miércoles, 27 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Séptima Actualización


Comenzamos con un delicioso tercer capítulo dentro de los "Entrantes" de la novela. La violencia ya ha comenzado. ¿Podrá pararla alguien?


III
Ravioli de cordero con infusión de hierbabuena

1

Despertó en mitad de la oscuridad con el estruendo de la música clásica. Parecía brotar de todas partes, como si una orquesta se hubiera colado en el aula donde dormía e hiciera sonar los violines y las violas y los pianos y todos los instrumentos creados a lo largo de la historia justo junto a sus oídos.
-¿Pero qué cojones? - soltó Pablo, incorporándose sobresaltado. Ya era la segunda vez en ese día que dejaba escapar esa expresión; la primera había sido al ver el cuadro de la Última Cena. Ahora, con ese improvisado concierto sonando en mitad de la noche.
-¿Qué...? - gruñó a su lado Salvador, poniéndose una mano en la cabeza -. ¿Qué coño está pasando?
Arturo y Arkaitz llegaron corriendo por el pasillo. Parecían asustados. Laura y Verónica salieron de su habitación, tambaleándose, seguidas de Abdel, que movió los labios. Sus palabras quedaron eclipsadas por el elevado volumen de los instrumentos.
-Es el puto canon de Pachelbel – susurró Pablo.
Y sin que la alegre melodía, que hacía pensar en campos cubiertos de flores, amaneceres junto a la costa y arroyos cristalinos discurriendo entre frondosos bosques, cesara, la voz de Ray Sapkowski se elevó por encima de los bellos acordes.
-¡FELICIDADES, MUCHACHOS! ¡SON LAS TRES Y CUARENTA Y TRES DE LA MADRUGADA DEL PRIMER DÍA DE CONCURSO Y YA PODEMOS CELEBRAR A NUESTRA PRIMERA VÍCTIMA! ¡GABRIEL ABELLÁN, EL CONCURSANTE NÚMERO UNO, HA SIDO ELIMINADO! ¡ÁNIMO, JUGADORES, YA SÓLO QUEDAN VEINTINUEVE QUE BATIR!
La música concluyó con un solo de violín y de pronto se hizo el silencio. El grupo se contempló, confundido. Pablo parpadeó, intentando comprender aquellos repentinos acontecimientos; apenas hacía media hora que había logrado conciliar el sueño, después de cumplir su turno de guardia junto a Salvador, y el cabrón de Ray Sapkowski lo había despertado con aquel canon atronador.
-¿Ya hay un muerto? - Laura se llevó una mano a la boca -. ¡Dios mío! No puede ser. No puede...
-Casi es un récord – musitó Arkaitz, apoyándose en la pared, aturdido -. Creo que fue en la cuarta edición donde un chaval se puso a matar para terminar el concurso lo antes posible y se cargó a alguien nada más salir del barco. Pero, sin contar con él, siempre han pasado varios días hasta que alguien caía...
-¿Quién habrá sido? - preguntó Arturo, retorciendo nervioso el gorro de lana -. ¿Quién coño está tan loco como para matar la primera noche? ¿Ese hijo de puta de Batanero?
-Tal vez se haya suicidado... - Verónica, vestida con un pijama rosa, parecía más niña y frágil que nunca -. Quizá no haya podido soportar el estar solo y...
-Cuando entras en este concurso estás dispuesto a soportar mucha mierda antes de rendirte – contestó Arkaitz, meneando la cabeza -. Dudo mucho que la muerte de ese pobre desgraciado haya sido voluntaria.
-Quizá haya sido el Concursante Número Diez, Félix Llacer – intervino Abdel -. El que no respondió a ninguna de las preguntas del presentador. Ese tío tiene pinta de lunático. Quizá haya sido él, quizá...
-¿Qué hacemos? - preguntó Laura -. ¿Qué hacemos ahora?
-¿Qué quieres hacer? - replicó Arturo -. Estaba claro que, antes o después, alguien iba a morir; resulta que ha sido antes. ¿De verdad no te lo esperabas? Tenía que acabar ocurriendo.
-Vete al Infierno.
-No merece la pena preocuparse por eso ahora – dijo Arkaitz -. Lo importante es que nosotros estamos bien y sabemos que el asesino no es ninguno de los que estamos aquí. Tendremos los ojos abiertos y mañana veremos que tienen que decir los demás ante este incidente; ahora intentad descansar. Las cosas van a ponerse más difíciles.
El grupo empezó a dispersarse. Arkaitz y Arturo salieron al pasillo y los otros tres muchachos regresaron a su habitación.
-Era uno de los favoritos – murmuró Abdel antes de marcharse, como si aquello significara algo.
Salvador no tardó en dormirse, pero Pablo no logró conciliar el sueño hasta el amanecer. Los pensamientos se apelotonaban en su cabeza, unidos a los movimientos de sus tripas, que exigían algo de comida. En su mente aparecieron los rostros de los demás concursantes, y se encontró sospechando de cada uno de ellos. Incluso llegó a pensar que, tal vez, Gabriel había intentado acercarse a la escuela para pedir ayuda y Arturo y Arkaitz lo habían despachado. Tenía sentido. Arkaitz había dicho que Gabriel era peligroso, así que tal vez se lo habían cargado para proteger al resto. ¿Qué pasaría entonces si, llegado el momento, se volvían locos y también consideraban una amenaza a Pablo?
Sacudió la cabeza. No. Arkaitz y Arturo eran inocentes. Si se dejaba llevar por sus miedos, Ray Sapkowski ganaría; era lo que el presentador pretendía con toda esa parafernalia de música clásica y el anuncio de la primera víctima, generar desconfianza entre todos los demás. Que empezaran a considerar peligrosos a quienes les rodeaban. Que se alejaran unos de otros, convirtiéndose en bestias inhumanas y hambrientas. No podía permitirlo. No podía dejar que los organizadores del concurso ganaran el juego.
Cuando los primeros rayos de sol rasgaron como cuchillos la oscuridad del aula, Pablo se quedó dormido.

2

<<Tengo hambre>>, pensó Verónica mientras salía de la escuela.
La acompañaban Laura, Arkaitz y Arturo. Llevaban consigo sus propias cantimploras y también las de quienes se habían quedado en la escuela, para rellenarlas en el pozo. Ninguno parecía tener ganas de hablar; el asesinato que había acontecido durante la noche pesaba como una losa sobre ellos. Y seguramente también el hambre. Mientras caminaban por el sendero que recorría como una cicatriz el bosque de plástico, Verónica vio que Arkaitz se llevaba una mano, inquieto, al estómago. Intercambió una mirada con él y el muchacho esbozó una débil sonrisa, como disculpándose.
Había un gran revuelo alrededor del pozo. Varios de los concursantes se habían reunido frente a la casa de Miguel Batanero y hablaban acaloradamente. El autoproclamado líder iba enfundado en una camiseta blanca que marcaba sus músculos y que parecía a punto de desgarrarse por el volumen de su cuerpo.
-¡Hay un asesino entre nosotros! - decía, con el ceño fruncido -. Un maldito psicópata dispuesto a matar desde el primer día, y tenemos que descubrir quién es antes de que vuelva a actuar.
-Voy a acercarme a cotillear un poco – musitó Arturo -. ¿Os ocupáis de las cantimploras?
Había una chica en el pozo. Estaba tirando de la cuerda para extraer un cubo de agua, y cuando lo tuvo a altura de los ojos lo cogió con ambas manos y bebió directamente de él. Parte del contenido se derramó por su barbilla y le empapó el pecho de la camisa; tenía el pelo castaño desgrañado y parecía asustada. Tal era su aspecto que Verónica tardó unos segundos en reconocerla. Era Marta Agramonte, la chica bien arreglada que llevaba una maleta con ruedas como si fuese de vacaciones.
-Hola – la saludó, situándose a su lado.
Marta posó sus ojos sobre Verónica. La joven habría preferido que la mirara con desdén, o incluso con miedo. Sin embargo, la Concursante Número Uno la observó con una inexpresividad propia de una estatua, como si el ser humano que tenía dentro hubiera escapado de su cuerpo y se encontrara a kilómetros de distancia.
-¿Estás bien? - le preguntó.
-Déjame en paz.
Marta depositó el cubo en el borde del pozo y se alejó a grandes zancadas. Arkaitz y Laura le contemplaron mientras se alejaba.
-Se está volviendo loca – dijo el muchacho, en voz baja.
-Normal – contestó Laura -. Han matado a alguien en plena noche, y esa chica está sola. Eso volvería loco a cualquiera.
-Me gustaría hablar con ella... - musitó Verónica.
Arkaitz rió.
-Adelante. Pero ten cuidado, no vaya a morderte.
Ese comentario fue más que suficiente para que Verónica se quedara con sus compañeros, llenando las cantimploras. Intentó escuchar algo de lo que discutían a apenas unos metros de distancia, pero eso se había convertido en un gallinero donde todos se interrumpían hasta que, de tanto en tanto, Miguel conseguía poner orden e insistir en que necesitaban un sistema de seguridad para evitar nuevos ataques.
-Laura – dijo de pronto Arkaitz, sumergiendo una de las cantimploras en el pozo -. ¿Por qué entraste en este concurso?
Verónica bebió un sorbo de la suya. Estaba fría y resultaba agradable, sobre todo teniendo en cuenta que era lo único que iba a llegar a su estómago en mucho tiempo.
-La verdad es que no lo sé.
-¿Qué le contestaste a Ray cuando te lo preguntó?
-No debieron importarle mucho mis razones porque no me lo preguntó. Pero de todos modos, ahora eso no importa, ¿no? Lo que nos impulsara a entrar aquí no nos convierte en ganadores. Mira lo que le ha pasado a Gabriel. Ese pobre chico se apuntaría al concurso para hacerse famoso o rico o ambas cosas y ahora sólo Dios sabe donde está su cuerpo.
-Y su asesino – apostilló Arkaitz.
Los ojos verdes de Laura se apagaron un poco. Que se mostrara pesimista asustó a Verónica aún más que el propio crimen. Laura Badal se había mostrado tan ingenua como ella durante la charla en el barco, pero algo había cambiado esa noche. De pronto era consciente de donde se había metido, y Verónica sentía que ella misma empezaba a serlo. Y lo peor de todo era que también sabía que aún no había alcanzado a comprender el alcance de las consecuencias de participar en ese juego de locos y que, cuando al fin lograra entenderlas, se volvería loca.
Entonces se percató de que Miguel Batanero se había alejado del grupo y se dirigía directamente hacia ellos. Parecía una gran apisonadora a la que no le importaba lo que pudiera encontrar en el camino y que avanzaba imparable bajo la atenta y curiosa mirada de otros concursantes. A pesar de que Verónica era bastante alta, apenas le llegaba a la altura del cuello y, por supuesto, se necesitaban muchas chicas como ella para igualar la anchura de sus hombros. Sintió que, a su lado, Laura contenía la respiración y Arkaitz, inconscientemente, dio un paso adelante como para protegerlas de aquel muchacho.
-Vosotros, ¿estáis juntos? - preguntó, mirando desdeñoso a Arkaitz.
-Sí – contestó éste.
-¿Cuántos sois y dónde estáis instalados?
-¿Necesitas tener un control del lugar donde se encuentra cada uno de los concursantes?
Miguel ladeó la cabeza y miró a Arkaitz como si fuera un molesto insecto que pudiera aplastar en cualquier momento bajo su bota.
-Puedes contestarme o puedes enfrentarte a mí si lo deseas, niñato, pero la última persona que hizo eso no ha permanecido mucho tiempo con vida.
-Estamos en las escuelas – se apresuró a contestar Verónica para evitar un enfrentamiento entre su compañero y esa bestia. Batanero giró la cabeza bruscamente hacia ella y sonrió, divertido -. Somos siete, y ninguno de nosotros hizo daño a Gabriel.
-Veo que vas bien acompañado, chico – dijo Miguel, recorriendo con la mirada el cuerpo de Verónica con tanta intensidad que ésta sintió que estaba viendo algo dentro de ella. Entonces se volvió hacia Laura y, al reconocerla, su gesto altivo mudó hacia la sorpresa -. ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Laura Badal! Joder, no esperaba que tuvieras valor para acercarte al pozo al menos durante los primeros meses...
-Déjala en paz – dijo Arkaitz.
-Cállate, imbécil – Miguel lo apartó a un lado de un empujón y se acercó un poco más hacia Laura, inclinándose sobre ella. La chica tenía los puños muy cerrados, su piel pálida se había ruborizado y se enfrentaba a los ojos del Concursante Número Tres con una rabia contenida que hacía subir y bajar su pecho en una respiración agitada -. No esperaba que hicieras amiguitos tan rápidamente, bonita, sobre todo teniendo en cuenta tu gran facilidad para quedarte sola...
-Maldito cabrón, no te atrevas a...
-¿También vas a traicionarlos a ellos? - se volvió hacia Arkaitz, que tenía todos los músculos en tensión dispuesto a saltar sobre Miguel si la ocasión lo requería -. Yo no me fiaría mucho de ella. Tiene cierta tendencia a apuñalar por la espalda a la gente que le importa y, además, es tan idiota que siempre acaban descub...
-¡Hijo de puta! - chilló Laura, y le cruzó la cara de una bofetada. Miguel retrocedió, sorprendido, mientras tres líneas de sangre se abrían en su mejilla izquierda, y Verónica sintió que el tiempo se ralentizaba mientras las miradas de Miguel y Laura chocaban con el estrépito de dos trenes de alta velocidad. Batanero gritó algo, tal vez puta, perra o zorra, y dio un paso hacia ella levantando polvo con la suela de sus botas. Arkaitz cargó contra él, hundiendo el codo en su cintura, y aunque aquel monstruo se arqueó un poco dio la sensación de que no le había hecho daño. Con los dedos engarfiados, cogió a Arkaitz por la cara y lo empujó haciéndole caer de espaldas al suelo y luego se volvió hacia el chico. Verónica gritó. Gritó porque no sabía qué más hacer y porque fue vagamente consciente de que aquello no era una pelea normal. Un enfrentamiento en ese concurso sólo podía terminar con la muerte de uno de sus contendientes y Miguel iba a cargarse a su amigo, ahí mismo, con sus propias manos. Arkaitz pareció comprenderlo también porque, desmadejado en el suelo, extendió el brazo en busca de algo con lo que defenderse, pero sus dedos sólo hallaron tierra suelta.
-¡No te acerques a él o te abro en canal!
La voz de Arturo tronó como si procediera de algún Dios ancestral y todo el caos que se había desatado en apenas unos segundos se detuvo repentinamente. El silencioso muchacho estaba de pie, cerca de Batanero, y sujetaba entre sus manos un trozo de vidrio afilado como si de una pistola se tratase. Tenía los ojos muy abiertos, fuera de las órbitas, y el pelo largo y rizado le caía como la melena de un león desaliñado alrededor de la cabeza. Detrás de él, el resto de los concursantes no sólo asistían a la escena, sino que parecían expectantes, ansiosos, sedientos de la sangre que iba a derramarse. Habían dejado de ser jugadores para convertirse en la misma masa de rostros anónimos que les estarían observando ahora a través del televisor, y Verónica se preguntó hasta que punto se diferenciaban de la audiencia que estaba deseando verlos muertos.
-¿Qué coño estás haciendo? - preguntó Miguel, arrastrando las palabras.
-Sabes perfectamente lo que estoy haciendo. Aléjate de ellos o acabo contigo.
-¿Tú? ¿Tú vas a acabar conmigo?
Tres chicos dieron un paso al frente, detrás de Arturo. Dos de ellos eran parecían una versión en miniatura de Batanero; fornidos, con cierto parecido a neandertales y capaces de destrozar los huesos de una persona con un abrazo. El tercero era Víctor Valera, el perrito faldero de Miguel, un tipo escuálido, con el pelo también largo y una barba descuidada que intentaba, sin mucho éxito, cubrir sus rasgos de rata.
-Aléjate de ellos.
El chico rata se quedó atrás, pero los otros dos avanzaron un poco bajo la mirada de Batanero, que asintió despacio con la cabeza. Entonces Verónica habló. Su voz no sonó como la de Arturo, sino que brotó en falsete, preñada de terror.
-Tienes tus votaciones...
-¿Qué? - preguntó él, sin mirarla.
-Tienes tus votaciones, para dentro de seis días, donde podrás matar a quien quieras. Es el sistema que tu has creado y trata de evitar, precisamente, que nos matemos entre nosotros como si fuésemos salvajes – tomó aire. Le palpitaban las sienes -. Como parece que va a ocurrir ahora.
Ahora todo ese rostro amorfo compuesto por las caras de todos los concursantes estaba pendiente de ella. Las tripas se le retorcieron, de hambre y miedo.
-Se supone que quieres mantener el orden en esta isla y nadie ha rechazado tu propuesta. Si permites que ahora muera alguien, ¿de qué servirá? ¿Qué hará que te sigamos respetando como... como líder...?
-¿Me estás tomando el pelo? - preguntó Miguel, sin apartar su atención del trozo de vidrio que temblaba entre los dedos de Arturo.
-Si empezamos a matarnos ahora, no dejaremos de hacerlo hasta que sólo uno quede con vida – siguió Verónica -. El concurso acabará en unos días y nos recordarán como los participantes más aburridos del mundo. Esto tiene que durar, si no los organizadores del juego no obtienen suficientes ingresos por publicidad... - ¿qué diablos estoy diciendo?, pensó. Si no mantenía la calma su discurso pronto se volvería incoherente -. Ya hay alguien que está fastidiando tus planes, matando sin ningún tipo de control. No seas tú mismo quien se cargue tu propia idea.
-¿Qué coño estás intentando, zorra? - ahora Miguel giró bruscamente hacia ella y Verónica sintió que se encogía. Le habría encantado hacerlo, volverse cada vez más pequeña hasta desaparecer de esa pesadilla y así poder regresar a casa.
-Tiene razón, Miguel – dijo Arkaitz, incorporándose -. Si tienes cuentas pendientes con cualquiera de nosotros, te esperan un montón de votaciones en las que jodernos la vida – hizo un gesto con la mano, como intentando abarcar al resto de habitantes de la isla -. No creo que te cueste mucho convencerlos acerca de a quién tienen que votar. Así que sólo tendrás que esperar una semana y podrás cargarte a quien quieras sin necesidad de que tus matones tengan que acercarse a alguien por la espalda.
Los aludidos se detuvieron a apenas medio metro de Arturo, que giró sobre sus talones dispuesto a ensartar con el trozo de vidrio a quien hiciera falta. Sin embargo, nadie se movió. Arkaitz no añadió nada más, simplemente se limitó a tragar saliva. Se leía el miedo en su rostro.
Durante una eternidad, nadie hizo nada. Parecían medirse entre ellos.
-Muy bien, esperaremos – Miguel relajó sus músculos, movió la cabeza a un lado y a otro e hizo un gesto a sus guardaespaldas para que se apartaran de Arturo -. Somos gente civilizada, ¿no? Vuestra chica lo ha demostrado mejor que nadie; a pesar de que estemos en este concurso, es bueno que se puedan hablar las cosas con educación – sonrió, y su sonrisa fue aún más terrible que la violencia que brotaba de todo su ser -. Espero no veros demasiado en lo que queda de semana, pero el día de las votaciones deseo de corazón – se llevó una mano al pecho -, que estéis aquí presentes y que no hagáis ninguna insensatez, como personas civilizadas. Sobre todo tú – miró a Arturo.
-Estaré encantado de mirarte a la cara ese día, hijo de puta – gruñó éste.
-Y tened cuidado con ella – dijo, sonriendo ahora a Laura -. Es el mejor ejemplo de que en este juego hay muchos lobos con piel de cordero.
Los ojos verdes de la joven relampaguearon pero, antes de que las cosas pudieran ponerse feas, Arkaitz dijo:
-Entonces está todo hablado. Venga, nos vamos.
Verónica notó la decepción en el resto de concursantes. No sólo era la sed de sangre sino que, mientras menos rivales quedaran, más posibilidades tendrían el resto tanto de vencer como de alimentarse.
Arturo, Arkaitz, Laura y Verónica se alejaron en silencio del pozo, cargando con las cantimploras, y hasta que se internaron en el bosque nadie pronunció ni una palabra. Arturo caminaba delante, cabizbajo, sujetando el trozo de cristal y su gorro de lana. Arkaitz se acercó a él y le apoyó una mano en el hombro.
-Muchas gracias. Gracias por lo que has hecho ahí. Si no hubieras intervenido...
-Cállate.
-¿Qué?
Arturo se detuvo y se encaró con él. Estaba furioso.
-Tengo más razones que nadie para salir de este concurso con vida, y por protegeros a vosotros, que no os conozco de nada, me he ganado el peor enemigo que podría tener. Estuve a punto de quedarme entre los demás, sólo para pasar desapercibido, así que no me des las gracias. ¿Y sabes una cosa? Es lo que tendría que haber hecho. Así que, por favor, no me des palmaditas en el hombro y ten la decencia de no dirigirme la palabra, al menos en lo que queda de día.
Y dicho esto se adelantó, dejando a Arkaitz sin palabras.

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