3
Aquella se convirtió en
una mañana tan interminable como calurosa. Parecía que alguien
hubiera encendido un horno descomunal en la isla para poner al punto
a sus concursantes y el sol era un ojo ardiente allá en lo alto que
los observaba implacable. Arturo, sentado en los escalones de entrada
a las escuelas, tenía el gorro de lana colgando entre las piernas y
se lo pasaba de una mano a otro y lo retorcía, pensativo.
Habían explicado al
resto del grupo lo ocurrido junto al pozo y, aunque Abdel intentó
distraerlos haciendo bromas y quitándole importancia, no cabía duda
de que todos estaban preocupados. Pablo había propuesto inspeccionar
las casas en ruinas cercanas para hacerse con un arsenal de
herramientas que pudieran utilizar para defenderse y todos, excepto
Arturo, se habían apuntado a la tarea para mantener la cabeza en
otro sitio que no fuera su estómago. El hambre empezaba a hacer
mella. Arturo había pasado días sin comer antes de entrar en el
concurso, o devorando apenas una pieza de fruta y un poco de pan,
pero aquello era mucho peor porque sabía que no tendría nada que
llevarse a la boca en los próximos días. Sentía un hormigueo en el
estómago y, de tanto en tanto, éste se extendía como un escalofrío
por todo su cuerpo. Pronto empezaría a sentirse débil, como los
demás, y al final todos acabarían convertidos en prisioneros de un
campo de concentración, acechados por caníbales.
<<Quizá no tenga
que preocuparme demasiado>>, pensó. <<Tal vez dentro de
una semana me voten para convertirme en el aperitivo del resto de los
concursantes>>.
Tenía claro que, si eso
ocurría, iba a luchar. El sistema de Miguel Batanero era una forma
de mantener algo parecido a una civilización organizada, sí, pero
sin duda esas votaciones estarían amañadas. Miguel compraría votos
con amenazas, promesas y mentiras, como un político de verdad, y si
alguien cometía el error de escribir su nombre, sufriría las
consecuencias. Así que Arturo no iba a consentir que su final
llegara a causa de una argucia de esa mole de músculos descerebrada
y sociópata.
Vio llegar por el
sendero a Pablo y a Arkaitz. El futuro escritor cargaba con una caja
de herramientas gris manchada de óxido. Se pararon junto a él y
Pablo depositó la caja sobre uno de los escalones, mientras dejaba
escapar una bocanada de aire.
-¿Qué habéis
encontrado? - preguntó Arturo, sin mirar a Arkaitz. Era muy
consciente de que el muchacho no tenía la culpa de nada, pero él
necesitaba acusar a alguien de su ahora precaria situación para no
sentirse como un imbécil.
-Polvo, sobre todo, pero
eso lo hemos dejado en los rincones. Hay un martillo, clavos,
destornilladores, piezas de chatarra... - Pablo se encogió de
hombros -. No es gran cosa pero al menos servirá para no ir
desarmados.
-Hemos pensado que es
mejor que ninguno de nosotros salga solo de las escuelas. Sea para ir
a coger agua o simplemente para estirar las piernas, deberíamos ir
siempre acompañados de otra persona. Por si acaso.
Arturo lo miró
fugazmente y a punto estuvo de no responder, pero tampoco quería
comportarse como un crío.
-Es una buena idea. Oye,
Pablo, ¿te importa darme uno de tus cigarros?
-No hay problema.
Su compañero le dio
uno, se puso otro en la boca y encendió ambos. Luego se sentó a su
lado y Arkaitz permaneció de pie, con las manos en los bolsillos,
mirando entre los árboles mientras sus compañeros fumaban. Al cabo
de unos minutos volvió ligeramente la cabeza hacia Arturo.
-¿Puedo hacerte una
pregunta?
-Creí que te había
pedido que no me dirigieras la palabra.
-Pero como ya lo he
hecho y ambos seguimos aquí, he pensado que podría permitirme este
atrevimiento.
Las comisuras de los
labios de Arturo se tensaron, formando algo parecido a una sonrisa.
-¿Qué quieres saber?
-Dijiste que tenías más
razones que nadie para salir de este concurso con vida. Quería saber
si era una frase hecha o si realmente hay una historia detrás de
esas palabras.
-¿Y por qué te
importa?
-Primero, porque me has
salvado la vida y, segundo, porque creo que prefiero ese tema de
conversación a hablar de todos los platos deliciosos que nos
comeríamos en este momento. Pero no tienes por qué contestar si no
quieres.
Arturo se tomó su
tiempo. No sólo porque quería hacerse de rogar, sino también
porque debía dar forma a los pensamientos embrollados que bailaban
dentro de su cabeza. Dejó que el humo invadiera sus pulmones y lo
dejó escapar en una retorcida serpiente grisácea que voló hacia el
sol.
-¿Tienes novia,
Arkaitz? - preguntó.
-¿A qué viene eso?
-Vamos a darle a Pablo
algo sobre lo que escribir. ¿Tienes, has tenido, tendrás novia?
¿Hay alguna chica que sea especial para ti?
-Hubo una chica. Hasta
hace un par de meses.
-¿Qué ocurrió? -
preguntó Arturo, levantando la cabeza hacia él.
-Era una coreana de
viaje en España, así que estuvo un mes aquí y después se marchó.
-¿No me jodas que estás
aquí para conseguir dinero e ir a buscarla? - soltó Arturo, y la
idea le hizo reír con ganas.
Arkaitz negó con la
cabeza.
-No,
no. Lo pasamos bien; estábamos muy enamorados
– pronunció la palabra con cierta sorna, como si no pudiera ser
real -, nos entendíamos a pesar de que su manejo del español era
terrible y el mío del coreano, inexistente, y nos gustaba ir al cine
juntos, tumbarnos en el parque y buscar sitios privados donde
pudiéramos sobarnos a gusto. Pero soy muy consciente de que todas
esas tonterías románticas, aunque existen, sólo duran breves
períodos de tiempo. Fue intenso porque iba a terminar, seguramente
si la cosa hubiera durado más tiempo habríamos acabado tirándonos
los trastos a la cabeza, ella odiando que siempre lleve pantalones
cortos y yo detestando su mirada de ojos rasgados.
-Yo tengo una chica
esperándome para cuando salga de este concurso – dijo Arturo,
dándole un par de golpecitos al cigarro para que cayera la ceniza.
Arkaitz sonrió e
intercambió una mirada cómplice con Pablo.
-¿Y la amas, Arturo?
¿Vas al parque a rodar abrazado a ella por las colinas y luego le
pides, como un caballero, que te permita meterle mano?
-Estamos casados.
Las palabras causaron el
efecto que Arturo buscaba. Los dos muchachos enmudecieron de repente
y se lo quedaron mirando sin saber muy bien qué decir. Al final, fue
Pablo quien consiguió articular:
-Pero... ¿cuántos años
tienes?
-Veintidós.
-¿Y ya estás casado?
-Es una historia un poco
larga, aunque puedo resumirla si quieres. Además, el escritor eres
tú, así que te dejo encargado de los detalles si al final consigues
escribir tu novela – arrojó el cigarrillo al sendero y volvió a
enredar sus dedos con el gorro de lana -. Me casé un par de años,
pero conocía a Sonia desde los dieciséis. Sonia es mi chica. Mi
mujer – sonrió como un idiota y deseó que las cámaras no
hubieran captado ese momento -. Es pelirroja, con el pelo hasta la
cintura y, joder, no es por presumir pero dudo mucho que haya alguien
como ella en todo el mundo.
>>Nos escapamos de
casa a los dieciocho. En realidad, yo llevaba toda mi vida con un pie
fuera, porque mi madre está como una puta cabra y la convivencia ahí
era insoportable pero, todo hay que decirlo, su familia era aún
peor. Su padre era un cerdo machista tarado y agresivo que le hacía
la vida imposible, así que cuando ella no aguantó más, le robé el
coche a mi madre y me presenté en su puerta para que se escapara
conmigo. Y, dentro de lo que cabe, nos fue bien.
Ninguno de sus
compañeros respondió. Le escuchaban con atención.
-Primero alquilamos una
habitación en un piso bastante grande pero no aguantamos mucho
porque el propietario era muy parecido al padre de Sonia. Y desde
entonces fuimos vagando de un sitio para otro, trabajando ahí donde
hubiera algo de curro y consiguiendo llegar a duras penas hasta fin
de mes. Había días que no teníamos nada que llevarnos a la boca, y
dormíamos en cuchitriles pero, qué coño, estábamos felices.
Felices porque, querido Arkaitz, el tiempo de revolcarnos por el
parque, cogernos de la mano y mirar las estrellas nos duró mucho más
de lo que es habitual en otras personas. Y al cabo de dos años
decidimos casarnos...
-¿No es un poco
precipitado? - intervino Pablo.
Arturo se llevó su
cantimplora a los labios y bebió un largo trago. Luego se secó la
boca con el dorso de la mano.
-No fue tanto una
exaltación de amor irrefrenable como una simple cuestión económica.
Nos venía mejor estar casados, por las ayudas y los impuestos y esas
cosas... Además, fue mediante juzgado, sin celebraciones ni nada. Ni
siquiera invitamos a nuestras familias y dudo mucho que se hayan
enterado a no ser que estén viendo este concurso de mierda.
-¿Y por qué coño
decidiste participar aquí? - inquirió Arkaitz -. ¿Sabes lo que te
estás jugando? Hay una posibilidad muy grande de que no seas un
ganador, porque cualquier noche algún hijo de perra puede apuñalarte
por la espalda. ¿Por qué dejaste a tu chica ahí fuera y te metiste
en este juego de locos?
-Me gusta haber captado
tu interés, Arkaitz. Lo que no me gusta es adelantar acontecimientos
pero, ya que te has tomado la molestia de meterme en un lío de tres
pares de cojones con Miguel Batanero, haré un esfuerzo – Arkaitz
lo miró con fingido desdén -. Hace cuatro meses, Sonia se quedó
embarazada.
-¿Qué?
-Como
lo oyes, Pablo. Ambos sabíamos que no era momento de seguir adelante
con algo así, pero tampoco teníamos dinero para interrumpir el
embarazo. Y, qué coño, a ninguno de los dos nos apetecía abortar.
Pero Sonia no podría trabajar hasta que el crío naciera y, una vez
que eso sucediera, ¿quién se iba a encargar de él? Si con dos
sueldos no teníamos para alimentar dos bocas, ¿cómo se alimentan
tres trabajando sólo uno de nosotros? Matemáticas simples. Así que
me paré a pensar y, joder, estuve pensando un buen rato. Casi una
eternidad. Y llegué a la conclusión de que la única manera de
conseguir que mi familia salga adelante era mediante este concurso.
No hay trabajo, no hay posibilidades de levantar tu propio negocio y
la gente se muere de hambre porque no hay dinero. ¿Pues qué mejor
camino que morirte de hambre para
conseguir dinero?
Es un poco irónico, teniendo en cuenta la situación actual, pero
también la única manera real de tener algo, qué digo algo, mucho,
en tus bolsillos.
-Tu hijo nacerá
mientras tú estás aquí – susurró Pablo.
-Y eso es una putada.
Pero mi hijo será lo primero que vea cuando salga de esta isla. Y
podré cogerlo entre mis brazos y saber que va a tener una vida muy
distinta a la mía; que podrá comer cada día, ir a un buen colegio
y matricularse en la Universidad. Siempre y cuando, Batanero no
decida acabar conmigo, claro.
-Menuda putada – gruñó
Arkaitz.
-Todos tenemos nuestras
historias, excepto los gilipollas que se meten para hacerse famosos.
E incluso ellos tendrán algo detrás que les impulse a semejante
insensatez. Lo mío no es nada del otro mundo... - hizo un gesto
hacia el bosque -. Mirad, tenemos visita.
Un muchacho se acercaba
hacia ellos, caminando con una mezcla de cautela y timidez. Era alto,
desgarbado y con el pelo corto, y tenía una sombra de barba que
emborronaba la parte inferior de su rostro y los ojos muy separados,
como un futbolista que Arturo había visto en televisión.
-Lo conozco – dijo
Pablo, levantando una mano a modo de saludo. El chico respondió al
saludo, pareció dudar unos instantes y siguió acercándose -.
Estaba delante de mí en la fila del barco. Llamó hijo de puta al
gordo cabrón que nos organizó en dos hileras; parece buena persona.
Arturo no se lo
discutió. Tenía la mirada de un niño pequeño y su forma de
moverse le recordó a la de una ardilla acercándose a un trozo de
comida sin tener claro si era o no una trampa. Por desgracia, esos
concursos estaban llenos de personas que parecían buena gente y que
acababan convertidos en asesinos.
-Hola – saludó el
chico, deteniéndose a una distancia prudencial -. Soy Marcos
Martínez, el Concursante Número Once...
-¿Qué haces por aquí?
- preguntó Pablo, incorporándose -. Hablamos en el barco. Llamaste
hijo de puta a ese gordo...
-Y no me arrepiento –
rió -. Creo que hicieron que un obeso nos organizara para reírse de
nosotros, como han hecho con el cuadro de la última cena y esas
frutas de plástico.
-El puto Ray Spakowski –
murmuró Arkaitz.
-¿Necesitas algo? -
inquirió Pablo.
-Eh... Bueno... - el
chico se mordió nervioso el labio inferior -. He visto lo que ha
ocurrido junto al pozo. La verdad es que no me fío mucho de la
gente, pero unas personas capaces de plantarle cara a Miguel Batanero
me parecen dignas de confianza. Me... Me preguntaba si tendríais
algún problema en... en que me uniera a vosotros. Pensaba ir por
libre, pero me da la sensación de que no sois de los que te matan
mientras duermes.
-¿Y tú? - intervino
Arturo, sin incorporarse -. ¿Dentro de qué grupo de gente te
incluirías?
Marcos contestó de
inmediato.
-Del tipo de personas
que ya se están preguntando por qué mierda decidieron meterse en
este concurso.
Todos rieron, incluso
Arturo. Contar su historia le había levantado un poco el ánimo. Le
había ayudado a recordar por qué quería salir con vida de ese
lugar.
-Por mí no hay ningún
problema – dijo Arkaitz -. Si no podemos confiar en otras personas,
estaremos todos muertos antes del primer mes. Me llamo Arkaitz.
Ni Arturo ni Pablo se
mostraron reticentes. Mientras estrechaban la mano al recién
llegado, Arturo pensó en los dos bandos que se estaban formando. Uno
capitaneado por Miguel Batanero, el otro representado por quienes se
habían atrevido a enfrentarse a él.
Arturo sólo deseaba no
estar en el bando equivocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario