viernes, 29 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Octava Actualización



3

Aquella se convirtió en una mañana tan interminable como calurosa. Parecía que alguien hubiera encendido un horno descomunal en la isla para poner al punto a sus concursantes y el sol era un ojo ardiente allá en lo alto que los observaba implacable. Arturo, sentado en los escalones de entrada a las escuelas, tenía el gorro de lana colgando entre las piernas y se lo pasaba de una mano a otro y lo retorcía, pensativo.
Habían explicado al resto del grupo lo ocurrido junto al pozo y, aunque Abdel intentó distraerlos haciendo bromas y quitándole importancia, no cabía duda de que todos estaban preocupados. Pablo había propuesto inspeccionar las casas en ruinas cercanas para hacerse con un arsenal de herramientas que pudieran utilizar para defenderse y todos, excepto Arturo, se habían apuntado a la tarea para mantener la cabeza en otro sitio que no fuera su estómago. El hambre empezaba a hacer mella. Arturo había pasado días sin comer antes de entrar en el concurso, o devorando apenas una pieza de fruta y un poco de pan, pero aquello era mucho peor porque sabía que no tendría nada que llevarse a la boca en los próximos días. Sentía un hormigueo en el estómago y, de tanto en tanto, éste se extendía como un escalofrío por todo su cuerpo. Pronto empezaría a sentirse débil, como los demás, y al final todos acabarían convertidos en prisioneros de un campo de concentración, acechados por caníbales.
<<Quizá no tenga que preocuparme demasiado>>, pensó. <<Tal vez dentro de una semana me voten para convertirme en el aperitivo del resto de los concursantes>>.
Tenía claro que, si eso ocurría, iba a luchar. El sistema de Miguel Batanero era una forma de mantener algo parecido a una civilización organizada, sí, pero sin duda esas votaciones estarían amañadas. Miguel compraría votos con amenazas, promesas y mentiras, como un político de verdad, y si alguien cometía el error de escribir su nombre, sufriría las consecuencias. Así que Arturo no iba a consentir que su final llegara a causa de una argucia de esa mole de músculos descerebrada y sociópata.
Vio llegar por el sendero a Pablo y a Arkaitz. El futuro escritor cargaba con una caja de herramientas gris manchada de óxido. Se pararon junto a él y Pablo depositó la caja sobre uno de los escalones, mientras dejaba escapar una bocanada de aire.
-¿Qué habéis encontrado? - preguntó Arturo, sin mirar a Arkaitz. Era muy consciente de que el muchacho no tenía la culpa de nada, pero él necesitaba acusar a alguien de su ahora precaria situación para no sentirse como un imbécil.
-Polvo, sobre todo, pero eso lo hemos dejado en los rincones. Hay un martillo, clavos, destornilladores, piezas de chatarra... - Pablo se encogió de hombros -. No es gran cosa pero al menos servirá para no ir desarmados.
-Hemos pensado que es mejor que ninguno de nosotros salga solo de las escuelas. Sea para ir a coger agua o simplemente para estirar las piernas, deberíamos ir siempre acompañados de otra persona. Por si acaso.
Arturo lo miró fugazmente y a punto estuvo de no responder, pero tampoco quería comportarse como un crío.
-Es una buena idea. Oye, Pablo, ¿te importa darme uno de tus cigarros?
-No hay problema.
Su compañero le dio uno, se puso otro en la boca y encendió ambos. Luego se sentó a su lado y Arkaitz permaneció de pie, con las manos en los bolsillos, mirando entre los árboles mientras sus compañeros fumaban. Al cabo de unos minutos volvió ligeramente la cabeza hacia Arturo.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Creí que te había pedido que no me dirigieras la palabra.
-Pero como ya lo he hecho y ambos seguimos aquí, he pensado que podría permitirme este atrevimiento.
Las comisuras de los labios de Arturo se tensaron, formando algo parecido a una sonrisa.
-¿Qué quieres saber?
-Dijiste que tenías más razones que nadie para salir de este concurso con vida. Quería saber si era una frase hecha o si realmente hay una historia detrás de esas palabras.
-¿Y por qué te importa?
-Primero, porque me has salvado la vida y, segundo, porque creo que prefiero ese tema de conversación a hablar de todos los platos deliciosos que nos comeríamos en este momento. Pero no tienes por qué contestar si no quieres.
Arturo se tomó su tiempo. No sólo porque quería hacerse de rogar, sino también porque debía dar forma a los pensamientos embrollados que bailaban dentro de su cabeza. Dejó que el humo invadiera sus pulmones y lo dejó escapar en una retorcida serpiente grisácea que voló hacia el sol.
-¿Tienes novia, Arkaitz? - preguntó.
-¿A qué viene eso?
-Vamos a darle a Pablo algo sobre lo que escribir. ¿Tienes, has tenido, tendrás novia? ¿Hay alguna chica que sea especial para ti?
-Hubo una chica. Hasta hace un par de meses.
-¿Qué ocurrió? - preguntó Arturo, levantando la cabeza hacia él.
-Era una coreana de viaje en España, así que estuvo un mes aquí y después se marchó.
-¿No me jodas que estás aquí para conseguir dinero e ir a buscarla? - soltó Arturo, y la idea le hizo reír con ganas.
Arkaitz negó con la cabeza.
-No, no. Lo pasamos bien; estábamos muy enamorados – pronunció la palabra con cierta sorna, como si no pudiera ser real -, nos entendíamos a pesar de que su manejo del español era terrible y el mío del coreano, inexistente, y nos gustaba ir al cine juntos, tumbarnos en el parque y buscar sitios privados donde pudiéramos sobarnos a gusto. Pero soy muy consciente de que todas esas tonterías románticas, aunque existen, sólo duran breves períodos de tiempo. Fue intenso porque iba a terminar, seguramente si la cosa hubiera durado más tiempo habríamos acabado tirándonos los trastos a la cabeza, ella odiando que siempre lleve pantalones cortos y yo detestando su mirada de ojos rasgados.
-Yo tengo una chica esperándome para cuando salga de este concurso – dijo Arturo, dándole un par de golpecitos al cigarro para que cayera la ceniza.
Arkaitz sonrió e intercambió una mirada cómplice con Pablo.
-¿Y la amas, Arturo? ¿Vas al parque a rodar abrazado a ella por las colinas y luego le pides, como un caballero, que te permita meterle mano?
-Estamos casados.
Las palabras causaron el efecto que Arturo buscaba. Los dos muchachos enmudecieron de repente y se lo quedaron mirando sin saber muy bien qué decir. Al final, fue Pablo quien consiguió articular:
-Pero... ¿cuántos años tienes?
-Veintidós.
-¿Y ya estás casado?
-Es una historia un poco larga, aunque puedo resumirla si quieres. Además, el escritor eres tú, así que te dejo encargado de los detalles si al final consigues escribir tu novela – arrojó el cigarrillo al sendero y volvió a enredar sus dedos con el gorro de lana -. Me casé un par de años, pero conocía a Sonia desde los dieciséis. Sonia es mi chica. Mi mujer – sonrió como un idiota y deseó que las cámaras no hubieran captado ese momento -. Es pelirroja, con el pelo hasta la cintura y, joder, no es por presumir pero dudo mucho que haya alguien como ella en todo el mundo.
>>Nos escapamos de casa a los dieciocho. En realidad, yo llevaba toda mi vida con un pie fuera, porque mi madre está como una puta cabra y la convivencia ahí era insoportable pero, todo hay que decirlo, su familia era aún peor. Su padre era un cerdo machista tarado y agresivo que le hacía la vida imposible, así que cuando ella no aguantó más, le robé el coche a mi madre y me presenté en su puerta para que se escapara conmigo. Y, dentro de lo que cabe, nos fue bien.
Ninguno de sus compañeros respondió. Le escuchaban con atención.
-Primero alquilamos una habitación en un piso bastante grande pero no aguantamos mucho porque el propietario era muy parecido al padre de Sonia. Y desde entonces fuimos vagando de un sitio para otro, trabajando ahí donde hubiera algo de curro y consiguiendo llegar a duras penas hasta fin de mes. Había días que no teníamos nada que llevarnos a la boca, y dormíamos en cuchitriles pero, qué coño, estábamos felices. Felices porque, querido Arkaitz, el tiempo de revolcarnos por el parque, cogernos de la mano y mirar las estrellas nos duró mucho más de lo que es habitual en otras personas. Y al cabo de dos años decidimos casarnos...
-¿No es un poco precipitado? - intervino Pablo.
Arturo se llevó su cantimplora a los labios y bebió un largo trago. Luego se secó la boca con el dorso de la mano.
-No fue tanto una exaltación de amor irrefrenable como una simple cuestión económica. Nos venía mejor estar casados, por las ayudas y los impuestos y esas cosas... Además, fue mediante juzgado, sin celebraciones ni nada. Ni siquiera invitamos a nuestras familias y dudo mucho que se hayan enterado a no ser que estén viendo este concurso de mierda.
-¿Y por qué coño decidiste participar aquí? - inquirió Arkaitz -. ¿Sabes lo que te estás jugando? Hay una posibilidad muy grande de que no seas un ganador, porque cualquier noche algún hijo de perra puede apuñalarte por la espalda. ¿Por qué dejaste a tu chica ahí fuera y te metiste en este juego de locos?
-Me gusta haber captado tu interés, Arkaitz. Lo que no me gusta es adelantar acontecimientos pero, ya que te has tomado la molestia de meterme en un lío de tres pares de cojones con Miguel Batanero, haré un esfuerzo – Arkaitz lo miró con fingido desdén -. Hace cuatro meses, Sonia se quedó embarazada.
-¿Qué?
-Como lo oyes, Pablo. Ambos sabíamos que no era momento de seguir adelante con algo así, pero tampoco teníamos dinero para interrumpir el embarazo. Y, qué coño, a ninguno de los dos nos apetecía abortar. Pero Sonia no podría trabajar hasta que el crío naciera y, una vez que eso sucediera, ¿quién se iba a encargar de él? Si con dos sueldos no teníamos para alimentar dos bocas, ¿cómo se alimentan tres trabajando sólo uno de nosotros? Matemáticas simples. Así que me paré a pensar y, joder, estuve pensando un buen rato. Casi una eternidad. Y llegué a la conclusión de que la única manera de conseguir que mi familia salga adelante era mediante este concurso. No hay trabajo, no hay posibilidades de levantar tu propio negocio y la gente se muere de hambre porque no hay dinero. ¿Pues qué mejor camino que morirte de hambre para conseguir dinero? Es un poco irónico, teniendo en cuenta la situación actual, pero también la única manera real de tener algo, qué digo algo, mucho, en tus bolsillos.
-Tu hijo nacerá mientras tú estás aquí – susurró Pablo.
-Y eso es una putada. Pero mi hijo será lo primero que vea cuando salga de esta isla. Y podré cogerlo entre mis brazos y saber que va a tener una vida muy distinta a la mía; que podrá comer cada día, ir a un buen colegio y matricularse en la Universidad. Siempre y cuando, Batanero no decida acabar conmigo, claro.
-Menuda putada – gruñó Arkaitz.
-Todos tenemos nuestras historias, excepto los gilipollas que se meten para hacerse famosos. E incluso ellos tendrán algo detrás que les impulse a semejante insensatez. Lo mío no es nada del otro mundo... - hizo un gesto hacia el bosque -. Mirad, tenemos visita.
Un muchacho se acercaba hacia ellos, caminando con una mezcla de cautela y timidez. Era alto, desgarbado y con el pelo corto, y tenía una sombra de barba que emborronaba la parte inferior de su rostro y los ojos muy separados, como un futbolista que Arturo había visto en televisión.
-Lo conozco – dijo Pablo, levantando una mano a modo de saludo. El chico respondió al saludo, pareció dudar unos instantes y siguió acercándose -. Estaba delante de mí en la fila del barco. Llamó hijo de puta al gordo cabrón que nos organizó en dos hileras; parece buena persona.
Arturo no se lo discutió. Tenía la mirada de un niño pequeño y su forma de moverse le recordó a la de una ardilla acercándose a un trozo de comida sin tener claro si era o no una trampa. Por desgracia, esos concursos estaban llenos de personas que parecían buena gente y que acababan convertidos en asesinos.
-Hola – saludó el chico, deteniéndose a una distancia prudencial -. Soy Marcos Martínez, el Concursante Número Once...
-¿Qué haces por aquí? - preguntó Pablo, incorporándose -. Hablamos en el barco. Llamaste hijo de puta a ese gordo...
-Y no me arrepiento – rió -. Creo que hicieron que un obeso nos organizara para reírse de nosotros, como han hecho con el cuadro de la última cena y esas frutas de plástico.
-El puto Ray Spakowski – murmuró Arkaitz.
-¿Necesitas algo? - inquirió Pablo.
-Eh... Bueno... - el chico se mordió nervioso el labio inferior -. He visto lo que ha ocurrido junto al pozo. La verdad es que no me fío mucho de la gente, pero unas personas capaces de plantarle cara a Miguel Batanero me parecen dignas de confianza. Me... Me preguntaba si tendríais algún problema en... en que me uniera a vosotros. Pensaba ir por libre, pero me da la sensación de que no sois de los que te matan mientras duermes.
-¿Y tú? - intervino Arturo, sin incorporarse -. ¿Dentro de qué grupo de gente te incluirías?
Marcos contestó de inmediato.
-Del tipo de personas que ya se están preguntando por qué mierda decidieron meterse en este concurso.
Todos rieron, incluso Arturo. Contar su historia le había levantado un poco el ánimo. Le había ayudado a recordar por qué quería salir con vida de ese lugar.
-Por mí no hay ningún problema – dijo Arkaitz -. Si no podemos confiar en otras personas, estaremos todos muertos antes del primer mes. Me llamo Arkaitz.
Ni Arturo ni Pablo se mostraron reticentes. Mientras estrechaban la mano al recién llegado, Arturo pensó en los dos bandos que se estaban formando. Uno capitaneado por Miguel Batanero, el otro representado por quienes se habían atrevido a enfrentarse a él.

Arturo sólo deseaba no estar en el bando equivocado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario