Comenzamos con un delicioso tercer capítulo dentro de los "Entrantes" de la novela. La violencia ya ha comenzado. ¿Podrá pararla alguien?
III
Ravioli de cordero
con infusión de hierbabuena
1
Despertó en mitad de la
oscuridad con el estruendo de la música clásica. Parecía brotar de
todas partes, como si una orquesta se hubiera colado en el aula donde
dormía e hiciera sonar los violines y las violas y los pianos y
todos los instrumentos creados a lo largo de la historia justo junto
a sus oídos.
-¿Pero qué cojones? -
soltó Pablo, incorporándose sobresaltado. Ya era la segunda vez en
ese día que dejaba escapar esa expresión; la primera había sido al
ver el cuadro de la Última Cena. Ahora, con ese improvisado
concierto sonando en mitad de la noche.
-¿Qué...? - gruñó a
su lado Salvador, poniéndose una mano en la cabeza -. ¿Qué coño
está pasando?
Arturo y Arkaitz
llegaron corriendo por el pasillo. Parecían asustados. Laura y
Verónica salieron de su habitación, tambaleándose, seguidas de
Abdel, que movió los labios. Sus palabras quedaron eclipsadas por el
elevado volumen de los instrumentos.
-Es el puto canon de
Pachelbel – susurró Pablo.
Y sin que la alegre
melodía, que hacía pensar en campos cubiertos de flores, amaneceres
junto a la costa y arroyos cristalinos discurriendo entre frondosos
bosques, cesara, la voz de Ray Sapkowski se elevó por encima de los
bellos acordes.
-¡FELICIDADES,
MUCHACHOS! ¡SON LAS TRES Y CUARENTA Y TRES DE LA MADRUGADA DEL
PRIMER DÍA DE CONCURSO Y YA PODEMOS CELEBRAR A NUESTRA PRIMERA
VÍCTIMA! ¡GABRIEL ABELLÁN, EL CONCURSANTE NÚMERO UNO, HA SIDO
ELIMINADO! ¡ÁNIMO, JUGADORES, YA SÓLO QUEDAN VEINTINUEVE QUE
BATIR!
La música concluyó con
un solo de violín y de pronto se hizo el silencio. El grupo se
contempló, confundido. Pablo parpadeó, intentando comprender
aquellos repentinos acontecimientos; apenas hacía media hora que
había logrado conciliar el sueño, después de cumplir su turno de
guardia junto a Salvador, y el cabrón de Ray Sapkowski lo había
despertado con aquel canon atronador.
-¿Ya hay un muerto? -
Laura se llevó una mano a la boca -. ¡Dios mío! No puede ser. No
puede...
-Casi es un récord –
musitó Arkaitz, apoyándose en la pared, aturdido -. Creo que fue en
la cuarta edición donde un chaval se puso a matar para terminar el
concurso lo antes posible y se cargó a alguien nada más salir del
barco. Pero, sin contar con él, siempre han pasado varios días
hasta que alguien caía...
-¿Quién habrá sido? -
preguntó Arturo, retorciendo nervioso el gorro de lana -. ¿Quién
coño está tan loco como para matar la primera noche? ¿Ese hijo de
puta de Batanero?
-Tal vez se haya
suicidado... - Verónica, vestida con un pijama rosa, parecía más
niña y frágil que nunca -. Quizá no haya podido soportar el estar
solo y...
-Cuando entras en este
concurso estás dispuesto a soportar mucha mierda antes de rendirte –
contestó Arkaitz, meneando la cabeza -. Dudo mucho que la muerte de
ese pobre desgraciado haya sido voluntaria.
-Quizá haya sido el
Concursante Número Diez, Félix Llacer – intervino Abdel -. El que
no respondió a ninguna de las preguntas del presentador. Ese tío
tiene pinta de lunático. Quizá haya sido él, quizá...
-¿Qué hacemos? -
preguntó Laura -. ¿Qué hacemos ahora?
-¿Qué quieres hacer? -
replicó Arturo -. Estaba claro que, antes o después, alguien iba a
morir; resulta que ha sido antes. ¿De verdad no te lo esperabas?
Tenía que acabar ocurriendo.
-Vete al Infierno.
-No merece la pena
preocuparse por eso ahora – dijo Arkaitz -. Lo importante es que
nosotros estamos bien y sabemos que el asesino no es ninguno de los
que estamos aquí. Tendremos los ojos abiertos y mañana veremos que
tienen que decir los demás ante este incidente; ahora intentad
descansar. Las cosas van a ponerse más difíciles.
El grupo empezó a
dispersarse. Arkaitz y Arturo salieron al pasillo y los otros tres
muchachos regresaron a su habitación.
-Era uno de los
favoritos – murmuró Abdel antes de marcharse, como si aquello
significara algo.
Salvador no tardó en
dormirse, pero Pablo no logró conciliar el sueño hasta el amanecer.
Los pensamientos se apelotonaban en su cabeza, unidos a los
movimientos de sus tripas, que exigían algo de comida. En su mente
aparecieron los rostros de los demás concursantes, y se encontró
sospechando de cada uno de ellos. Incluso llegó a pensar que, tal
vez, Gabriel había intentado acercarse a la escuela para pedir ayuda
y Arturo y Arkaitz lo habían despachado. Tenía sentido. Arkaitz
había dicho que Gabriel era peligroso, así que tal vez se lo habían
cargado para proteger al resto. ¿Qué pasaría entonces si, llegado
el momento, se volvían locos y también consideraban una amenaza a
Pablo?
Sacudió la cabeza. No.
Arkaitz y Arturo eran inocentes. Si se dejaba llevar por sus miedos,
Ray Sapkowski ganaría; era lo que el presentador pretendía con toda
esa parafernalia de música clásica y el anuncio de la primera
víctima, generar desconfianza entre todos los demás. Que empezaran
a considerar peligrosos a quienes les rodeaban. Que se alejaran unos
de otros, convirtiéndose en bestias inhumanas y hambrientas. No
podía permitirlo. No podía dejar que los organizadores del concurso
ganaran el juego.
Cuando los primeros
rayos de sol rasgaron como cuchillos la oscuridad del aula, Pablo se
quedó dormido.
2
<<Tengo hambre>>,
pensó Verónica mientras salía de la escuela.
La acompañaban Laura,
Arkaitz y Arturo. Llevaban consigo sus propias cantimploras y también
las de quienes se habían quedado en la escuela, para rellenarlas en
el pozo. Ninguno parecía tener ganas de hablar; el asesinato que
había acontecido durante la noche pesaba como una losa sobre ellos.
Y seguramente también el hambre. Mientras caminaban por el sendero
que recorría como una cicatriz el bosque de plástico, Verónica vio
que Arkaitz se llevaba una mano, inquieto, al estómago. Intercambió
una mirada con él y el muchacho esbozó una débil sonrisa, como
disculpándose.
Había un gran revuelo
alrededor del pozo. Varios de los concursantes se habían reunido
frente a la casa de Miguel Batanero y hablaban acaloradamente. El
autoproclamado líder iba enfundado en una camiseta blanca que
marcaba sus músculos y que parecía a punto de desgarrarse por el
volumen de su cuerpo.
-¡Hay un asesino entre
nosotros! - decía, con el ceño fruncido -. Un maldito psicópata
dispuesto a matar desde el primer día, y tenemos que descubrir quién
es antes de que vuelva a actuar.
-Voy a acercarme a
cotillear un poco – musitó Arturo -. ¿Os ocupáis de las
cantimploras?
Había una chica en el
pozo. Estaba tirando de la cuerda para extraer un cubo de agua, y
cuando lo tuvo a altura de los ojos lo cogió con ambas manos y bebió
directamente de él. Parte del contenido se derramó por su barbilla
y le empapó el pecho de la camisa; tenía el pelo castaño
desgrañado y parecía asustada. Tal era su aspecto que Verónica
tardó unos segundos en reconocerla. Era Marta Agramonte, la chica
bien arreglada que llevaba una maleta con ruedas como si fuese de
vacaciones.
-Hola – la saludó,
situándose a su lado.
Marta posó sus ojos
sobre Verónica. La joven habría preferido que la mirara con desdén,
o incluso con miedo. Sin embargo, la Concursante Número Uno la
observó con una inexpresividad propia de una estatua, como si el ser
humano que tenía dentro hubiera escapado de su cuerpo y se
encontrara a kilómetros de distancia.
-¿Estás bien? - le
preguntó.
-Déjame en paz.
Marta depositó el cubo
en el borde del pozo y se alejó a grandes zancadas. Arkaitz y Laura
le contemplaron mientras se alejaba.
-Se está volviendo loca
– dijo el muchacho, en voz baja.
-Normal – contestó
Laura -. Han matado a alguien en plena noche, y esa chica está sola.
Eso volvería loco a cualquiera.
-Me gustaría hablar con
ella... - musitó Verónica.
Arkaitz rió.
-Adelante. Pero ten
cuidado, no vaya a morderte.
Ese comentario fue más
que suficiente para que Verónica se quedara con sus compañeros,
llenando las cantimploras. Intentó escuchar algo de lo que discutían
a apenas unos metros de distancia, pero eso se había convertido en
un gallinero donde todos se interrumpían hasta que, de tanto en
tanto, Miguel conseguía poner orden e insistir en que necesitaban un
sistema de seguridad para evitar nuevos ataques.
-Laura – dijo de
pronto Arkaitz, sumergiendo una de las cantimploras en el pozo -.
¿Por qué entraste en este concurso?
Verónica bebió un
sorbo de la suya. Estaba fría y resultaba agradable, sobre todo
teniendo en cuenta que era lo único que iba a llegar a su estómago
en mucho tiempo.
-La verdad es que no lo
sé.
-¿Qué le contestaste a
Ray cuando te lo preguntó?
-No debieron importarle
mucho mis razones porque no me lo preguntó. Pero de todos modos,
ahora eso no importa, ¿no? Lo que nos impulsara a entrar aquí no
nos convierte en ganadores. Mira lo que le ha pasado a Gabriel. Ese
pobre chico se apuntaría al concurso para hacerse famoso o rico o
ambas cosas y ahora sólo Dios sabe donde está su cuerpo.
-Y su asesino –
apostilló Arkaitz.
Los
ojos verdes de Laura se apagaron un poco. Que se mostrara pesimista
asustó a Verónica aún más que el propio crimen. Laura Badal se
había mostrado tan ingenua como ella durante la charla en el barco,
pero algo había cambiado esa noche. De pronto era
consciente de
donde se había metido, y Verónica sentía que ella misma empezaba a
serlo. Y lo peor de todo era que también sabía que aún no había
alcanzado a comprender el alcance de las consecuencias de participar
en ese juego de locos y que, cuando al fin lograra entenderlas, se
volvería loca.
Entonces se percató de
que Miguel Batanero se había alejado del grupo y se dirigía
directamente hacia ellos. Parecía una gran apisonadora a la que no
le importaba lo que pudiera encontrar en el camino y que avanzaba
imparable bajo la atenta y curiosa mirada de otros concursantes. A
pesar de que Verónica era bastante alta, apenas le llegaba a la
altura del cuello y, por supuesto, se necesitaban muchas chicas como
ella para igualar la anchura de sus hombros. Sintió que, a su lado,
Laura contenía la respiración y Arkaitz, inconscientemente, dio un
paso adelante como para protegerlas de aquel muchacho.
-Vosotros, ¿estáis
juntos? - preguntó, mirando desdeñoso a Arkaitz.
-Sí – contestó éste.
-¿Cuántos sois y dónde
estáis instalados?
-¿Necesitas tener un
control del lugar donde se encuentra cada uno de los concursantes?
Miguel ladeó la cabeza
y miró a Arkaitz como si fuera un molesto insecto que pudiera
aplastar en cualquier momento bajo su bota.
-Puedes contestarme o
puedes enfrentarte a mí si lo deseas, niñato, pero la última
persona que hizo eso no ha permanecido mucho tiempo con vida.
-Estamos en las escuelas
– se apresuró a contestar Verónica para evitar un enfrentamiento
entre su compañero y esa bestia. Batanero giró la cabeza
bruscamente hacia ella y sonrió, divertido -. Somos siete, y ninguno
de nosotros hizo daño a Gabriel.
-Veo
que vas bien acompañado, chico – dijo Miguel, recorriendo con la
mirada el cuerpo de Verónica con tanta intensidad que ésta sintió
que estaba viendo algo dentro
de
ella. Entonces se volvió hacia Laura y, al reconocerla, su gesto
altivo mudó hacia la sorpresa -. ¡Pero mira a quién tenemos aquí!
¡Laura Badal! Joder, no esperaba que tuvieras valor para acercarte
al pozo al menos durante los primeros meses...
-Déjala en paz – dijo
Arkaitz.
-Cállate, imbécil –
Miguel lo apartó a un lado de un empujón y se acercó un poco más
hacia Laura, inclinándose sobre ella. La chica tenía los puños muy
cerrados, su piel pálida se había ruborizado y se enfrentaba a los
ojos del Concursante Número Tres con una rabia contenida que hacía
subir y bajar su pecho en una respiración agitada -. No esperaba que
hicieras amiguitos tan rápidamente, bonita, sobre todo teniendo en
cuenta tu gran facilidad para quedarte sola...
-Maldito cabrón, no te
atrevas a...
-¿También vas a
traicionarlos a ellos? - se volvió hacia Arkaitz, que tenía todos
los músculos en tensión dispuesto a saltar sobre Miguel si la
ocasión lo requería -. Yo no me fiaría mucho de ella. Tiene cierta
tendencia a apuñalar por la espalda a la gente que le importa y,
además, es tan idiota que siempre acaban descub...
-¡Hijo
de puta! - chilló Laura, y le cruzó la cara de una bofetada. Miguel
retrocedió, sorprendido, mientras tres líneas de sangre se abrían
en su mejilla izquierda, y Verónica sintió que el tiempo se
ralentizaba mientras las miradas de Miguel y Laura chocaban con el
estrépito de dos trenes de alta velocidad. Batanero gritó algo, tal
vez puta,
perra
o zorra,
y dio un paso hacia ella levantando polvo con la suela de sus botas.
Arkaitz cargó contra él, hundiendo el codo en su cintura, y aunque
aquel monstruo se arqueó un poco dio la sensación de que no le
había hecho daño. Con los dedos engarfiados, cogió a Arkaitz por
la cara y lo empujó haciéndole caer de espaldas al suelo y luego se
volvió hacia el chico. Verónica gritó. Gritó porque no sabía qué
más hacer y porque fue vagamente consciente de que aquello no era
una pelea normal. Un enfrentamiento en ese concurso sólo podía
terminar con la muerte de uno de sus contendientes y Miguel iba a
cargarse a su amigo, ahí mismo, con sus propias manos. Arkaitz
pareció comprenderlo también porque, desmadejado en el suelo,
extendió el brazo en busca de algo con lo que defenderse, pero sus
dedos sólo hallaron tierra suelta.
-¡No te acerques a él
o te abro en canal!
La voz de Arturo tronó
como si procediera de algún Dios ancestral y todo el caos que se
había desatado en apenas unos segundos se detuvo repentinamente. El
silencioso muchacho estaba de pie, cerca de Batanero, y sujetaba
entre sus manos un trozo de vidrio afilado como si de una pistola se
tratase. Tenía los ojos muy abiertos, fuera de las órbitas, y el
pelo largo y rizado le caía como la melena de un león desaliñado
alrededor de la cabeza. Detrás de él, el resto de los concursantes
no sólo asistían a la escena, sino que parecían expectantes,
ansiosos, sedientos de la sangre que iba a derramarse. Habían dejado
de ser jugadores para convertirse en la misma masa de rostros
anónimos que les estarían observando ahora a través del televisor,
y Verónica se preguntó hasta que punto se diferenciaban de la
audiencia que estaba deseando verlos muertos.
-¿Qué coño estás
haciendo? - preguntó Miguel, arrastrando las palabras.
-Sabes perfectamente lo
que estoy haciendo. Aléjate de ellos o acabo contigo.
-¿Tú? ¿Tú vas a
acabar conmigo?
Tres chicos dieron un
paso al frente, detrás de Arturo. Dos de ellos eran parecían una
versión en miniatura de Batanero; fornidos, con cierto parecido a
neandertales y capaces de destrozar los huesos de una persona con un
abrazo. El tercero era Víctor Valera, el perrito faldero de Miguel,
un tipo escuálido, con el pelo también largo y una barba descuidada
que intentaba, sin mucho éxito, cubrir sus rasgos de rata.
-Aléjate de ellos.
El chico rata se quedó
atrás, pero los otros dos avanzaron un poco bajo la mirada de
Batanero, que asintió despacio con la cabeza. Entonces Verónica
habló. Su voz no sonó como la de Arturo, sino que brotó en
falsete, preñada de terror.
-Tienes tus
votaciones...
-¿Qué? - preguntó él,
sin mirarla.
-Tienes tus votaciones,
para dentro de seis días, donde podrás matar a quien quieras. Es el
sistema que tu has creado y trata de evitar, precisamente, que nos
matemos entre nosotros como si fuésemos salvajes – tomó aire. Le
palpitaban las sienes -. Como parece que va a ocurrir ahora.
Ahora todo ese rostro
amorfo compuesto por las caras de todos los concursantes estaba
pendiente de ella. Las tripas se le retorcieron, de hambre y miedo.
-Se supone que quieres
mantener el orden en esta isla y nadie ha rechazado tu propuesta. Si
permites que ahora muera alguien, ¿de qué servirá? ¿Qué hará
que te sigamos respetando como... como líder...?
-¿Me estás tomando el
pelo? - preguntó Miguel, sin apartar su atención del trozo de
vidrio que temblaba entre los dedos de Arturo.
-Si empezamos a matarnos
ahora, no dejaremos de hacerlo hasta que sólo uno quede con vida –
siguió Verónica -. El concurso acabará en unos días y nos
recordarán como los participantes más aburridos del mundo. Esto
tiene que durar, si no los organizadores del juego no obtienen
suficientes ingresos por publicidad... - ¿qué diablos estoy
diciendo?, pensó. Si no mantenía la calma su discurso pronto se
volvería incoherente -. Ya hay alguien que está fastidiando tus
planes, matando sin ningún tipo de control. No seas tú mismo quien
se cargue tu propia idea.
-¿Qué coño estás
intentando, zorra? - ahora Miguel giró bruscamente hacia ella y
Verónica sintió que se encogía. Le habría encantado hacerlo,
volverse cada vez más pequeña hasta desaparecer de esa pesadilla y
así poder regresar a casa.
-Tiene razón, Miguel –
dijo Arkaitz, incorporándose -. Si tienes cuentas pendientes con
cualquiera de nosotros, te esperan un montón de votaciones en las
que jodernos la vida – hizo un gesto con la mano, como intentando
abarcar al resto de habitantes de la isla -. No creo que te cueste
mucho convencerlos acerca de a quién tienen que votar. Así que sólo
tendrás que esperar una semana y podrás cargarte a quien quieras
sin necesidad de que tus matones tengan que acercarse a alguien por
la espalda.
Los aludidos se
detuvieron a apenas medio metro de Arturo, que giró sobre sus
talones dispuesto a ensartar con el trozo de vidrio a quien hiciera
falta. Sin embargo, nadie se movió. Arkaitz no añadió nada más,
simplemente se limitó a tragar saliva. Se leía el miedo en su
rostro.
Durante una eternidad,
nadie hizo nada. Parecían medirse entre ellos.
-Muy bien, esperaremos –
Miguel relajó sus músculos, movió la cabeza a un lado y a otro e
hizo un gesto a sus guardaespaldas para que se apartaran de Arturo -.
Somos gente civilizada, ¿no? Vuestra chica lo ha demostrado mejor
que nadie; a pesar de que estemos en este concurso, es bueno que se
puedan hablar las cosas con educación – sonrió, y su sonrisa fue
aún más terrible que la violencia que brotaba de todo su ser -.
Espero no veros demasiado en lo que queda de semana, pero el día de
las votaciones deseo de corazón – se llevó una mano al pecho -,
que estéis aquí presentes y que no hagáis ninguna insensatez, como
personas civilizadas. Sobre todo tú – miró a Arturo.
-Estaré encantado de
mirarte a la cara ese día, hijo de puta – gruñó éste.
-Y tened cuidado con
ella – dijo, sonriendo ahora a Laura -. Es el mejor ejemplo de que
en este juego hay muchos lobos con piel de cordero.
Los ojos verdes de la
joven relampaguearon pero, antes de que las cosas pudieran ponerse
feas, Arkaitz dijo:
-Entonces está todo
hablado. Venga, nos vamos.
Verónica notó la
decepción en el resto de concursantes. No sólo era la sed de sangre
sino que, mientras menos rivales quedaran, más posibilidades
tendrían el resto tanto de vencer como de alimentarse.
Arturo, Arkaitz, Laura y
Verónica se alejaron en silencio del pozo, cargando con las
cantimploras, y hasta que se internaron en el bosque nadie pronunció
ni una palabra. Arturo caminaba delante, cabizbajo, sujetando el
trozo de cristal y su gorro de lana. Arkaitz se acercó a él y le
apoyó una mano en el hombro.
-Muchas gracias. Gracias
por lo que has hecho ahí. Si no hubieras intervenido...
-Cállate.
-¿Qué?
Arturo se detuvo y se
encaró con él. Estaba furioso.
-Tengo más razones que
nadie para salir de este concurso con vida, y por protegeros a
vosotros, que no os conozco de nada, me he ganado el peor enemigo que
podría tener. Estuve a punto de quedarme entre los demás, sólo
para pasar desapercibido, así que no me des las gracias. ¿Y sabes
una cosa? Es lo que tendría que haber hecho. Así que, por favor, no
me des palmaditas en el hombro y ten la decencia de no dirigirme la
palabra, al menos en lo que queda de día.
Y dicho esto se
adelantó, dejando a Arkaitz sin palabras.
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