sábado, 23 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Quinta Actualización


Una nueva entrega de este terrible concurso. ¡Espero que os esté gustando!


3

Cuando llegaron a las escuelas, Abdel y Laura estaban arrastrando un colchón sucio e intentando hacerlo pasar por el umbral de la entrada. Los dos muchachos preguntaron qué tal había ido y, mientras Pablo narraba todo lo ocurrido, incluido el destierro de Gabriel, Arturo y Salvador aparecieron por el pasillo para escuchar. Ellos también debían haber estado trabajando, o al menos Arturo, que se había quitado el gorro de lana y ahora colgaba del bolsillo trasero de su pantalón, mostrando una frente perlada de sudor.
-Menudo gilipollas – musitó Laura -. ¿Quién se cree que es para convertirse en líder? ¿Por qué nadie se ha enfrentado a él?
-Ha sabido jugar sus cartas -contestó Arkaitz -. El primero que le plantó cara fue Gabriel y ahora se ha quedado solo. La mayor parte de la gente aún no se conoce, y cuando no tienes amigos es mejor no buscarse enemigos – suspiró -. ¿Os ayudo con ese colchón?
Estuvieron trabajando durante un par de horas, preparando algo parecido a habitaciones en lo que antes habían sido aulas. Arrastraban los pupitres a los pasillos y trajeron colchones de las casas cercanas. Pablo acabó empapado de sudor, con la camiseta pegada al cuerpo y, mientras ayudaba a Arturo a empujar la mesa de un profesor para hacer algo de espacio, le hizo un gesto con la mano para que parase y se apoyó en la pared, jadeando.
-Estoy agotado – musitó.
-Es mejor cansarnos un poco y tener un refugio en condiciones que pasar la noche sobre el duro suelo o a la intemperie – contestó Arturo. Él no se detuvo, sino que siguió haciendo el trabajo de los dos mientras Pablo observaba.
-Se supone que hacer tanto ejercicio abre el apetito.
-Da igual el hambre que tengas, eso sólo será una molestia cada vez más acuciante; lo importante es lo que tu cuerpo pueda aguantar. Pero no voy a engañarte, después de todo este ajetreo no me importaría sentarme en el porche y comerme un buen bocadillo de jamón.
Al final, crearon algo parecido a dos habitaciones, situadas en las aulas del final del pasillo. Una con cuatro colchones y otra con tres. También se dedicaron a rebuscar en las taquillas y Arkaitz utilizó una palanca para abrir las que estaban cerradas. Encontraron un par de linternas; una no funcionaba, la otra sólo daba luz si la golpeabas cuando amenazaba con apagarse. También hallaron un montón de bolígrafos, un triángulo de música, mochilas raídas y un oso de peluche decapitado.
-¿Qué le ocurrió a esta isla? - preguntó Salvador, y un aroma a marihuana brotó de entre sus labios -. ¿Por qué la abandonaron?
-Quizá la han construido así para que parezca abandonada – contestó Laura. Se habían reunido todos en el corredor y estaban sentados en los pupitres que habían sacado de las aulas. Arkaitz jugaba distraído con el peluche descabezado -. Todo forma parte del espectáculo, ¿no?
-Leí sobre este lugar – intervino Pablo -. Era un pueblo costero que quedó deshabitado hará como medio siglo como tantas otras aldeas similares. La vida en las ciudades y los grandes barcos de pesca quitaron todo el sentido a vivir aquí; los jóvenes se fueron marchando y los ancianos muriendo, y al final no quedó nadie.
-Ya, pero esta no es una isla “como tantas otras” - intervino Abdel, con su marcado acento -. He leído que los organizadores del programa nunca eligen escenarios al azar. Les gusta que tengan cierto aire siniestro. ¿No fue la primera edición en el sanatorio de Agramonte?
-¿Qué es el sanatorio de Agramonte? - preguntó Verónica.
-Un sanatorio para tuberculosos abandonado en plena montaña – fue Pablo quien contestó. Conocía la historia de aquel edificio a la perfección ya que había escrito sobre él en uno de sus relatos cortos -. Un lugar horrible, que durante años sirvió de punto de encuentro para aficionados a lo paranormal. Se decía que los fantasmas de los enfermos seguían vagando por sus pasillos. Los organizadores del concurso compraron el edificio y, como ha dicho Abdel, lo utilizaron para la primera edición.
-Y la séptima fue en ese edificio de Madrid que ardió hará cinco años – comento Arkaitz -. En ese incendio murieron cincuenta personas. A los chicos de Ray les van los lugares marcados por la muerte.
Laura cambió de posición, algo incómoda, y les dedicó una sonrisa nerviosa al resto de los compañeros.
-¿De verdad tenemos que hablar de esto? Sólo nos falta una hoguera entre nosotros y que sea un poco más tarde para que parezcamos los típicos boy scouts contando historias de miedo.
-Fiesta – musitó Arturo.
-¿Qué pasó en esta isla? - insistió Salvador. Sus ojos, de normal abstraídos, estaban clavados con inusitado interés en Pablo. Y el muchacho, que llevaba toda su vida contando historias, no podía dejar pasar una oportunidad como esa.
-No tiene una historia con fantasmas o miles de muertos, aunque sí un pasado bastante macabro – se inclinó hacia sus compañeros y por un momento pensó en utilizar una linterna para crear un baile de luces y sombras en su rostro. Descartó la idea; no estaba ante un grupo de críos -. Leí que fue en los años treinta, o quizá antes. El tipo rico que vivía en el pueblo, el propietario de la mansión donde se ha instalado Batanero, era un auténtico cacique, pero todos sus vecinos le respetaban. Ayudaba a sus amigos y nunca utilizaba su autoridad injustamente. Sin embargo, el cabrón tenía sus secretos. Encontraron un zulo, que visitaba a diario; ahí tenía encerrados a un montón de muchachos que habían desaparecido, tanto en esta isla como en otras aldeas costeras cercanas, durante los últimos veinte años. Chicos y chicas, al menos una docena; los capturaba de críos y se los cargaba cuando llegaban a la adolescencia. Por lo que contó una de las víctimas rescatadas, ahí dentro debieron estar hacinados medio centenar de chavales...
-Joder.
-Era un auténtico campo de concentración. Los tenía encadenados a la pared, con grilletes, apenas los alimentaba – hizo una mueca al pronunciar estas palabras -, y, por supuesto, los utilizaba como juguetes sexuales. Él dijo que eran sus fantasías ocultas. Ni siquiera llegó a haber un juicio; cuando los vecinos lo descubrieron, fueron a buscarle a su casa, lo arrastraron a la plaza, junto al pozo, y lo molieron a palos hasta matarlo. Muchos de ellos eran familiares de las víctimas, así que no tuvieron piedad, y lo entiendo.
-¡Y ahora el fantasma de ese hombre vaga entre nosotros! - exclamó Abdel, lanzando sus manos contra Laura. La chica chilló y se puso en pie de un salto, como activada por un resorte, y todos se echaron a reír. Laura hizo un mohín, ofendida.
-Podéis iros a la mierda. ¿Dónde está ese zulo? Lo digo por no acercarme jamás.
-No tengo ni idea. Supongo que debajo de su mansión, pero tampoco he profundizado demasiado en la historia. La cuestión es que los organizadores tienen cierta predilección por los escenarios marcados por la muerte, y por eso nos han traído a esta isla y no a cualquier otra.
-Genial – dijo Laura, volviendo a sentarse -. Y ahora, si no es mucha molestia, ¿podemos hablar de cualquier otra cosa?
Lo intentaron y, aunque la conversación se animó, no duró mucho más. Durante un instante incluso llegaron a olvidar el terrible concurso donde se encontraban, hasta que, de pronto, las tripas de uno de ellos rugieron como una bestia exigiendo su cena. Se hizo un silencio atroz y de pronto ninguno de ellos parecía capaz de mirar al resto. Por unos minutos habían logrado crear algo, establecer ciertos lazos, sentirse unidos los unos a los otros sin pensar en las cámaras ocultas que vigilaban cada uno de sus pasos y del siniestro destino que pendía sobre sus cabezas. Y quizá eso había sido lo peor, que habían olvidado la realidad. Pablo, con un estremecimiento, recordó las palabras de Arturo: Es una putada hacer amigos aquí. Seguramente muchos mueran antes de que acabe el concurso. Alzó ligeramente la cabeza hacia sus compañeros y se preguntó si alguno de ellos moriría a lo largo de esos seis meses. Le parecía imposible, porque él los había conocido. No eran personajes secundarios de una película que pudieran caer como moscas, sino la gente con la que él había hablado. Apreciaba a Arkaitz, estaba seguro de que con el tiempo incluso podría considerarlo un buen amigo; los ojos de Laura le tenían hipnotizado y era divertida a su manera, por no hablar de Abdel y Salvador, que conseguían arrancarle más de una carcajada. Arturo y Verónica, aunque más reservados, también le provocaban cierto cariño. Ninguno de ellos podía morir. La muerte era para los demás. Ellos estaban a salvo, porque esas cosas siempre les ocurren a otros.
-Me apetece fumar uno de tus cigarrillos – dijo Arkaitz, mirando a Pablo. Sus palabras sonaron huecas en medio de aquel silencio -. ¿Me acompañas fuera?
-Sí, claro.
Mientras recorrían el pasillo, hacia la entrada, las conversaciones se retomaron muy despacio, como si todos tuvieran miedo de pronunciar una palabra equivocada. Arkaitz y Pablo se sentaron en los escalones, arrullados por la fresca brisa que llegaba desde el bosque. Era extraño no escuchar ningún pájaro. El cielo estaba teñido de sangre mientras el sol se ocultaba y las escasas nubes parecían tan artificiales como los árboles, gruesos jirones enrojecidos que flotaban sobre sus cabezas. Faltaba poco para que anocheciera y Pablo lamentó su mala costumbre de no llevar nunca un reloj consigo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué importaba la hora? Era mejor no saber cuanto faltaba para la cena.
Le pasó un cigarro a Arkaitz, se encendió el suyo y le entregó el mechero. Arkaitz inhaló el humo y tosió, expulsándolo en una retorcida bocanada.
-Joder, esta mierda nunca llegará a gustarme.
-Tienes tiempo de sobra para cogerle el gusto.
-El tabaco también se acaba.
-Oh, no, tengo la mochila llena de paquetes.
Arkaitz le miró, divertido.
-¿Hablas en serio?
-Joder, claro que sí. Ya vamos a tener bastante con el hambre como para que encima tenga que soportar el mono por la falta de tabaco. Me encanta fumar. Para un vicio del que podré disfrutar en esta isla, no voy a quitármelo.
Arkaitz volvió a darle una calada al cigarro y esta vez más que toser carraspeó. La siguiente ya consiguió aspirar el humo sin emitir ruidos raros.
-¿Nadie intentó detenerte, Pablo?
-¿Qué?
-Cuando te presentaste al casting, o cuando te llegó la carta de confirmación. ¿Nadie intentó convencerte de que aprovecharas el plazo de dimisión? ¿De que te olvidaras de toda esta locura y te quedaras en casa viendo como mueren otros por la tele?
-Claro que sí. Mi madre hizo todo lo posible para que renunciara, incluso amenazó con tomar medidas legales, pero claro, no existen medidas legales para evitar que alguien participe en este juego. Y si quieres que te diga la verdad, desde que me llegó la carta he estado acojonado. Una parte de mí quería renunciar, pero Ray y los suyos son jodidamente listos y te hipnotizan con sus entrevistas, reportajes, con las fiestas organizadas en tu honor. Y ves a toda esa gente que te apoya, que apuesta por ti, que te saluda por la calle y piensas... ¿cómo diablos voy a echarme atrás ahora? ¿Cómo voy a hacer el ridículo delante de todas estas personas que confían en mí? Y vas dejando pasar los días y al final estás en ese puñetero plató, frente a Spakowski, y ya es demasiado tarde para retirarte.
-¿Y tu padre? ¿Tu padre no dijo nada?
-Mi padre lleva mucho tiempo sin decir nada. Murió cuando yo tenía cinco años.
-Lo siento.
-Ah, ¿es que fuiste tú el culpable?
Ambos rieron y de nuevo se hizo el silencio. Fumaron, escuchando el crepitar del papel del tabaco al quemarse.
-¿Por qué te presentaste al casting? - preguntó Pablo.
-Por el dinero – Arkaitz contestó sin tapujos -. El premio es más dinero del que cualquier persona pueda soñar, y una vida sin complicaciones hasta el mismo día de tu muerte. Mi familia necesita ese dinero. Mi padre está en paro y el trabajo de mi madre apenas alcanza para comer a diario; una vez les escuché discutir. Mi padre decía que mi hermana nunca tendría que haber nacido, que era una boca más que alimentar y que no podían permitírselo. Consideraban a mi hermana un problema. Y no podía permitirlo, así que me presenté al casting para que mi familia nunca más tuviera que pasar hambre, lo cual resulta un poco irónico...
-Pero si mueres...
-Si muero, tendrán una boca menos que alimentar y además recibirán el dinero que entregan a las familias de los concursantes sólo por participar. Eso aliviará su situación durante una buena temporada. Y, de cualquier modo, no tengo ninguna intención de morirme, Pablo.
Pablo fue a decir algo, pero Arkaitz le hizo un gesto para que guardara silencio y luego movió la cabeza hacia el bosque. Pablo miró en esa dirección y en un principio no vio nada, hasta que descubrió a una figura moviéndose entre los árboles. La reconoció a pesar de la creciente oscuridad. Era Gabriel Abellán, el desdichado Concursante Número Uno, tropezando con las retorcidas raíces y con la mochila colgando a su espalda. Su corto cabello rubio resplandecía bajo los últimos rayos de sol. Gabriel se detuvo y volvió la cabeza hacia ellos y sus ojos le recordaron a Pablo a los de un animal sorprendido por los faros de un coche en la carretera. Estaba muerto de miedo. El futuro escritor empezó a alzar una mano para saludarlo, preguntándose si sería una buena idea acoger al enemigo acérrimo de Miguel Batanero, pero el muchacho se escabulló en el bosque antes de que pudiera llamarlo.
-No durará mucho – sentenció Arkaitz.
-Iba a llamarlo. Podría haberse unido a nosotros, podría...
-Es mejor que no – Arkaitz arrojó su colilla al suelo y la aplastó con la suela del zapato -. Está muerto de miedo y el miedo vuelve peligrosa a la gente. Ese tío pensaba que iba a ser una especie de cabecilla y todos le han dado la espalda. Ni siquiera puede acercarse al puñetero pozo si anda Batanero cerca, así que debe estar acojonado, debe desconfiar de todo el mundo y creo que sabe que puede convertirse en una víctima antes de lo que las apuestas indicaban. Lo más seguro es que, antes o después, se dedique a matar aleatoriamente para terminar con su calvario lo más pronto posible...
-¿Cómo puedes hablar con esa frialdad?
-Digo las cosas como son. ¿Piensas que me equivoco?
Pablo tragó saliva.
-No.
-No todos van a ser como Abdel o Laura, Pablo. Hay gente que está dispuesta a matar con tal de conseguir la victoria, siempre hay unos cuantos de ese tipo en cada edición. Y, para colmo, Gabriel está desesperado. Ahora sabe donde estamos, así que será mejor que avisemos al resto, busquemos algo con lo que defendernos y esta noche, y todas las noches a partir de ahora, hagamos turnos de guardia. Sólo por si acaso.
-No tienes mucha fe en la humanidad, ¿verdad?
-No. Por eso participo en este concurso.

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