Estos primeros días, y aprovechando que es fin de semana, haré una actualización diaria para "entrar en tema" cuanto antes para, después, pasar al ritmo habitual de una actualización cada dos días (salvo imprevistos) ¡Espero que os guste!
¡No olvides leerte todo lo anterior en la actualización previa!
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ENTREVISTA AL
CONCURSANTE MASCULINO #1: GABRIEL ABELLÁN
Gabriel Abellán sale
al plató recibido por una oleada de aplausos. Es un chico alto y
atlético, con el pelo rubio y una sonrisa de modelo que arranca
varios chillidos a algunas de las mujeres del público. Saluda a
quienes le vitorean alzando ambas manos y luego estrecha la mano de
Ray Sparowski. El Concursante y el presentador intercambian unas
palabras que el micrófono no recoge y luego Ray le invita a
sentarse. Gabriel Abellán aún se toma su tiempo para volver a
saludar a sus fans y entonces toma asiento.
-Como acabamos de
comprobar, no te faltan apoyos, Gabriel. Partes como uno de los
favoritos y, si no me equivoco, ya tienes contrato para aparecer en
portadas de revistas siempre y cuando te conviertas en Ganador. ¿Cómo
sienta eso?
-La
verdad es que estoy deslumbrado, Ray, y no es por culpa de los focos.
(Ríe)
He
contado con mucho apoyo desde que se hizo pública mi participación
en este increíble concurso y creo que el calor del público es
esencial para soportar los seis meses que quedan por delante.
-¿Cuáles son los
motivos que te han llevado a participar en este programa? No parece
que te falten muchas cosas. Eres un tipo bastante atractivo, traes
locas a las mujeres y, si no me equivoco, con tan solo dieciocho años
has sacado adelante a un equipo de fútbol que parecía condenado al
olvido. Dicen que eres el mejor capitán de tu generación.
-Por desgracia, desde
que quitaron las becas a deportistas, el fútbol no te da de comer. Y
yo quiero estudiar una carrera, ¿sabes Ray? Quiero entrar en Derecho
y convertirme en abogado. Para tener éxito en el deporte se necesita
mucho esfuerzo y mucha suerte, y me temo que debido a una lesión en
mi rodilla no voy a poder dar todo en el terreno de juego. Así que
estoy aquí para ganarme una buena fortuna y poder pagar mis
estudios.
-Si te conviertes en
Ganador, y según los analistas tienes un noventa y cinco por ciento
de posibilidades de conseguirlo, ganarás mucho más dinero que el
mejor de los abogados.
-En ese caso quizá deje
la carrera de lado y disfrute de la vida que me gane en esa isla.
-¿Por qué crees que
puedes convertirte en un Ganador?
-Da
igual lo que yo piense, son los analistas los que hablan. (Ríe)
Pero
creo que hay tanta confianza puesta en mí no sólo porque sea
fuerte. Quiero decir, el físico es muy importante. Me he ejercitado
desde que soy pequeño y creo que puedo plantar cara a cualquier
rival, pero hay algo más. (Se
lleva un dedo a la sien)
Lo que hay aquí dentro. No es que tenga confianza en que voy a
ganar, sino que sé
que
voy a hacerlo. Y estoy dispuesto a cualquier cosa con tal de
conseguirlo. Además tengo capacidad de liderazgo, como mis logros en
el fútbol han demostrado, y puedo organizar a un grupo de gente para
que salgan de esto conmigo.
-Aparte de jugar al
fútbol, ¿qué más te gusta hacer?
-Me
encanta follar. (Tanto
él como Ray ríen)
-¿Follar?
-Nunca
he tenido mucho problema en conseguirlo y si preguntas por ahí te
dirán que lo hago bastante bien. Aparte de eso me gustan las
juergas. Creo que he estado en todas las discotecas del país y de
todas ellas he salido con éxito (Le
guiña un ojo)
Y me gusta el Programa, por supuesto. Llevo viéndolo desde su
primera edición, así que creo que he aprendido mucho de los
ganadores que me han precedido.
-Dicen que una
soberbia excesiva puede llevar a la perdición a muchas promesas.
-La soberbia es para los
inseguros. Yo no tengo soberbia. Yo sólo digo las cosas tal y como
son, Ray.
-¿Hay algún rival
que te imponga cierto respeto?
-(Tarda
unos segundos en contestar) No.
La verdad es que no. Yo no tengo intención de hacer daño a nadie
mientras no sea necesario, ojo, pero por otro lado, si alguien me
ataca me defenderé. ¿Y sabes una cosa? No creo que tenga que tener
miedo de mis rivales. Son mis rivales los que tendrían que temerme a
mí.
4
Pablo
salió de la cafetería detrás de Verónica Sainz, la Concursante
Femenina Número Trece. Era una chica muy alta que parecía una
atalaya delgada y, dada la torpeza de sus movimientos, a punto de
derrumbarse en cualquier momento. Tenía la piel aceitunada y una
larga melena negra que le caía en suaves ondas hasta casi el final
de la espalda. Pensó en lo que Verónica había dicho, en la
posibilidad de que todos salieran con vida del concurso, y se
preguntó si la chica era realmente
consciente de
dónde se había metido. Luego se preguntó si alguno de ellos lo
era.
Mientras se dirigían al
pasillo de la Cubierta B, se cruzaron con otros concursantes, todos
ellos cargados con sus mochilas y bolsas de deporte, que se mezclaron
en una pequeña fila donde se formaban pequeños grupos que acababan
disgregándose con la misma velocidad. Saludos, manos estrechadas.
Una chica vestida con una camiseta de tirantes blanca que dejaba al
descubierto sus brazos cubiertos de intrincados tatuajes lo adelantó
por la izquierda y Pablo se fijó en que Salvador del Pozo, el
Concursante Número Cinco y fiel reflejo del arquetipo de rastafari
un poco colocado, seguía con la mirada el contoneo de su trasero.
Vio al grupo de cinco chicas, amigas desde la infancia, que habían
decidido participar juntas en el juego. Caminaban un poco apartadas
de las demás y la forma que tenían de hablar, de gesticular, y de
reír nerviosas con algún comentario, le hizo pensar a Pablo que se
encontraba en un instituto justo al terminar las clases y no en lo
que para muchos se convertiría en una especie de corredor de la
muerte. Eran muy niñas. Una de ellas estaba tan delgada que parecía
a punto de desaparecer, pero tenía el pelo largo, liso y negro y, a
diferencia de sus compañeras, se dedicaba a observar con atención
todo cuanto tenía a su alrededor. Alicia Cortés, Número Cuatro,
que había dicho en su entrevista que quería estudiar Derecho y
Administración de Empresas y que sacaba las mejores notas de su
comunidad autónoma. Aunque quien destacaba en todo ese grupo era la
Concursante Número Once, que ya había atraído la atención de
varias revistas y protagonizado unos cuantos reportajes fotográficos
en cuanto se hizo pública su participación en el juego. Se trataba
de Sandra Palau y parecía ligeramente más mayor que sus amigas. La
verdad es que era imposible apartar la mirada de su cuerpo
escultural, de la seductora curva tanto de sus pechos como de su
cintura, de ese rostro suyo que mezclaba determinación e inocencia,
coronado con unos brillantes ojos azules y de la melena rubia que se
derramaba sobre sus hombros. Sobresalía una cabeza por encima de las
demás e incluso en su forma de moverse era distinta. Parecía ajena
a las conversaciones de sus amigas, pero lejos de permanecer atenta a
los posibles adversarios parecía más interesada en... ¿lucirse?
Los jóvenes se
arremolinaban al fondo del pasillo, donde había dos miembros del
equipo de seguridad armados con fusiles para evitar disturbios. Entre
ambos había un hombre bastante gordo, calvo y con una barba de
candado que rodeaba sus labios. Se acercó un altavoz a la boca y
habló a través de él.
-¡Pónganse en dos
filas, una para los concursantes masculinos y otra para los
femeninos! ¡Y en orden alfabético! - señaló un punto vacío junto
a sus pies -. ¡Frente a mí los Números Uno, y al final de la
hilera los Quince! ¡Vamos, vamos, vamos! ¡No pretendo ser tan
simpático como vuestro querido Ray Spakowski ni soy la mitad de
divertido, lo único que quiero es terminar con esto cuanto antes
para llegar a cenar a mi casa!
-Hijo de puta –
murmuró una voz al lado de Pablo. Se volvió hacia el chico
desgarbado y de pelo corto que había hablado y éste se encogió de
hombros y le dirigió una tímida sonrisa.
Los
muchachos empezaron a formar en una caricaturesca imitación de
disciplina militar. Pablo vio que la concursante Número Uno, una
chica pija con el pelo castaño recogido en una coleta y la piel
escondida bajo una máscara de maquillaje, arrastraba tras de sí una
maleta con ruedas en vez de una mochila. Le pareció tan ridículo
como divertido. Pablo ocupó su puesto, justo delante de Arkaitz, al
que le seguía Abdel, y el chico que ocupó la posición justo
delante de él resultó ser el mismo que había llamado Hijo
de puta al
hombre calvo y gordo.
-¡Rápido!
¡Desembarcaremos dentro de nada y no tenemos todo el día!
Pablo localizó a Miguel
Batanero, el favorito de las apuestas, en la parte delantera. Era un
auténtico mastodonte. Con cada paso que daba, los músculos se
movían debajo de su camiseta blanca y los brazos que quedaban a la
vista lucían unos bíceps hinchados y surcados por venas que eran
más grandes que la cabeza de muchos concursantes. Batanero, de
mandíbula cuadrada, ojos afilados y cabello negro muy, muy corto,
parecía a punto de reventar por su propia potencia. Apartó de un
empujón a un concursante, que se quejó pero no se atrevió a
plantarle cara, y se situó en la posición que le correspondía al
Número Tres.
Mientras terminaban de
organizarse, Pablo pensó en la isla donde iban a transcurrir los
juegos. A cada concursante le habían entregado un mapa de aquel
pequeño islote, que en otro tiempo había pertenecido a un pequeño
pueblo de pescadores que llevaba un par de décadas abandonado. Tenía
forma de croissant y, según las indicaciones, el puerto se hallaba
en el suroeste, junto a un faro situado en lo alto de unos
acantilados. Desde ahí nacía un sendero que discurría entre casas
desalojadas y en ruinas hasta conducir al corazón del pueblo, donde
las viviendas se arracimaban alrededor de un pozo y en donde se
encontraba la mansión, en otro tiempo impotente, ahora apenas una
casa encantada y mugrienta, de quien había sido el hombre más
poderoso de la aldea. Había bosques y un grupo de viviendas situado
al noroeste, así como varias cabañas y granjas en la zona elevada
del este. Por lo visto, el cuerno derecho del croissant estaba
compuesto por un sistema de cuevas y cavernas que podía convertirse
en un auténtico laberinto.
-¡Muy bien! ¡Muy bien,
muchachos! - bramó el hombre -. ¡Ya estáis todos organizados,
aunque cualquiera con un poco de idea diría que estas dos filas son
una auténtica mierda! Por desgracia, no estáis aquí para aprender
orden, sino para sobrevivir. Y ahora mirad a vuestros lados, a las
personas que hay delante y a las que tenéis detrás – esbozó algo
parecido a una sonrisa repugnante -. Ninguno de ellos es vuestro
amigo. Habéis venido aquí a competir, y no sólo queremos un
ganador, sino un ganador que haga que la audiencia se ponga en pie
cuando salga con vida de aquí. ¡Desembarcamos en seis minutos!
El hombre gordo les dio
la espalda y se puso a hablar con los dos soldados. Pablo siguió
pensando en la isla. Habían rodeado todo el terreno con una alta
verja de metal de cinco metros de alto cuya parte superior estaba
electrificada. Era una manera de evitar fugas cuando la situación se
tornara desesperada y de evitar que los concursantes tuvieran acceso
al mar, donde podrían pescar y alimentarse. Además, habían
instalado dispositivos que mantenían alejadas a las aves y, por lo
visto, habían arrasado todos los bosques para sustituirlos por
réplicas exactas en plástico. No había ningún nutriente en toda
la isla.
-¡Escuchadme! - la voz
sonó como un trueno y por un segundo Pablo pensó que el hombre
calvo iba a decir algo más, pero no se trataba de él, sino de
Miguel Batanero. El fortachón se había situado entre las dos filas
y paseaba la mirada entre los concursantes como si fuese un sargento
de instrucción. Algunos muchachos murmuraron, nerviosos -. ¡Sólo
hay un pozo en esta isla, y vamos a tener que organizarnos también
para obtener agua! ¡No quiero que ahí fuera nos convirtamos en
salvajes y cada uno campe a sus anchas esperando el momento de
enloquecer y atacar a los demás mientras duermen! Así que vamos a
organizarnos. Nos reuniremos todos frente a la mansión del pueblo,
cerca de la plaza, y una vez ahí...
-¿Y a ti quién te ha
nombrado líder, Batanero? - intervino Gabriel Abellán con una
sonrisa desafiante.
No hubo respuesta.
Tampoco hubo tiempo a que nadie dijera nada. Miguel Batanero,
simplemente, embistió contra él, apartando de un empujón al
Concursante Número Dos que se interponía entre ambos. La espalda de
Gabriel se estrelló contra la pared y su nuca la golpeó con un
sonido seco. El muchacho, que quería ser jugador profesional de
fútbol pero que, debido a una lesión en la rodilla, no iba a
conseguirlo, emitió un quejido ahogado y después sus pulmones se
vaciaron de aire cuando Miguel le propinó un puñetazo en el
estómago. El Concursante Número Uno se arqueó hacia delante y
varios jóvenes se apartaron y soltaron exclamaciones de asombro que
no hicieron mella en el Número Tres. Cogió del cuello a Gabriel y
volvió a estamparlo contra la pared, levantándolo un palmo del
suelo. Los músculos de su brazo palpitaban, y un reguero de sangre
caía desde su nariz.
-¡Déjalo en paz, mala
bestia! - chilló Laura.
Miguel Batanero acercó
mucho su rostro cuadrado al semblante sudoroso y atemorizado de
Gabriel. El organizador y los soldados contemplaban la escena sin
intervenir.
-Nadie me ha nombrado
líder, niñato, pero estoy seguro de que no vas a ser tú quien me
discuta esa posición. ¿Crees que no tienes que temer a nadie? Más
vale que no me toques los cojones o te mataré antes de que tengas
tiempo a lucirte frente a las cámaras.
¡Oh, oh, oh! Parece
que los nervios están a flor de piel y que algunos de nuestros
concursantes son conscientes de lo que anda en juego. Sin duda,
Miguel Batanero va a ser un contrincante duro de pelar. ¿Podrá
salir Gabriel Abellán de la terrible situación en la que se ha
metido? ¿Superará la humillación y se convertirá en el líder
nato que se supone que es? ¡Recuerden que esta noche entrevistamos a
los padres del Concursante Número Uno, a las 22.30, en nuestro
plató! Quizá tengan algo que decir de este violento encuentro.
-¿Lo has entendido? -
escupió Miguel Batanero a la cara enrojecida y contraída de
Gabriel.
Éste jadeó, sujetando
la gruesa muñeca de su atacante con ambas manos y pataleando como un
muñeco roto.
-S... sí... - alcanzó
a decir.
-Espero que no vuelvas a
interponerte en mi camino.
Miguel lo soltó y el
Concursante Número Uno cayó sentado al suelo, respirando
agitadamente, y se deslizó el dorso de la mano por debajo de la
nariz, manchándolo de sangre. Sus ojos vagaron por quienes estaban
pendientes de él.
-¿Qué estáis mirando?
¿Qué coño estáis mirando?
Se había organizado un
pequeño revuelo y las hileras se habían roto y, sus integrantes,
mezclado. Pablo permaneció en su puesto y vio, cerca de donde se
encontraba, a Arkaitz hablando apresuradamente con Verónica y Laura.
Mientras escuchaba, Laura lanzaba miradas cargadas de odio a Miguel
Batanero, que se estaba ajustando las mangas de la camiseta antes de
hablar de nuevo.
-Como estaba diciendo
antes de que este gilipollas me interrumpiera, nos reuniremos en la
mansión de la isla. Podremos hacer un reparto de habitaciones y
organizarnos para sobrevivir. Quien no quiera aparecer, lo
consideraré automáticamente un enemigo potencial, y puedo
aseguraros que no me porto bien con mis enemigos.
-Oye, tío... - empezó
Gabriel, incorporándose -. Perdona, pero no quería...
-Cállate.
-¡Ya ha sido
suficiente! - habló el hombre gordo -. ¿Dónde diablos están mis
filas? Joder, sois los concursantes que más problemas han dado antes
de empezar. ¡Venga, venga, moveos u os freímos a tiros aquí mismo!
Cuando las hileras de
nuevo estuvieron más o menos formadas, Arkaitz, situado a la espalda
de Pablo, le puso una mano en el hombro y le susurró al oído:
-Antes de decidir si nos
reunimos o no con ese tarado, Laura, Verónica, Abdel, Salvador y yo
vamos a quedar en las viejas escuelas. ¿Sabes donde se encuentran?
Pablo asintió con la
cabeza. Se hallaban cerca de las viviendas situadas en el noroeste y
eran un par de edificios arcaicos y estropeados donde apenas quedaban
unos pocos pupitres y alguna pintada fantasmal en las pizarras.
-¡Perfecto! Y ahora un
breve repaso de las reglas – el gordo carraspeó y cruzó los
brazos ante el pecho -. La principal regla es que no hay reglas una
vez llegados a este punto. El concurso dura, en principio, seis
meses. Seis meses en los que estaréis aislados dentro de esa isla.
Las puertas de entrada no volverán a abrirse hasta transcurridos ese
tiempo, y no intentéis escapar porque es imposible. Poner un pie
fuera del terreno de juego te convierte automáticamente en Desertor
y puedes ser abatido a tiros por nuestros guardias de seguridad, sin
avisos que valgan. Ahí dentro podéis hacer lo que queráis. Podéis
mataros unos a otros si os van las orgías de sangre y queréis
acabar cuanto antes con eso, porque en cuanto quede una persona con
vida, sólo una, sin importar el tiempo que falte hasta finalizar el
concurso, éste se convertirá en Ganador y será liberado. Sin
embargo, si no queréis ganaros muchos enemigos desde el primer
momento o tenéis cierto reparo en empezar a apuñalar y estrangular,
podéis decantaros por la supervivencia – sonrió -. Dentro de seis
meses, todo aquel que quede con vida será Ganador. Pueden ser dos
personas, siete o veinte, no importa el número, tenemos dinero de
sobra. Por desgracia, la supervivencia no es tan sencilla. No hay
ninguna clase de alimento en esa isla. Moriréis de hambre. A no ser,
claro, que aprovechéis la única comida que os queda – la sonrisa
se hizo más amplia, como si el hombre estuviera saboreando sus
palabras -. La carne que tanto vosotros como vuestros compañeros
habéis traído sobre vuestros huesos.
Pablo prácticamente
pudo imaginar los aplausos y gritos de júbilo del público en el
plató y la audiencia en sus casas. El barco hizo un breve movimiento
que le obligó a sujetarse para mantener el equilibrio y entonces se
detuvo. Las puertas que había detrás del hombre y los dos soldados
se abrieron, dejando ver un rectángulo donde se distinguía la
entrada de la muralla de metal. Al otro lado un sendero que parecía
una cicatriz surcando un terreno árido y hostil.
-¡Saldréis en orden,
conforme diga vuestros nombres! - anunció el organizador, y uno de
los soldados le tendió un fichero con la lista de jugadores -.
¡Buena suerte, muchachos, y que ganen los mejores! ¡Concursantes
Número Uno, Gabriel Abellán y Marta Agramonte! ¡Vamos!
Gabriel, aún aturdido
por los golpes que había recibido, y Marta, arrastrando su maleta de
ruedas, atravesaron la salida del barco y cruzaron por una amplia
pasarela hasta la isla.
-¡Concursantes Número
Dos! ¡Joaquín Arnal y Laura Badal!
Los nombres se sucedían
a toda velocidad y el suyo cada vez estaba más cerca. Se preguntó
qué pasaría si, al escucharlo, se quedaba ahí, helado, junto a la
salida, incapaz de avanzar hacia esa isla llena de horrores. ¿Qué
harían? ¿Los soldados lo empujarían o directamente le volarían la
cabeza por no seguir las normas, como había ocurrido con el chico
que intentó escapar del barco? De cualquier modo quedaría en
ridículo. Igual se meaba en los pantalones y sería recordado como
el niño llorica que no consiguió dar un paso hacia el concurso más
famoso del mundo.
Con el rostro
inexpresivo, miró a todas partes y sus ojos se encontraron, primero,
con los de Arkaitz, que parecía sumido en sus propios temores, y
después con los de la Concursante Número Doce, que temblaba
ligeramente a su derecha. No había reparado hasta entonces en su
compañera, distraído por los nervios y por los últimos
acontecimientos, pero era realmente preciosa. ¿Cómo se llamaba? No
tenía ni idea. A pesar de su físico envidiable, alta, delgada,
atractiva, a pesar de su rostro angelical y de sus ojos azules
enmarcados en gruesas sombras, su piel pálida y su larga melena
rubia, la Concursante Número Doce se las había arreglado para pasar
desapercibida en los meses previos al concurso. Eran muchos los
participantes que preferían aprovechar su última temporada de
anonimato, pero una joven así tendría que haber acaparado la
atención de todas las cámaras. No tenía nada que envidiar a Sandra
Palau y, además, estaba envuelta en un aura de misterio de lo más
seductora.
Pablo sacudió la
cabeza. Se podía decir que se la estaba comiendo con los ojos, y eso
era un comentario bastante irónico dada la naturaleza del concurso.
Además, si las cámaras le captaban observando así a la chica,
quedaría como un maníaco sexual delante de todo el mundo.
-¡Concursantes Número
Doce! - rugió el hombre calvo, y sólo entonces Pablo fue consciente
de que no quedaba nadie delante de él. De pronto la mochila le
pareció muy pesada y las correas le laceraban los hombros -. ¡Pablo
Navarro y Marina Ros!
-Buena suerte –
susurró Arkaitz a su espalda.
<<Ya está, ya
está>>, pensó, al borde de una repentina locura.
Pero sus pies avanzaron,
a la vez que los de Marina Ros. Pasó junto al hombre gordo y los dos
soldados, que se le antojaron formas difuminadas, sin rostro,
fantasmas de un mundo al que ya no pertenecía. Salió a la pasarela
y se le encogió el estómago al contemplar la gigantesca muralla de
metal que circundaba la isla. El faro, que parecía un dedo
esquelético y retorcido señalando al cielo, sobresalía por encima
de los muros. Cruzaron las puertas y se internaron, en silencio, pues
los vítores y aplausos habían quedado en el plató, en el sendero
que conducía hasta el pueblo.
El concurso había
comenzado.
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