Una nueva entrega de este terrible concurso. ¡Espero que os esté gustando!
3
Cuando llegaron a las
escuelas, Abdel y Laura estaban arrastrando un colchón sucio e
intentando hacerlo pasar por el umbral de la entrada. Los dos
muchachos preguntaron qué tal había ido y, mientras Pablo narraba
todo lo ocurrido, incluido el destierro de Gabriel, Arturo y Salvador
aparecieron por el pasillo para escuchar. Ellos también debían
haber estado trabajando, o al menos Arturo, que se había quitado el
gorro de lana y ahora colgaba del bolsillo trasero de su pantalón,
mostrando una frente perlada de sudor.
-Menudo gilipollas –
musitó Laura -. ¿Quién se cree que es para convertirse en líder?
¿Por qué nadie se ha enfrentado a él?
-Ha sabido jugar sus
cartas -contestó Arkaitz -. El primero que le plantó cara fue
Gabriel y ahora se ha quedado solo. La mayor parte de la gente aún
no se conoce, y cuando no tienes amigos es mejor no buscarse enemigos
– suspiró -. ¿Os ayudo con ese colchón?
Estuvieron trabajando
durante un par de horas, preparando algo parecido a habitaciones en
lo que antes habían sido aulas. Arrastraban los pupitres a los
pasillos y trajeron colchones de las casas cercanas. Pablo acabó
empapado de sudor, con la camiseta pegada al cuerpo y, mientras
ayudaba a Arturo a empujar la mesa de un profesor para hacer algo de
espacio, le hizo un gesto con la mano para que parase y se apoyó en
la pared, jadeando.
-Estoy agotado –
musitó.
-Es mejor cansarnos un
poco y tener un refugio en condiciones que pasar la noche sobre el
duro suelo o a la intemperie – contestó Arturo. Él no se detuvo,
sino que siguió haciendo el trabajo de los dos mientras Pablo
observaba.
-Se supone que hacer
tanto ejercicio abre el apetito.
-Da igual el hambre que
tengas, eso sólo será una molestia cada vez más acuciante; lo
importante es lo que tu cuerpo pueda aguantar. Pero no voy a
engañarte, después de todo este ajetreo no me importaría sentarme
en el porche y comerme un buen bocadillo de jamón.
Al final, crearon algo
parecido a dos habitaciones, situadas en las aulas del final del
pasillo. Una con cuatro colchones y otra con tres. También se
dedicaron a rebuscar en las taquillas y Arkaitz utilizó una palanca
para abrir las que estaban cerradas. Encontraron un par de linternas;
una no funcionaba, la otra sólo daba luz si la golpeabas cuando
amenazaba con apagarse. También hallaron un montón de bolígrafos,
un triángulo de música, mochilas raídas y un oso de peluche
decapitado.
-¿Qué le ocurrió a
esta isla? - preguntó Salvador, y un aroma a marihuana brotó de
entre sus labios -. ¿Por qué la abandonaron?
-Quizá la han
construido así para que parezca abandonada – contestó Laura. Se
habían reunido todos en el corredor y estaban sentados en los
pupitres que habían sacado de las aulas. Arkaitz jugaba distraído
con el peluche descabezado -. Todo forma parte del espectáculo, ¿no?
-Leí sobre este lugar –
intervino Pablo -. Era un pueblo costero que quedó deshabitado hará
como medio siglo como tantas otras aldeas similares. La vida en las
ciudades y los grandes barcos de pesca quitaron todo el sentido a
vivir aquí; los jóvenes se fueron marchando y los ancianos
muriendo, y al final no quedó nadie.
-Ya, pero esta no es una
isla “como tantas otras” - intervino Abdel, con su marcado acento
-. He leído que los organizadores del programa nunca eligen
escenarios al azar. Les gusta que tengan cierto aire siniestro. ¿No
fue la primera edición en el sanatorio de Agramonte?
-¿Qué es el sanatorio
de Agramonte? - preguntó Verónica.
-Un sanatorio para
tuberculosos abandonado en plena montaña – fue Pablo quien
contestó. Conocía la historia de aquel edificio a la perfección ya
que había escrito sobre él en uno de sus relatos cortos -. Un lugar
horrible, que durante años sirvió de punto de encuentro para
aficionados a lo paranormal. Se decía que los fantasmas de los
enfermos seguían vagando por sus pasillos. Los organizadores del
concurso compraron el edificio y, como ha dicho Abdel, lo utilizaron
para la primera edición.
-Y la séptima fue en
ese edificio de Madrid que ardió hará cinco años – comento
Arkaitz -. En ese incendio murieron cincuenta personas. A los chicos
de Ray les van los lugares marcados por la muerte.
Laura cambió de
posición, algo incómoda, y les dedicó una sonrisa nerviosa al
resto de los compañeros.
-¿De verdad tenemos que
hablar de esto? Sólo nos falta una hoguera entre nosotros y que sea
un poco más tarde para que parezcamos los típicos boy scouts
contando historias de miedo.
-Fiesta – musitó
Arturo.
-¿Qué pasó en esta
isla? - insistió Salvador. Sus ojos, de normal abstraídos, estaban
clavados con inusitado interés en Pablo. Y el muchacho, que llevaba
toda su vida contando historias, no podía dejar pasar una
oportunidad como esa.
-No tiene una historia
con fantasmas o miles de muertos, aunque sí un pasado bastante
macabro – se inclinó hacia sus compañeros y por un momento pensó
en utilizar una linterna para crear un baile de luces y sombras en su
rostro. Descartó la idea; no estaba ante un grupo de críos -. Leí
que fue en los años treinta, o quizá antes. El tipo rico que vivía
en el pueblo, el propietario de la mansión donde se ha instalado
Batanero, era un auténtico cacique, pero todos sus vecinos le
respetaban. Ayudaba a sus amigos y nunca utilizaba su autoridad
injustamente. Sin embargo, el cabrón tenía sus secretos.
Encontraron un zulo, que visitaba a diario; ahí tenía encerrados a
un montón de muchachos que habían desaparecido, tanto en esta isla
como en otras aldeas costeras cercanas, durante los últimos veinte
años. Chicos y chicas, al menos una docena; los capturaba de críos
y se los cargaba cuando llegaban a la adolescencia. Por lo que contó
una de las víctimas rescatadas, ahí dentro debieron estar hacinados
medio centenar de chavales...
-Joder.
-Era un auténtico campo
de concentración. Los tenía encadenados a la pared, con grilletes,
apenas los alimentaba – hizo una mueca al pronunciar estas palabras
-, y, por supuesto, los utilizaba como juguetes sexuales. Él dijo
que eran sus fantasías ocultas. Ni siquiera llegó a haber un
juicio; cuando los vecinos lo descubrieron, fueron a buscarle a su
casa, lo arrastraron a la plaza, junto al pozo, y lo molieron a palos
hasta matarlo. Muchos de ellos eran familiares de las víctimas, así
que no tuvieron piedad, y lo entiendo.
-¡Y ahora el fantasma
de ese hombre vaga entre nosotros! - exclamó Abdel, lanzando sus
manos contra Laura. La chica chilló y se puso en pie de un salto,
como activada por un resorte, y todos se echaron a reír. Laura hizo
un mohín, ofendida.
-Podéis iros a la
mierda. ¿Dónde está ese zulo? Lo digo por no acercarme jamás.
-No tengo ni idea.
Supongo que debajo de su mansión, pero tampoco he profundizado
demasiado en la historia. La cuestión es que los organizadores
tienen cierta predilección por los escenarios marcados por la
muerte, y por eso nos han traído a esta isla y no a cualquier otra.
-Genial – dijo Laura,
volviendo a sentarse -. Y ahora, si no es mucha molestia, ¿podemos
hablar de cualquier otra cosa?
Lo
intentaron y, aunque la conversación se animó, no duró mucho más.
Durante un instante incluso llegaron a olvidar el terrible concurso
donde se encontraban, hasta que, de pronto, las tripas de uno de
ellos rugieron como una bestia exigiendo su cena. Se hizo un silencio
atroz y de pronto ninguno de ellos parecía capaz de mirar al resto.
Por unos minutos habían logrado crear algo,
establecer ciertos lazos, sentirse unidos los unos a los otros sin
pensar en las cámaras ocultas que vigilaban cada uno de sus pasos y
del siniestro destino que pendía sobre sus cabezas. Y quizá eso
había sido lo peor, que habían olvidado la realidad. Pablo, con un
estremecimiento, recordó las palabras de Arturo: Es
una putada hacer amigos aquí. Seguramente muchos mueran antes de que
acabe el concurso. Alzó
ligeramente la cabeza hacia sus compañeros y se preguntó si alguno
de ellos moriría a lo largo de esos seis meses. Le parecía
imposible, porque él los había conocido. No eran personajes
secundarios de una película que pudieran caer como moscas, sino la
gente con la que él había hablado. Apreciaba a Arkaitz, estaba
seguro de que con el tiempo incluso podría considerarlo un buen
amigo; los ojos de Laura le tenían hipnotizado y era divertida a su
manera, por no hablar de Abdel y Salvador, que conseguían arrancarle
más de una carcajada. Arturo y Verónica, aunque más reservados,
también le provocaban cierto cariño. Ninguno de ellos podía morir.
La muerte era para los demás. Ellos estaban a salvo, porque esas
cosas siempre les ocurren a otros.
-Me apetece fumar uno de
tus cigarrillos – dijo Arkaitz, mirando a Pablo. Sus palabras
sonaron huecas en medio de aquel silencio -. ¿Me acompañas fuera?
-Sí, claro.
Mientras recorrían el
pasillo, hacia la entrada, las conversaciones se retomaron muy
despacio, como si todos tuvieran miedo de pronunciar una palabra
equivocada. Arkaitz y Pablo se sentaron en los escalones, arrullados
por la fresca brisa que llegaba desde el bosque. Era extraño no
escuchar ningún pájaro. El cielo estaba teñido de sangre mientras
el sol se ocultaba y las escasas nubes parecían tan artificiales
como los árboles, gruesos jirones enrojecidos que flotaban sobre sus
cabezas. Faltaba poco para que anocheciera y Pablo lamentó su mala
costumbre de no llevar nunca un reloj consigo. Pero, al fin y al
cabo, ¿qué importaba la hora? Era mejor no saber cuanto faltaba
para la cena.
Le pasó un cigarro a
Arkaitz, se encendió el suyo y le entregó el mechero. Arkaitz
inhaló el humo y tosió, expulsándolo en una retorcida bocanada.
-Joder, esta mierda
nunca llegará a gustarme.
-Tienes tiempo de sobra
para cogerle el gusto.
-El tabaco también se
acaba.
-Oh, no, tengo la
mochila llena de paquetes.
Arkaitz le miró,
divertido.
-¿Hablas en serio?
-Joder, claro que sí.
Ya vamos a tener bastante con el hambre como para que encima tenga
que soportar el mono por la falta de tabaco. Me encanta fumar. Para
un vicio del que podré disfrutar en esta isla, no voy a quitármelo.
Arkaitz volvió a darle
una calada al cigarro y esta vez más que toser carraspeó. La
siguiente ya consiguió aspirar el humo sin emitir ruidos raros.
-¿Nadie intentó
detenerte, Pablo?
-¿Qué?
-Cuando
te presentaste al casting,
o cuando te llegó la carta de confirmación. ¿Nadie intentó
convencerte de que aprovecharas el plazo de dimisión? ¿De que te
olvidaras de toda esta locura y te quedaras en casa viendo como
mueren otros por la tele?
-Claro que sí. Mi madre
hizo todo lo posible para que renunciara, incluso amenazó con tomar
medidas legales, pero claro, no existen medidas legales para evitar
que alguien participe en este juego. Y si quieres que te diga la
verdad, desde que me llegó la carta he estado acojonado. Una parte
de mí quería renunciar, pero Ray y los suyos son jodidamente listos
y te hipnotizan con sus entrevistas, reportajes, con las fiestas
organizadas en tu honor. Y ves a toda esa gente que te apoya, que
apuesta por ti, que te saluda por la calle y piensas... ¿cómo
diablos voy a echarme atrás ahora? ¿Cómo voy a hacer el ridículo
delante de todas estas personas que confían en mí? Y vas dejando
pasar los días y al final estás en ese puñetero plató, frente a
Spakowski, y ya es demasiado tarde para retirarte.
-¿Y tu padre? ¿Tu
padre no dijo nada?
-Mi padre lleva mucho
tiempo sin decir nada. Murió cuando yo tenía cinco años.
-Lo siento.
-Ah, ¿es que fuiste tú
el culpable?
Ambos rieron y de nuevo
se hizo el silencio. Fumaron, escuchando el crepitar del papel del
tabaco al quemarse.
-¿Por
qué te presentaste al casting?
- preguntó Pablo.
-Por
el dinero – Arkaitz contestó sin tapujos -. El premio es más
dinero del que cualquier persona pueda soñar, y una vida sin
complicaciones hasta el mismo día de tu muerte. Mi familia necesita
ese dinero. Mi padre está en paro y el trabajo de mi madre apenas
alcanza para comer a diario; una vez les escuché discutir. Mi padre
decía que mi hermana nunca tendría que haber nacido, que era una
boca más que alimentar y que no podían permitírselo. Consideraban
a mi hermana un problema. Y no podía permitirlo, así que me
presenté al casting
para que mi familia nunca más tuviera que pasar hambre, lo cual
resulta un poco irónico...
-Pero si mueres...
-Si muero, tendrán una
boca menos que alimentar y además recibirán el dinero que entregan
a las familias de los concursantes sólo por participar. Eso aliviará
su situación durante una buena temporada. Y, de cualquier modo, no
tengo ninguna intención de morirme, Pablo.
Pablo fue a decir algo,
pero Arkaitz le hizo un gesto para que guardara silencio y luego
movió la cabeza hacia el bosque. Pablo miró en esa dirección y en
un principio no vio nada, hasta que descubrió a una figura
moviéndose entre los árboles. La reconoció a pesar de la creciente
oscuridad. Era Gabriel Abellán, el desdichado Concursante Número
Uno, tropezando con las retorcidas raíces y con la mochila colgando
a su espalda. Su corto cabello rubio resplandecía bajo los últimos
rayos de sol. Gabriel se detuvo y volvió la cabeza hacia ellos y sus
ojos le recordaron a Pablo a los de un animal sorprendido por los
faros de un coche en la carretera. Estaba muerto de miedo. El futuro
escritor empezó a alzar una mano para saludarlo, preguntándose si
sería una buena idea acoger al enemigo acérrimo de Miguel Batanero,
pero el muchacho se escabulló en el bosque antes de que pudiera
llamarlo.
-No durará mucho –
sentenció Arkaitz.
-Iba a llamarlo. Podría
haberse unido a nosotros, podría...
-Es mejor que no –
Arkaitz arrojó su colilla al suelo y la aplastó con la suela del
zapato -. Está muerto de miedo y el miedo vuelve peligrosa a la
gente. Ese tío pensaba que iba a ser una especie de cabecilla y
todos le han dado la espalda. Ni siquiera puede acercarse al puñetero
pozo si anda Batanero cerca, así que debe estar acojonado, debe
desconfiar de todo el mundo y creo que sabe que puede convertirse en
una víctima antes de lo que las apuestas indicaban. Lo más seguro
es que, antes o después, se dedique a matar aleatoriamente para
terminar con su calvario lo más pronto posible...
-¿Cómo puedes hablar
con esa frialdad?
-Digo las cosas como
son. ¿Piensas que me equivoco?
Pablo tragó saliva.
-No.
-No todos van a ser como
Abdel o Laura, Pablo. Hay gente que está dispuesta a matar con tal
de conseguir la victoria, siempre hay unos cuantos de ese tipo en
cada edición. Y, para colmo, Gabriel está desesperado. Ahora sabe
donde estamos, así que será mejor que avisemos al resto, busquemos
algo con lo que defendernos y esta noche, y todas las noches a partir
de ahora, hagamos turnos de guardia. Sólo por si acaso.
-No tienes mucha fe en
la humanidad, ¿verdad?
-No. Por eso participo
en este concurso.
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