLÁN, EL CONCURSANTE NÚMERO UNO, HA SIDO ELIMINADO! ¡ÁNIMO, JUGADORES, YA SÓLO QUEDAN VEINTINUEVE QUE BATIR!
La música concluyó con un solo de violín y de pronto se hizo el silencio. El grupo se contempló, confundido. Pablo parpadeó, intentando comprender aquellos repentinos acontecimientos; apenas hacía media hora que había logrado conciliar el sueño, después de cumplir su turno de guardia junto a Salvador, y el cabrón de Ray Sapkowski lo había despertado con aquel canon atronador.
-¿Ya hay un muerto? - Laura se llevó una mano a la boca -. ¡Dios mío! No puede ser. No puede...
-Casi es un récord – musitó Arkaitz, apoyándose en la pared, aturdido -. Creo que fue en la cuarta edición donde un chaval se puso a matar para terminar el concurso lo antes posible y se cargó a alguien nada más salir del barco. Pero, sin contar con él, siempre han pasado varios días hasta que alguien caía...
-¿Quién habrá sido? - preguntó Arturo, retorciendo nervioso el gorro de lana -. ¿Quién coño está tan loco como para matar la primera noche? ¿Ese hijo de puta de Batanero?
-Tal vez se haya suicidado... - Verónica, vestida con un pijama rosa, parecía más niña y frágil que nunca -. Quizá no haya podido soportar el estar solo y...
-Cuando entras en este concurso estás dispuesto a soportar mucha mierda antes de rendirte – contestó Arkaitz, meneando la cabeza -. Dudo mucho que la muerte de ese pobre desgraciado haya sido voluntaria.
-Quizá haya sido el Concursante Número Diez, Félix Llacer – intervino Abdel -. El que no respondió a ninguna de las preguntas del presentador. Ese tío tiene pinta de lunático. Quizá haya sido él, quizá...
-¿Qué hacemos? - preguntó Laura -. ¿Qué hacemos ahora?
-¿Qué quieres hacer? - replicó Arturo -. Estaba claro que, antes o después, alguien iba a morir; resulta que ha sido antes. ¿De verdad no te lo esperabas? Tenía que acabar ocurriendo.
-Vete al Infierno.
-No merece la pena preocuparse por eso ahora – dijo Arkaitz -. Lo importante es que nosotros estamos bien y sabemos que el asesino no es ninguno de los que estamos aquí. Tendremos los ojos abiertos y mañana veremos que tienen que decir los demás ante este incidente; ahora intentad descansar. Las cosas van a ponerse más difíciles.
El grupo empezó a dispersarse. Arkaitz y Arturo salieron al pasillo y los otros tres muchachos regresaron a su habitación.
-Era uno de los favoritos – murmuró Abdel antes de marcharse, como si aquello significara algo.
Salvador no tardó en dormirse, pero Pablo no logró conciliar el sueño hasta el amanecer. Los pensamientos se apelotonaban en su cabeza, unidos a los movimientos de sus tripas, que exigían algo de comida. En su mente aparecieron los rostros de los demás concursantes, y se encontró sospechando de cada uno de ellos. Incluso llegó a pensar que, tal vez, Gabriel había intentado acercarse a la escuela para pedir ayuda y Arturo y Arkaitz lo habían despachado. Tenía sentido. Arkaitz había dicho que Gabriel era peligroso, así que tal vez se lo habían cargado para proteger al resto. ¿Qué pasaría entonces si, llegado el momento, se volvían locos y también consideraban una amenaza a Pablo?
Sacudió la cabeza. No. Arkaitz y Arturo eran inocentes. Si se dejaba llevar por sus miedos, Ray Sapkowski ganaría; era lo que el presentador pretendía con toda esa parafernalia de música clásica y el anuncio de la primera víctima, generar desconfianza entre todos los demás. Que empezaran a considerar peligrosos a quienes les rodeaban. Que se alejaran unos de otros, convirtiéndose en bestias inhumanas y hambrientas. No podía permitirlo. No podía dejar que los organizadores del concurso ganaran el juego.
Cuando los primeros rayos de sol rasgaron como cuchillos la oscuridad del aula, Pablo se quedó dormido.

2

<<Tengo hambre>>, pensó Verónica mientras salía de la escuela.
La acompañaban Laura, Arkaitz y Arturo. Llevaban consigo sus propias cantimploras y también las de quienes se habían quedado en la escuela, para rellenarlas en el pozo. Ninguno parecía tener ganas de hablar; el asesinato que había acontecido durante la noche pesaba como una losa sobre ellos. Y seguramente también el hambre. Mientras caminaban por el sendero que recorría como una cicatriz el bosque de plástico, Verónica vio que Arkaitz se llevaba una mano, inquieto, al estómago. Intercambió una mirada con él y el muchacho esbozó una débil sonrisa, como disculpándose.
Había un gran revuelo alrededor del pozo. Varios de los concursantes se habían reunido frente a la casa de Miguel Batanero y hablaban acaloradamente. El autoproclamado líder iba enfundado en una camiseta blanca que marcaba sus músculos y que parecía a punto de desgarrarse por el volumen de su cuerpo.
-¡Hay un asesino entre nosotros! - decía, con el ceño fruncido -. Un maldito psicópata dispuesto a matar desde el primer día, y tenemos que descubrir quién es antes de que vuelva a actuar.
-Voy a acercarme a cotillear un poco – musitó Arturo -. ¿Os ocupáis de las cantimploras?
Había una chica en el pozo. Estaba tirando de la cuerda para extraer un cubo de agua, y cuando lo tuvo a altura de los ojos lo cogió con ambas manos y bebió directamente de él. Parte del contenido se derramó por su barbilla y le empapó el pecho de la camisa; tenía el pelo castaño desgrañado y parecía asustada. Tal era su aspecto que Verónica tardó unos segundos en reconocerla. Era Marta Agramonte, la chica bien arreglada que llevaba una maleta con ruedas como si fuese de vacaciones.
-Hola – la saludó, situándose a su lado.
Marta posó sus ojos sobre Verónica. La joven habría preferido que la mirara con desdén, o incluso con miedo. Sin embargo, la Concursante Número Uno la observó con una inexpresividad propia de una estatua, como si el ser humano que tenía dentro hubiera escapado de su cuerpo y se encontrara a kilómetros de distancia.
-¿Estás bien? - le preguntó.
-Déjame en paz.
Marta depositó el cubo en el borde del pozo y se alejó a grandes zancadas. Arkaitz y Laura le contemplaron mientras se alejaba.
-Se está volviendo loca – dijo el muchacho, en voz baja.
-Normal – contestó Laura -. Han matado a alguien en plena noche, y esa chica está sola. Eso volvería loco a cualquiera.
-Me gustaría hablar con ella... - musitó Verónica.
Arkaitz rió.
-Adelante. Pero ten cuidado, no vaya a morderte.
Ese comentario fue más que suficiente para que Verónica se quedara con sus compañeros, llenando las cantimploras. Intentó escuchar algo de lo que discutían a apenas unos metros de distancia, pero eso se había convertido en un gallinero donde todos se interrumpían hasta que, de tanto en tanto, Miguel conseguía poner orden e insistir en que necesitaban un sistema de seguridad para evitar nuevos ataques.
-Laura – dijo de pronto Arkaitz, sumergiendo una de las cantimploras en el pozo -. ¿Por qué entraste en este concurso?
Verónica bebió un sorbo de la suya. Estaba fría y resultaba agradable, sobre todo teniendo en cuenta que era lo único que iba a llegar a su estómago en mucho tiempo.
-La verdad es que no lo sé.
-¿Qué le contestaste a Ray cuando te lo preguntó?
-No debieron importarle mucho mis razones porque no me lo preguntó. Pero de todos modos, ahora eso no importa, ¿no? Lo que nos impulsara a entrar aquí no nos convierte en ganadores. Mira lo que le ha pasado a Gabriel. Ese pobre chico se apuntaría al concurso para hacerse famoso o rico o ambas cosas y ahora sólo Dios sabe donde está su cuerpo.
-Y su asesino – apostilló Arkaitz.
Los ojos verdes de Laura se apagaron un poco. Que se mostrara pesimista asustó a Verónica aún más que el propio crimen. Laura Badal se había mostrado tan ingenua como ella durante la charla en el barco, pero algo había cambiado esa noche. De pronto era consciente de donde se había metido, y Verónica sentía que ella misma empezaba a serlo. Y lo peor de todo era que también sabía que aún no había alcanzado a comprender el alcance de las consecuencias de participar en ese juego de locos y que, cuando al fin lograra entenderlas, se volvería loca.
Entonces se percató de que Miguel Batanero se había alejado del grupo y se dirigía directamente hacia ellos. Parecía una gran apisonadora a la que no le importaba lo que pudiera encontrar en el camino y que avanzaba imparable bajo la atenta y curiosa mirada de otros concursantes. A pesar de que Verónica era bastante alta, apenas le llegaba a la altura del cuello y, por supuesto, se necesitaban muchas chicas como ella para igualar la anchura de sus hombros. Sintió que, a su lado, Laura contenía la respiración y Arkaitz, inconscientemente, dio un paso adelante como para protegerlas de aquel muchacho.
-Vosotros, ¿estáis juntos? - preguntó, mirando desdeñoso a Arkaitz.
-Sí – contestó éste.
-¿Cuántos sois y dónde estáis instalados?
-¿Necesitas tener un control del lugar donde se encuentra cada uno de los concursantes?
Miguel ladeó la cabeza y miró a Arkaitz como si fuera un molesto insecto que pudiera aplastar en cualquier momento bajo su bota.
-Puedes contestarme o puedes enfrentarte a mí si lo deseas, niñato, pero la última persona que hizo eso no ha permanecido mucho tiempo con vida.
-Estamos en las escuelas – se apresuró a contestar Verónica para evitar un enfrentamiento entre su compañero y esa bestia. Batanero giró la cabeza bruscamente hacia ella y sonrió, divertido -. Somos siete, y ninguno de nosotros hizo daño a Gabriel.
-Veo que vas bien acompañado, chico – dijo Miguel, recorriendo con la mirada el cuerpo de Verónica con tanta intensidad que ésta sintió que estaba viendo algo dentro de ella. Entonces se volvió hacia Laura y, al reconocerla, su gesto altivo mudó hacia la sorpresa -. ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Laura Badal! Joder, no esperaba que tuvieras valor para acercarte al pozo al menos durante los primeros meses...
-Déjala en paz – dijo Arkaitz.
-Cállate, imbécil – Miguel lo apartó a un lado de un empujón y se acercó un poco más hacia Laura, inclinándose sobre ella. La chica tenía los puños muy cerrados, su piel pálida se había ruborizado y se enfrentaba a los ojos del Concursante Número Tres con una rabia contenida que hacía subir y bajar su pecho en una respiración agitada -. No esperaba que hicieras amiguitos tan rápidamente, bonita, sobre todo teniendo en cuenta tu gran facilidad para quedarte sola...
-Maldito cabrón, no te atrevas a...
-¿También vas a traicionarlos a ellos? - se volvió hacia Arkaitz, que tenía todos los músculos en tensión dispuesto a saltar sobre Miguel si la ocasión lo requería -. Yo no me fiaría mucho de ella. Tiene cierta tendencia a apuñalar por la espalda a la gente que le importa y, además, es tan idiota que siempre acaban descub...
-¡Hijo de puta! - chilló Laura, y le cruzó la cara de una bofetada. Miguel retrocedió, sorprendido, mientras tres líneas de sangre se abrían en su mejilla izquierda, y Verónica sintió que el tiempo se ralentizaba mientras las miradas de Miguel y Laura chocaban con el estrépito de dos trenes de alta velocidad. Batanero gritó algo, tal vez puta, perra o zorra, y dio un paso hacia ella levantando polvo con la suela de sus botas. Arkaitz cargó contra él, hundiendo el codo en su cintura, y aunque aquel monstruo se arqueó un poco dio la sensación de que no le había hecho daño. Con los dedos engarfiados, cogió a Arkaitz por la cara y lo empujó haciéndole caer de espaldas al suelo y luego se volvió hacia el chico. Verónica gritó. Gritó porque no sabía qué más hacer y porque fue vagamente consciente de que aquello no era una pelea normal. Un enfrentamiento en ese concurso sólo podía terminar con la muerte de uno de sus contendientes y Miguel iba a cargarse a su amigo, ahí mismo, con sus propias manos. Arkaitz pareció comprenderlo también porque, desmadejado en el suelo, extendió el brazo en busca de algo con lo que defenderse, pero sus dedos sólo hallaron tierra suelta.
-¡No te acerques a él o te abro en canal!
La voz de Arturo tronó como si procediera de algún Dios ancestral y todo el caos que se había desatado en apenas unos segundos se detuvo repentinamente. El silencioso muchacho estaba de pie, cerca de Batanero, y sujetaba entre sus manos un trozo de vidrio afilado como si de una pistola se tratase. Tenía los ojos muy abiertos, fuera de las órbitas, y el pelo largo y rizado le caía como la melena de un león desaliñado alrededor de la cabeza. Detrás de él, el resto de los concursantes no sólo asistían a la escena, sino que parecían expectantes, ansiosos, sedientos de la sangre que iba a derramarse. Habían dejado de ser jugadores para convertirse en la misma masa de rostros anónimos que les estarían observando ahora a través del televisor, y Verónica se preguntó hasta que punto se diferenciaban de la audiencia que estaba deseando verlos muertos.
-¿Qué coño estás haciendo? - preguntó Miguel, arrastrando las palabras.
-Sabes perfectamente lo que estoy haciendo. Aléjate de ellos o acabo contigo.
-¿Tú? ¿Tú vas a acabar conmigo?
Tres chicos dieron un paso al frente, detrás de Arturo. Dos de ellos eran parecían una versión en miniatura de Batanero; fornidos, con cierto parecido a neandertales y capaces de destrozar los huesos de una persona con un abrazo. El tercero era Víctor Valera, el perrito faldero de Miguel, un tipo escuálido, con el pelo también largo y una barba descuidada que intentaba, sin mucho éxito, cubrir sus rasgos de rata.
-Aléjate de ellos.
El chico rata se quedó atrás, pero los otros dos avanzaron un poco bajo la mirada de Batanero, que asintió despacio con la cabeza. Entonces Verónica habló. Su voz no sonó como la de Arturo, sino que brotó en falsete, preñada de terror.
-Tienes tus votaciones...
-¿Qué? - preguntó él, sin mirarla.
-Tienes tus votaciones, para dentro de seis días, donde podrás matar a quien quieras. Es el sistema que tu has creado y trata de evitar, precisamente, que nos matemos entre nosotros como si fuésemos salvajes – tomó aire. Le palpitaban las sienes -. Como parece que va a ocurrir ahora.
Ahora todo ese rostro amorfo compuesto por las caras de todos los concursantes estaba pendiente de ella. Las tripas se le retorcieron, de hambre y miedo.
-Se supone que quieres mantener el orden en esta isla y nadie ha rechazado tu propuesta. Si permites que ahora muera alguien, ¿de qué servirá? ¿Qué hará que te sigamos respetando como... como líder...?
-¿Me estás tomando el pelo? - preguntó Miguel, sin apartar su atención del trozo de vidrio que temblaba entre los dedos de Arturo.
-Si empezamos a matarnos ahora, no dejaremos de hacerlo hasta que sólo uno quede con vida – siguió Verónica -. El concurso acabará en unos días y nos recordarán como los participantes más aburridos del mundo. Esto tiene que durar, si no los organizadores del juego no obtienen suficientes ingresos por publicidad... - ¿qué diablos estoy diciendo?, pensó. Si no mantenía la calma su discurso pronto se volvería incoherente -. Ya hay alguien que está fastidiando tus planes, matando sin ningún tipo de control. No seas tú mismo quien se cargue tu propia idea.
-¿Qué coño estás intentando, zorra? - ahora Miguel giró bruscamente hacia ella y Verónica sintió que se encogía. Le habría encantado hacerlo, volverse cada vez más pequeña hasta desaparecer de esa pesadilla y así poder regresar a casa.
-Tiene razón, Miguel – dijo Arkaitz, incorporándose -. Si tienes cuentas pendientes con cualquiera de nosotros, te esperan un montón de votaciones en las que jodernos la vida – hizo un gesto con la mano, como intentando abarcar al resto de habitantes de la isla -. No creo que te cueste mucho convencerlos acerca de a quién tienen que votar. Así que sólo tendrás que esperar una semana y podrás cargarte a quien quieras sin necesidad de que tus matones tengan que acercarse a alguien por la espalda.
Los aludidos se detuvieron a apenas medio metro de Arturo, que giró sobre sus talones dispuesto a ensartar con el trozo de vidrio a quien hiciera falta. Sin embargo, nadie se movió. Arkaitz no añadió nada más, simplemente se limitó a tragar saliva. Se leía el miedo en su rostro.
Durante una eternidad, nadie hizo nada. Parecían medirse entre ellos.
-Muy bien, esperaremos – Miguel relajó sus músculos, movió la cabeza a un lado y a otro e hizo un gesto a sus guardaespaldas para que se apartaran de Arturo -. Somos gente civilizada, ¿no? Vuestra chica lo ha demostrado mejor que nadie; a pesar de que estemos en este concurso, es bueno que se puedan hablar las cosas con educación – sonrió, y su sonrisa fue aún más terrible que la violencia que brotaba de todo su ser -. Espero no veros demasiado en lo que queda de semana, pero el día de las votaciones deseo de corazón – se llevó una mano al pecho -, que estéis aquí presentes y que no hagáis ninguna insensatez, como personas civilizadas. Sobre todo tú – miró a Arturo.
-Estaré encantado de mirarte a la cara ese día, hijo de puta – gruñó éste.
-Y tened cuidado con ella – dijo, sonriendo ahora a Laura -. Es el mejor ejemplo de que en este juego hay muchos lobos con piel de cordero.
Los ojos verdes de la joven relampaguearon pero, antes de que las cosas pudieran ponerse feas, Arkaitz dijo:
-Entonces está todo hablado. Venga, nos vamos.
Verónica notó la decepción en el resto de concursantes. No sólo era la sed de sangre sino que, mientras menos rivales quedaran, más posibilidades tendrían el resto tanto de vencer como de alimentarse.
Arturo, Arkaitz, Laura y Verónica se alejaron en silencio del pozo, cargando con las cantimploras, y hasta que se internaron en el bosque nadie pronunció ni una palabra. Arturo caminaba delante, cabizbajo, sujetando el trozo de cristal y su gorro de lana. Arkaitz se acercó a él y le apoyó una mano en el hombro.
-Muchas gracias. Gracias por lo que has hecho ahí. Si no hubieras intervenido...
-Cállate.
-¿Qué?
Arturo se detuvo y se encaró con él. Estaba furioso.
-Tengo más razones que nadie para salir de este concurso con vida, y por protegeros a vosotros, que no os conozco de nada, me he ganado el peor enemigo que podría tener. Estuve a punto de quedarme entre los demás, sólo para pasar desapercibido, así que no me des las gracias. ¿Y sabes una cosa? Es lo que tendría que haber hecho. Así que, por favor, no me des palmaditas en el hombro y ten la decencia de no dirigirme la palabra, al menos en lo que queda de día.
Y dicho esto se adelantó, dejando a Arkaitz sin palabras.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Sexta Actualización



    ¡Y aquí vamos con una nueva actualización de La Balada! ¡Espero que os esté gustando!



4

ENTREVISTA A LA CONCURSANTE FEMENINA #1: MARTA AGRAMONTE

Si hay una palabra que puede definir a la Concursante Número Uno, es sofisticada. Sale al plató de televisión con una seguridad que deja con la boca abierta, como si llevara toda la vida frente a las cámaras. Tiene el pelo, largo y castaño, recogido en una coleta y, aunque parece frágil, hay algo en su rostro alargado y en su fría mirada que demuestra una férrea determinación. Saluda con educación con la mano, apenas un leve movimiento, y luego se sienta frente a Ray Sapkowski con los dedos entrelazados sobre el regazo.

-Bueno, Marta, es un placer tenerte por fin ante mí. Me han dicho que no eres muy habladora, pero estoy más que dispuesto a arrancarte unas cuantas palabras...
-La verdad es que soy algo tímida, sí.
-Sin embargo, parece que todo este publico no te impone lo más mínimo. La mayoría de los concursantes salen algo cohibidos, pero da la sensación de que tú sabes mantener la compostura aunque millones de espectadores.
-Si quieres que sea honesta, Ray, aún no me creo nada de lo que está pasando. (Ríe, nerviosa) Es como si estuviera atrapada en un sueño muy confuso donde las cosas ocurren a demasiada velocidad. Estoy segura de que antes o después despertaré y todo habrá pasado.
-La buena noticia es que no estás soñando. Has sido elegida para este concurso porque nuestros encargados han visto que puedes dar espectáculo. Y ahora dime, Marta, ¿qué te llevó a participar en este juego?
-(Tras unos segundos) No lo sé. No, en serio, no lo sé. Como te digo, todo ha ocurrido muy rápido y... (Retuerce las manos, nerviosa)
-Da la sensación de que hay una historia que no quieres contar.
-Bueno, si eso fuera cierto, ya estaría dando espectáculo, ¿verdad? Los misterios siempre elevan las audiencias. (Ríe)
-¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para vencer? ¿Serías capaz de matar a alguno de tus compañeros?
-(De nuevo, unos segundos de silencio. Niega con la cabeza) No. Definitivamente no. Quiero salir de ese lugar siendo la misma persona que cuando entré. No voy a convertirme en un monstruo.

5

Marta Agramonte dejó la maleta sobre la cama, emitiendo un gemido de esfuerzo, y deslizó la cremallera lateral para abrirla. Estaba asustada, más de lo que habría imaginado. Quizá una parte de ella había esperado que, antes de desembarcar en la isla, alguien les dijera que todo era un montaje, que ahí nadie tenía que matar a nadie y que les entregarían comida cuando las cámaras no estuvieran grabándolos. Sin embargo, ahora estaba sola en aquel lugar artificial y sórdido y nadie iba a decirle que el programa se trataba de una gran broma.
Había encontrado una casa en la parte noroeste de la isla, después de atravesar todo el bosque. Era un edificio de dos plantas cuyo segundo piso parecía sostenerse en precario equilibrio sobre el primero, con las ventanas polvorientas, la pintura desconchada y parte del tejado hundido pero, comparada con las viviendas que la rodeaban, la mayoría reducidas a escombros, resultaba acogedora. Se habría cobijado en las escuelas de no ser porque había visto a uno de los Concursantes, un tipo de rastas y cara de estar colocado cuyo nombre no recordaba, acercarse a ellas. Ese tipo no le daba buena espina. Podía ser peligroso. Cualquiera de los demás podía serlo. Así que había escapado del colegio abandonado, arrastrando su maleta, sus ruedas rebotando contra las piedras, hasta llegar a ese nuevo refugio apartado donde esperaba que nadie le molestara.
El hombre es un lobo para el hombre. Una de las frases más manidas de la historia, pero también la más cierta. Mientras Marta estuviera sola no tendría nada que temer. No podrían hacerle daño. Y pensó, mientras sacaba la ropa de la maleta (había conseguido reunir en su equipaje casi todo su armario), que seguramente muchos de los concursantes querrían hacerle daño, aprovecharse de ella. Era una chica guapa, delgada y atractiva, que siempre había logrado llamar la atención sin apenas pronunciar palabra en las fiestas a las que acudía. Los monstruos de aquella isla podrían no sólo querer derrotarla, sino tambien aprovecharse de ella. La idea le produjo un escalofrío. Se pasó toda la tarde sin poder quitársela de la cabeza, a pesar de que trató de concentrarse en rebuscar por los cajones y las estanterías en busca de herramientas que pudieran ser de utilidad. Y, cuando encontró un cuchillo en uno de los estantes de la cocina y vio el reflejo de su bonito rostro en la brillante hoja, tuvo la certeza absoluta de que irían a por ella. Que su muerte no sería rápida. Que le harían tanto daño y destrozarían su intimidad de tal manera, ante los ojos de una audiencia hambrienta y excitada, que su mente se desconectaría mucho antes de que su cuerpo muriera, convirtiéndose en un vegetal durante los últimos latidos de su existencia.
Cuando cayó la noche, pensó en encender velas para mantener a raya a la oscuridad, pero eso habría indicado su posición al resto de los participantes. Así que, después de organizar toda su ropa en un cochambroso armario, se vistió con un camisón negro y unas bragitas blancas y se tumbó en una cama que chirriaba, con el pelo esparcido a su alrededor como una almohada castaña. Sujetaba el cuchillo con ambas manos y sus ojos escrutaban las tinieblas, de donde procedían ruidos, gemidos y crujidos que le helaban la sangre.
No llegó a dormirse del todo, pues estaba demasiado asustada como para conseguirlo, pero cayó en una especie de duermevela confusa donde fragmentos de sueños se mezclaban en una turbia algarabía. Soñó con su padrastro, con su mirada y su sonrisa quebrada. Soñó con su madre y su indiferencia. Soñó con los secretos que escondía su dormitorio y las lágrimas que había derramado por las noches, y también con las que había derramado en la cama de Luis, el único chico al que había amado. Luis, que no había comprendido todo aquello que laceraba su pasado y que la había considerado una chiflada. Luis. Luis. Luis. ¿Dónde estás ahora? ¿Me estás viendo? ¿Has apostado por mí o te cansaste de hacerlo en aquella cama?
Un ruido, un poco más fuerte que los demás, le hizo abrir los ojos como platos y sus manos se cerraron ansiosas en torno al mango del cuchillo. Aguardó unos segundos, en silencio, rezando para que aquel sonido hubiera sido producto de sus pesadillas. ¿Qué hora era? Todo parecía un poco más oscuro. La hora de las brujas había llegado y en la noche sólo bailaban los demonios. Entonces escuchó el susurro de unos pasos en el piso inferior y se incorporó, muy despacio. Los muelles de su cama rechinaron y sonó como si la propia realidad se estuviera desgarrando. Un escalofrío trepó por su espalda. Quien quiera que estuviera abajo lo habría oído, estaba segura, aquel chirrido...
-¿Hola? - preguntó una voz asustada en la planta inferior -. ¿Hay alguien ahí?
Un chico. Era un chico. Se le hizo un nudo en el estómago y sus ojos hendieron la penumbra del umbral del dormitorio. Luego buscaron un lugar en el que esconderse, pero sólo podía arrastrarse debajo de la cama o encerrarse en el armario; ambos lugares se convertirían en una ratonera donde quedaría a merced de su verdugo.
-¿Hola? ¿Hay alguien? No quiero problemas.
Silencio.
-De acuerdo – musitó el chico.
Los pasos prosiguieron y pronto escuchó el crujido de los escalones, cada vez más cercano. También escuchaba los latidos de su corazón enloquecido y su respiración agitada. Un haz de luz rasgó la oscuridad del pasillo, trazando arcos horizontales como si buscara algo. Como si la buscara a ella. Ese cabrón tenía una linterna y, por alguna razón que Marta no logró descifrar, eso significaba que disfrutaría matándola. Extendió los brazos hacia delante, trémulas las manos, apuntando con el cuchillo hacia la entrada de la habitación. Estaba sudando de puro miedo y la blusa negra se le pegaba a la piel. Fue consciente de su atuendo. Iban a violarla, oh, Dios mío, iban a violarla y...
Un fogonazo de luz irrumpió en el dormitorio, cegándola, y entonces el muchacho bajó la linterna hacia el suelo y Marta parpadeó, confusa.
-¡Dios mío! Qué susto me has dado – dijo el muchacho -. Pensaba que no había nadie...
Una oleada de pánico recorrió todo su cuerpo, como un hormigueo. El intruso era el Concursante Número Uno, Gabriel Abellán. Recordó claramente lo que había dicho en su entrevista. ¿Qué te gusta, además del fútbol?, había preguntado Ray Spakowski. Follar.
-Oye, no hace falta que me apuntes con ese cuchillo, no voy a hacerte daño – dijo Gabriel, frotándose nervioso la nuca. Tenía una mancha de sangre seca debajo de la nariz, seguramente consecuencia del enfrentamiento que había tenido con Miguel Batanero. Marta lo había presenciado a medio metro de distancia, la rabia, la ira, el odio en sus miradas. Eran bestias -. En serio, no quiero...
-Vete.
Gabriel alzó las cejas.
-¿Qué?
-He dicho que te vayas. Márchate.
-Oye, estoy solo. Ya sabes que ese hijo de perra de Batanero me la tiene jurada. Y en esta mierda no se puede sobrevivir si no tienes a nadie – el chico dio un paso al frente y Marta retrocedió -. En serio, escúchame, podemos ayudarnos. Ayudarnos, ¿vale? Yo no tengo un sitio donde dormir. La mayoría de las casas están hecha mierda o ocupadas por tarados como Miguel... ¿por qué no me dejas descansar aquí? Bajaré al sofá de abajo si quieres, y a cambio yo te protegeré.
Marta emitió una amarga carcajada. ¿Quién se pensaba ese chico que era? ¿Un caballero andante en condiciones de cuidar de una damisela en apuros? ¿Tan idiota era que no se daba cuenta de la situación en la que se encontraban?
-¿Protegerme?
-Hay muchos pirados ahí fuera, y tú eres una chica guapa. Podrían intentar hacerte algo.
Sus ojos se deslizaron rápidamente por sus muslos desnudos, se detuvieron un instante en sus braguitas y treparon de nuevo hasta su rostro. Gabriel fingió no haberla devorado con la mirada y extendió una mano hacia ella.
<<Los pirados están ahí fuera, sí, pero también hay uno aquí dentro>>.
-¿Qué me dices? ¿Nos ayudamos?
<<¿Te gusta follar, Gabriel? ¿Quieres follarme aquí para después matarme y comer mi carne? Es eso lo que quieres, ¿verdad? ¿Verdad?>>
Marta bajó el cuchillo, muy despacio, y todo su cuerpo se convulsionó en un ligero temblor. Bajó las pestañas y una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla. Aquello pareció sorprender a Gabriel.
-Lo... lo siento... - susurró Marta con la voz astillada -. Siento haber desconfiado... Tengo tanto miedo, tantísimo miedo, y todo esto es tan peligroso...
-No te preocupes – Gabriel se acercó a ella, con la linterna apuntando a sus pies -. Yo también tengo miedo. Todo esto es una mierda. Pero juntos...
Con un grito de rabia y horror, Marta se lanzó contra Gabriel y descargó el cuchillo con todas sus fuerzas. La hoja se hundió en el hombro izquierdo del joven con un sonido como el de una fruta al desgarrarse y su adversario emitió un alarido que taladró los tímpanos de la chica. Gabriel retrocedió y el arma salió de su carne con otro desagradable chasquido; se llevó una mano a la herida y la linterna cayó al suelo y rodó, iluminando intermitentemente su rostro contraído por la sorpresa y el odio y la parte superior de su camiseta blanca, teñida de rojo.
-¡Zorra! - rugió -. ¡Maldita zorra, me has apuñalado!
Marta volvió a lanzarse contra él dispuesta a clavarle el cuchillo en el corazón, pero erró por mucho y apenas le arañó el costado. Entonces el Concursante Número Uno la abofeteó y ella perdió el equilibrio, se golpeó la espalda contra el borde de la cama y cayó sobre su brazo. Un latigazo de dolor le subió hasta el cuello. Oyó como ese hijo de puta la insultaba mientras se acercaba a ella, con los ojos desorbitados y las manos crispadas. Tenía sangre en el brazo y también en la cintura, una sangre brillante que parecía artificial. Todo él podría haber formado parte de una mala película de terror.
-¡Puta! ¡Puta! ¡Voy a...!
Marta lanzó un tajo a ciegas contra los pies de Gabriel y el filo del cuchillo rasgó su pantorrilla. El muchacho gimió de dolor y cayó de rodillas ante ella, como si la adorase como a una Diosa, y ella volvió a atacarle. El puñal acertó esta vez en su estómago y la sangre salpicó contra el suelo. Gabriel volvió a aullar y su bramido se convirtió en un chillido agudo y casi femenino cuando Marta se impulsó hacia delante y lo empujó, haciéndole caer al suelo. Puso las rodillas a ambos lados de sus caderas y levantó el arma por encima de la cabeza.
-Quieres follarme, ¿eh? ¡Quieres follarme!
Vio algo en la tez demacrada de su víctima. Era algo más allá del miedo. Era incertidumbre. Aquel muchacho no entendía nada, pero Marta sabía que quería violarla. Había algo más. La certeza absoluta de que iba a morir.
Gabriel intentó protegerse poniendo las manos delante de su rostro, pero Marta bajó el cuchillo una vez, y otra, y otra, hasta que aquello se convirtió en un acto mecánico del que apenas era consciente. Los gritos del Concursante Número Uno se mezclaban con los suyos propios; la hoja, que cada vez que subía reflejaba la luz de la linterna, cercenó sus dedos, le rajó la garganta y la cara y abrió su pecho. La sangre brotaba a raudales y empapaba las piernas desnudas de la joven. En un momento dado el metal se quebró, dejando parte dentro de Gabriel, y aquello hizo que Marta despertara del extraño estado indescriptible en el que se había sumergido.
Soltó el arma, que tintineó a un lado, y se cubrió la boca con ambas manos, apartándose de Gabriel. Aquel desgraciado resollaba y se retorcía a pesar de que ya tenía que estar muerto. Dios mío, Dios mío, ¿qué he hecho? Retrocedió, sentada en el suelo, hasta que chocó con la pata de la cama. ¿Qué he hecho? Lo he matado lo he matado lo he matado lo he matado...
Pero no estaba muerto. Con un movimiento lánguido, Gabriel giró sobre sí mismo hasta quedar boca abajo y, después, empezó a arrastrarse como un reptil hacia la puerta, sollozando y resoplando. Dejaba tras de sí un grueso trazo de sangre oscura. La misma sangre que cubría las manos y la cara de Marta.
Estaba intentando huir.
Y, si huía, se recuperaría y volvería a por ella. O alertaría a los demás de lo que Marta le había hecho y todos sabrían que se había convertido en un monstruo e irían a por ella. La violarían. La quemarían y utilizarían su carne para alimentarse.
Tanteó con la mano en las tinieblas y encontró uno de sus zapatos de tacón. Lo sostuvo ante sus ojos demenciales como si no lograra comprender lo que era hasta que decidió que le serviría para terminar el trabajo. Luego se puso en pie, muy despacio, intentando mantenerse serena; al fin y al cabo, Gabriel no tenía ninguna posibilidad de huir de ella. Lo alcanzó en apenas dos zancadas, hundió los dedos en su corto cabello rubio y tiró de su cabeza hacia atrás. Luego le clavó el tacón en la garganta.
Intentó no escuchar sus gritos, pero le fue imposible.


¡Parece que el programa ya se ha cobrado su primera víctima! ¡Y no ha sido otra que Gabriel Abellán! Una pena que la entrevista haya terminado antes de poder ver con sus familiares el terrible desenlace del Concursante Número Uno! El arma utilizada por Marta Agramonte ha sido un zapato de tacón de aguja con plantilla de cuero, hecho de piel, con un adorno en forma de flor y suela de fibra sintética de alta calidad. ¡Recuerda que al finalizar este concurso el arma puede ser tuya si participas en nuestra subasta online! ¡Recibirás tu zapato de tacón en una plataforma de mármol todavía manchado con la sangre de Gabriel Abellán! El precio de salida es de 79950€, ¡una auténtica ganga que no puedes dejar pasar!

sábado, 23 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Quinta Actualización


Una nueva entrega de este terrible concurso. ¡Espero que os esté gustando!


3

Cuando llegaron a las escuelas, Abdel y Laura estaban arrastrando un colchón sucio e intentando hacerlo pasar por el umbral de la entrada. Los dos muchachos preguntaron qué tal había ido y, mientras Pablo narraba todo lo ocurrido, incluido el destierro de Gabriel, Arturo y Salvador aparecieron por el pasillo para escuchar. Ellos también debían haber estado trabajando, o al menos Arturo, que se había quitado el gorro de lana y ahora colgaba del bolsillo trasero de su pantalón, mostrando una frente perlada de sudor.
-Menudo gilipollas – musitó Laura -. ¿Quién se cree que es para convertirse en líder? ¿Por qué nadie se ha enfrentado a él?
-Ha sabido jugar sus cartas -contestó Arkaitz -. El primero que le plantó cara fue Gabriel y ahora se ha quedado solo. La mayor parte de la gente aún no se conoce, y cuando no tienes amigos es mejor no buscarse enemigos – suspiró -. ¿Os ayudo con ese colchón?
Estuvieron trabajando durante un par de horas, preparando algo parecido a habitaciones en lo que antes habían sido aulas. Arrastraban los pupitres a los pasillos y trajeron colchones de las casas cercanas. Pablo acabó empapado de sudor, con la camiseta pegada al cuerpo y, mientras ayudaba a Arturo a empujar la mesa de un profesor para hacer algo de espacio, le hizo un gesto con la mano para que parase y se apoyó en la pared, jadeando.
-Estoy agotado – musitó.
-Es mejor cansarnos un poco y tener un refugio en condiciones que pasar la noche sobre el duro suelo o a la intemperie – contestó Arturo. Él no se detuvo, sino que siguió haciendo el trabajo de los dos mientras Pablo observaba.
-Se supone que hacer tanto ejercicio abre el apetito.
-Da igual el hambre que tengas, eso sólo será una molestia cada vez más acuciante; lo importante es lo que tu cuerpo pueda aguantar. Pero no voy a engañarte, después de todo este ajetreo no me importaría sentarme en el porche y comerme un buen bocadillo de jamón.
Al final, crearon algo parecido a dos habitaciones, situadas en las aulas del final del pasillo. Una con cuatro colchones y otra con tres. También se dedicaron a rebuscar en las taquillas y Arkaitz utilizó una palanca para abrir las que estaban cerradas. Encontraron un par de linternas; una no funcionaba, la otra sólo daba luz si la golpeabas cuando amenazaba con apagarse. También hallaron un montón de bolígrafos, un triángulo de música, mochilas raídas y un oso de peluche decapitado.
-¿Qué le ocurrió a esta isla? - preguntó Salvador, y un aroma a marihuana brotó de entre sus labios -. ¿Por qué la abandonaron?
-Quizá la han construido así para que parezca abandonada – contestó Laura. Se habían reunido todos en el corredor y estaban sentados en los pupitres que habían sacado de las aulas. Arkaitz jugaba distraído con el peluche descabezado -. Todo forma parte del espectáculo, ¿no?
-Leí sobre este lugar – intervino Pablo -. Era un pueblo costero que quedó deshabitado hará como medio siglo como tantas otras aldeas similares. La vida en las ciudades y los grandes barcos de pesca quitaron todo el sentido a vivir aquí; los jóvenes se fueron marchando y los ancianos muriendo, y al final no quedó nadie.
-Ya, pero esta no es una isla “como tantas otras” - intervino Abdel, con su marcado acento -. He leído que los organizadores del programa nunca eligen escenarios al azar. Les gusta que tengan cierto aire siniestro. ¿No fue la primera edición en el sanatorio de Agramonte?
-¿Qué es el sanatorio de Agramonte? - preguntó Verónica.
-Un sanatorio para tuberculosos abandonado en plena montaña – fue Pablo quien contestó. Conocía la historia de aquel edificio a la perfección ya que había escrito sobre él en uno de sus relatos cortos -. Un lugar horrible, que durante años sirvió de punto de encuentro para aficionados a lo paranormal. Se decía que los fantasmas de los enfermos seguían vagando por sus pasillos. Los organizadores del concurso compraron el edificio y, como ha dicho Abdel, lo utilizaron para la primera edición.
-Y la séptima fue en ese edificio de Madrid que ardió hará cinco años – comento Arkaitz -. En ese incendio murieron cincuenta personas. A los chicos de Ray les van los lugares marcados por la muerte.
Laura cambió de posición, algo incómoda, y les dedicó una sonrisa nerviosa al resto de los compañeros.
-¿De verdad tenemos que hablar de esto? Sólo nos falta una hoguera entre nosotros y que sea un poco más tarde para que parezcamos los típicos boy scouts contando historias de miedo.
-Fiesta – musitó Arturo.
-¿Qué pasó en esta isla? - insistió Salvador. Sus ojos, de normal abstraídos, estaban clavados con inusitado interés en Pablo. Y el muchacho, que llevaba toda su vida contando historias, no podía dejar pasar una oportunidad como esa.
-No tiene una historia con fantasmas o miles de muertos, aunque sí un pasado bastante macabro – se inclinó hacia sus compañeros y por un momento pensó en utilizar una linterna para crear un baile de luces y sombras en su rostro. Descartó la idea; no estaba ante un grupo de críos -. Leí que fue en los años treinta, o quizá antes. El tipo rico que vivía en el pueblo, el propietario de la mansión donde se ha instalado Batanero, era un auténtico cacique, pero todos sus vecinos le respetaban. Ayudaba a sus amigos y nunca utilizaba su autoridad injustamente. Sin embargo, el cabrón tenía sus secretos. Encontraron un zulo, que visitaba a diario; ahí tenía encerrados a un montón de muchachos que habían desaparecido, tanto en esta isla como en otras aldeas costeras cercanas, durante los últimos veinte años. Chicos y chicas, al menos una docena; los capturaba de críos y se los cargaba cuando llegaban a la adolescencia. Por lo que contó una de las víctimas rescatadas, ahí dentro debieron estar hacinados medio centenar de chavales...
-Joder.
-Era un auténtico campo de concentración. Los tenía encadenados a la pared, con grilletes, apenas los alimentaba – hizo una mueca al pronunciar estas palabras -, y, por supuesto, los utilizaba como juguetes sexuales. Él dijo que eran sus fantasías ocultas. Ni siquiera llegó a haber un juicio; cuando los vecinos lo descubrieron, fueron a buscarle a su casa, lo arrastraron a la plaza, junto al pozo, y lo molieron a palos hasta matarlo. Muchos de ellos eran familiares de las víctimas, así que no tuvieron piedad, y lo entiendo.
-¡Y ahora el fantasma de ese hombre vaga entre nosotros! - exclamó Abdel, lanzando sus manos contra Laura. La chica chilló y se puso en pie de un salto, como activada por un resorte, y todos se echaron a reír. Laura hizo un mohín, ofendida.
-Podéis iros a la mierda. ¿Dónde está ese zulo? Lo digo por no acercarme jamás.
-No tengo ni idea. Supongo que debajo de su mansión, pero tampoco he profundizado demasiado en la historia. La cuestión es que los organizadores tienen cierta predilección por los escenarios marcados por la muerte, y por eso nos han traído a esta isla y no a cualquier otra.
-Genial – dijo Laura, volviendo a sentarse -. Y ahora, si no es mucha molestia, ¿podemos hablar de cualquier otra cosa?
Lo intentaron y, aunque la conversación se animó, no duró mucho más. Durante un instante incluso llegaron a olvidar el terrible concurso donde se encontraban, hasta que, de pronto, las tripas de uno de ellos rugieron como una bestia exigiendo su cena. Se hizo un silencio atroz y de pronto ninguno de ellos parecía capaz de mirar al resto. Por unos minutos habían logrado crear algo, establecer ciertos lazos, sentirse unidos los unos a los otros sin pensar en las cámaras ocultas que vigilaban cada uno de sus pasos y del siniestro destino que pendía sobre sus cabezas. Y quizá eso había sido lo peor, que habían olvidado la realidad. Pablo, con un estremecimiento, recordó las palabras de Arturo: Es una putada hacer amigos aquí. Seguramente muchos mueran antes de que acabe el concurso. Alzó ligeramente la cabeza hacia sus compañeros y se preguntó si alguno de ellos moriría a lo largo de esos seis meses. Le parecía imposible, porque él los había conocido. No eran personajes secundarios de una película que pudieran caer como moscas, sino la gente con la que él había hablado. Apreciaba a Arkaitz, estaba seguro de que con el tiempo incluso podría considerarlo un buen amigo; los ojos de Laura le tenían hipnotizado y era divertida a su manera, por no hablar de Abdel y Salvador, que conseguían arrancarle más de una carcajada. Arturo y Verónica, aunque más reservados, también le provocaban cierto cariño. Ninguno de ellos podía morir. La muerte era para los demás. Ellos estaban a salvo, porque esas cosas siempre les ocurren a otros.
-Me apetece fumar uno de tus cigarrillos – dijo Arkaitz, mirando a Pablo. Sus palabras sonaron huecas en medio de aquel silencio -. ¿Me acompañas fuera?
-Sí, claro.
Mientras recorrían el pasillo, hacia la entrada, las conversaciones se retomaron muy despacio, como si todos tuvieran miedo de pronunciar una palabra equivocada. Arkaitz y Pablo se sentaron en los escalones, arrullados por la fresca brisa que llegaba desde el bosque. Era extraño no escuchar ningún pájaro. El cielo estaba teñido de sangre mientras el sol se ocultaba y las escasas nubes parecían tan artificiales como los árboles, gruesos jirones enrojecidos que flotaban sobre sus cabezas. Faltaba poco para que anocheciera y Pablo lamentó su mala costumbre de no llevar nunca un reloj consigo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué importaba la hora? Era mejor no saber cuanto faltaba para la cena.
Le pasó un cigarro a Arkaitz, se encendió el suyo y le entregó el mechero. Arkaitz inhaló el humo y tosió, expulsándolo en una retorcida bocanada.
-Joder, esta mierda nunca llegará a gustarme.
-Tienes tiempo de sobra para cogerle el gusto.
-El tabaco también se acaba.
-Oh, no, tengo la mochila llena de paquetes.
Arkaitz le miró, divertido.
-¿Hablas en serio?
-Joder, claro que sí. Ya vamos a tener bastante con el hambre como para que encima tenga que soportar el mono por la falta de tabaco. Me encanta fumar. Para un vicio del que podré disfrutar en esta isla, no voy a quitármelo.
Arkaitz volvió a darle una calada al cigarro y esta vez más que toser carraspeó. La siguiente ya consiguió aspirar el humo sin emitir ruidos raros.
-¿Nadie intentó detenerte, Pablo?
-¿Qué?
-Cuando te presentaste al casting, o cuando te llegó la carta de confirmación. ¿Nadie intentó convencerte de que aprovecharas el plazo de dimisión? ¿De que te olvidaras de toda esta locura y te quedaras en casa viendo como mueren otros por la tele?
-Claro que sí. Mi madre hizo todo lo posible para que renunciara, incluso amenazó con tomar medidas legales, pero claro, no existen medidas legales para evitar que alguien participe en este juego. Y si quieres que te diga la verdad, desde que me llegó la carta he estado acojonado. Una parte de mí quería renunciar, pero Ray y los suyos son jodidamente listos y te hipnotizan con sus entrevistas, reportajes, con las fiestas organizadas en tu honor. Y ves a toda esa gente que te apoya, que apuesta por ti, que te saluda por la calle y piensas... ¿cómo diablos voy a echarme atrás ahora? ¿Cómo voy a hacer el ridículo delante de todas estas personas que confían en mí? Y vas dejando pasar los días y al final estás en ese puñetero plató, frente a Spakowski, y ya es demasiado tarde para retirarte.
-¿Y tu padre? ¿Tu padre no dijo nada?
-Mi padre lleva mucho tiempo sin decir nada. Murió cuando yo tenía cinco años.
-Lo siento.
-Ah, ¿es que fuiste tú el culpable?
Ambos rieron y de nuevo se hizo el silencio. Fumaron, escuchando el crepitar del papel del tabaco al quemarse.
-¿Por qué te presentaste al casting? - preguntó Pablo.
-Por el dinero – Arkaitz contestó sin tapujos -. El premio es más dinero del que cualquier persona pueda soñar, y una vida sin complicaciones hasta el mismo día de tu muerte. Mi familia necesita ese dinero. Mi padre está en paro y el trabajo de mi madre apenas alcanza para comer a diario; una vez les escuché discutir. Mi padre decía que mi hermana nunca tendría que haber nacido, que era una boca más que alimentar y que no podían permitírselo. Consideraban a mi hermana un problema. Y no podía permitirlo, así que me presenté al casting para que mi familia nunca más tuviera que pasar hambre, lo cual resulta un poco irónico...
-Pero si mueres...
-Si muero, tendrán una boca menos que alimentar y además recibirán el dinero que entregan a las familias de los concursantes sólo por participar. Eso aliviará su situación durante una buena temporada. Y, de cualquier modo, no tengo ninguna intención de morirme, Pablo.
Pablo fue a decir algo, pero Arkaitz le hizo un gesto para que guardara silencio y luego movió la cabeza hacia el bosque. Pablo miró en esa dirección y en un principio no vio nada, hasta que descubrió a una figura moviéndose entre los árboles. La reconoció a pesar de la creciente oscuridad. Era Gabriel Abellán, el desdichado Concursante Número Uno, tropezando con las retorcidas raíces y con la mochila colgando a su espalda. Su corto cabello rubio resplandecía bajo los últimos rayos de sol. Gabriel se detuvo y volvió la cabeza hacia ellos y sus ojos le recordaron a Pablo a los de un animal sorprendido por los faros de un coche en la carretera. Estaba muerto de miedo. El futuro escritor empezó a alzar una mano para saludarlo, preguntándose si sería una buena idea acoger al enemigo acérrimo de Miguel Batanero, pero el muchacho se escabulló en el bosque antes de que pudiera llamarlo.
-No durará mucho – sentenció Arkaitz.
-Iba a llamarlo. Podría haberse unido a nosotros, podría...
-Es mejor que no – Arkaitz arrojó su colilla al suelo y la aplastó con la suela del zapato -. Está muerto de miedo y el miedo vuelve peligrosa a la gente. Ese tío pensaba que iba a ser una especie de cabecilla y todos le han dado la espalda. Ni siquiera puede acercarse al puñetero pozo si anda Batanero cerca, así que debe estar acojonado, debe desconfiar de todo el mundo y creo que sabe que puede convertirse en una víctima antes de lo que las apuestas indicaban. Lo más seguro es que, antes o después, se dedique a matar aleatoriamente para terminar con su calvario lo más pronto posible...
-¿Cómo puedes hablar con esa frialdad?
-Digo las cosas como son. ¿Piensas que me equivoco?
Pablo tragó saliva.
-No.
-No todos van a ser como Abdel o Laura, Pablo. Hay gente que está dispuesta a matar con tal de conseguir la victoria, siempre hay unos cuantos de ese tipo en cada edición. Y, para colmo, Gabriel está desesperado. Ahora sabe donde estamos, así que será mejor que avisemos al resto, busquemos algo con lo que defendernos y esta noche, y todas las noches a partir de ahora, hagamos turnos de guardia. Sólo por si acaso.
-No tienes mucha fe en la humanidad, ¿verdad?
-No. Por eso participo en este concurso.