Y vamos con la cuarta actualización. Espero que la disfrutéis ^^
2
-¿Qué le dijiste a tu
hermana? - preguntó Pablo.
-¿Qué? - contestó
Arkaitz, volviéndose hacia él.
Verónica caminaba al
lado de los dos muchachos, sin decir nada, pensando en la
conversación que habían mantenido en la cafetería. Seis meses de
concurso. Lo máximo que un ser humano puede sobrevivir sin comer son
sesenta días. ¿Por qué ese dato le preocupaba tanto si ya lo
conocía antes de entrar en el concurso? ¿Realmente había pensado
alguna vez que todo eso era un montaje, que en realidad nadie moría?
Claro que no. Entonces, ¿por qué diablos se había metido en esa
locura?
-Te vi con tu familia,
antes de entrar en el plató. Te agachaste y le dijiste algo a tu
hermana pequeña.
-¿Y no has pensado que
si se lo dije a mi hermana pequeña y no a ti será por algo?
-Tenía curiosidad. Soy
escritor, tengo derecho a ser curioso.
-¿Mi respuesta formará
parte de tu novela?
-Por supuesto. Y
convertiré a tu personaje en un chico carismático y atractivo del
que todas las lectoras se enamoren. ¿Quieres ser también un vampiro
seductor que brille a la luz del sol y diga moñadas trascendentales?
Arkaitz rió y siguieron
caminando hacia la mansión donde se reunirían los concursantes.
Verónica estaba segura de que no contestaría jamás pero, para su
sorpresa, lo hizo:
-Le prometí que no
mataría a nadie. Y no voy a hacerlo. No pienso arrebatar la vida de
otro concursante porque mi hermana estará viendo la televisión día
y noche para asegurarse de que estoy bien. También le prometí que
sobreviviría. Pienso cumplir ambas cosas.
Silencio. A lo lejos se
veían las casas del pueblo y, por encima de todas ellas, una gruesa
vivienda de piedra, con el tejado algo descolorido, que parecía una
roca viva acechante, observando a los concursantes a través de sus
ventanas polvorientas.
-¿Y tú, Pablo? ¿Vas a
matar a alguien?
-¿Tengo pinta de ser un
asesino?
-Nadie tiene pinta de
serlo. Eso es lo que hace todo este juego mucho más aterrador.
Miguel Batanero estaba
en los escalones de entrada a la mansión y, frente a él, cerca del
pozo, su única fuente de agua potable, o en los porches de las casas
que rodeaban la plaza, había otros catorce concursantes. Verónica
se fijó en un niño que estaba sentado en el borde del pozo y que se
pasaba una pequeña pelota de una mano a otra. Era el concursante más
joven de esa edición y parecía mucho más pequeño de lo ya de por
sí era. Sus grandes ojos miraban a todas partes, no como los de un
animal asustado, sino como los de alguien que intenta entender a
todos los que le rodean. Vio a una chica con los brazos llenos de
tatuajes apoyada en una pared y estudiando a Miguel Batanero mientras
el futuro líder intercambiaba unas palabras en voz baja con un tipo
flacucho, con una sombra azulada de barba y el pelo largo y
grasiento. Era el concursante Número Quince, Víctor Varela. Tenía
los ojos hundidos y una sonrisa extraña. Asintió con la cabeza y se
apartó para hablar con otro joven.
-Por lo visto, las
chicas del faro han enviado a una representante – dijo Pablo,
señalando a Sandra Palau. La impresionante rubia estaba de pie y
miraba incómoda a un lado y a otro, como si estuviera segura de que,
en cualquier momento, todas las miradas se iban a posar en las curvas
de su cuerpo. Había otra chica un poco apartada que llamó la
atención de Verónica, aunque ya se había fijado antes en ella. La
Número Seis, Sofía Ferrant, una joven bajita y regordeta, de cara
redonda y gafas de culo de vaso, que tenía la piel de la cara
marcada por el acné. La mayoría de la gente que participaba en el
concurso era extremadamente delgada, quizá para evitar que el resto
los viera como una fuente de alimento. Verónica se estremeció. Se
preguntó si alguno de los ahí presentes estaría pensando cosas
horribles sobre el futuro de Sofía y la mera idea le produjo una
nausea.
-¡Escuchadme! - Miguel
Batanero dio una palmada que acalló la mayoría de las
conversaciones. Unos cuantos rostros se volvieron hacia él. Víctor
Valera lo miraba con una admiración que rayaba el amor; seguramente
esperaba convertirse en su protegido -. Habéis hecho bien en venir,
aunque por lo que veo, no todo el mundo ha acudido a mi cita. Esas
son las primeras personas con las que tendremos que tener cuidado. La
gente que vive sola, como salvajes, acaban cometiendo salvajadas.
Pero lo importante es que vosotros habéis venido y... - paseó la
mirada por los asistentes y entonces se detuvo. Ladeó la cabeza,
señaló a uno de los muchachos y dijo -. ¿Tú qué haces aquí?
Hubo un murmullo de
curiosidad y la gente se apartó, dejando a la vista a Gabriel
Abellán, el Concursante Número Uno, que estaba sentado en uno de
los porches. Éste, inquieto, se puso en pie y miró a quienes le
rodeaban antes de enfrentarse a los ojos afilados de Batanero. Aún
tenía un poco de sangre seca sobre el labio superior.
-Dijiste que querías
que todos nos reuniéramos y...
-...y tú preguntaste
que quién me había nombrado líder a mí – contestó Miguel,
dando un paso al frente -. ¿Y ahora vienes como un perro apaleado a
buscar nuevos amigos? No tengo nada que decirte. Ya no estamos en el
barco, esto es la selva, y me niego a compartir mi tiempo con un
niñato que quiere ser el protagonista.
-¡Sólo soy un
concursante más! ¡Tengo derecho a...!
Miguel se agachó y
recogió una piedra del suelo. Verónica se cubrió la boca con la
mano y miró aterrorizada a Pablo y Arkaitz, que sólo observaban con
atención lo que estaba a punto de ocurrir.
-¿A qué tienes
derecho, Gabriel? ¿A hacernos perder a todos el tiempo? Yo estoy
aquí, y no quiero que tú estés. Así que márchate o échame como
buenamente puedas, futbolista.
Gabriel abrió la boca
para decir algo, volvió a cerrarla y se volvió hacia el resto.
-¿En serio vais a
seguir a este psicópata? ¿Es que habéis perdido la cabeza? ¡Está
completamente loco! ¿Es que nadie va a decírselo? ¡Vamos, por el
amor de Dios! ¡Os matará a todos! ¡Os...!
-Tienes cinco segundos
para marcharte – Miguel movió la piedra, como para calcular su
peso -, o te abro la cabeza aquí mismo y tendremos el problema de la
comida solucionado para las próximas semanas.
-Estás como una puta
cabra.
-Pues enfréntate a mí.
-No voy a convertirme en
parte de tu espectáculo. Me largo. Y os recomiendo que los demás
hagáis lo mismo – los miró, suplicante, pero la mayoría bajaron
la cabeza o directamente fingieron prestar atención a otra cosa.
Incluso Verónica desvió la mirada cuando los ojos anhelantes de
Gabriel se fijaron en ella -. ¿En serio? ¿En serio? Maldita sea.
Maldita sea, joder, yo no he entrado aquí para esto.
Se dio la vuelta,
trastabilló con sus propios pies y estuvo a punto de caer al suelo.
La gente se apartó para dejarlo pasar y el muchacho se marchó,
murmurando por lo bajo, hacia los bosques cercanos. Había perdido
toda la bravuconería de la que había hecho gala durante la
entrevista.
-Muy bien – Miguel
soltó la piedra y esta levantó una nube de polvo al caer junto a
sus pies -. Si a alguien no le gusta como pretendo llevar las cosas
en este lugar, que siga los pasos de ese fracasado.
Nadie se movió.
-Perfecto. Como sabéis,
la única fuente de agua potable es este pozo de aquí, lo que va a
obligarnos a vernos las caras cada día. Incluso aquellos que quieren
ir por libre acabarán arrastrándose hasta este lugar cuando la sed
empiece a afectarles. Así que, nos guste o no, tenemos que formar
algo parecido a una sociedad, y una sociedad exige normas.
>>La más simple
es que nadie puede ir matando por ahí alegremente. Eso convertiría
el juego en una carnicería donde nadie estaría a salvo. Pero dentro
de poco el hambre empezará a ser un problema y no hay que ser muy
avispados para determinar qué es lo único que podemos comer.
Propongo esperar, al menos una semana, antes de tomar una decisión
tan importante. Quizá tengamos suerte y en ese tiempo alguien
enferme o se suicide o sufra un accidente, entonces no tendremos que
tomar medidas extremas. Pero si dentro de una semana no tenemos esa
suerte, necesitaremos recuperar fuerzas. Propongo que nos reunamos en
este mismo pozo y votemos. Una votación en secreto. Cada cual
elegirá a la persona que crea que debe morir para que el resto
sobrevivan y quien mas votos reciba tendrá un pasaporte a nuestros
estómagos.
Exclamaciones de
asombro, algún murmullo ahogado.
-¿Sois gilipollas o
qué? O lo hacemos de manera organizada o cualquiera podrá
convertirse en la presa de otro cuando menos se lo espere.
Intentaremos mantener ese cuerpo en condiciones apropiadas hasta que
se acabe la comida y, una vez ocurra eso, esperaremos unos días
antes de hacer una nueva votación. De esta manera podremos
sobrevivir en perfectas condiciones el máximo tiempo posible.
-¿Y qué pasa si
alguien se escaquea de la votación? - preguntó Víctor Valera.
Tenía un tono de voz desagradable.
-Si encontramos a
alguien que se escaquea de la votación, lo capturamos, lo encerramos
y lo convertimos en nuestro festín especial. Esta es la principal
ley por la que podemos regir nuestra existencia en este programa y,
si alguien la rompe, automáticamente será considerado un enemigo –
miró a Sandra Palau con un matiz lujurioso en sus ojos -. Ya puedes
decirle a tus amigas que, por mucho que les guste el faro, deberían
acudir aquí la próxima semana si no quieren que nos hagamos sopa de
niñas.
Ella asintió con la
cabeza. Tampoco parecía muy asustada.
-Perfecto. Por otro
lado, no me importa donde os instaléis. Yo ya he elegido mi
habitación, en esta casa – señaló con el pulgar la mansión -, y
si alguien cree que se la merece más, sólo tiene que discutirlo
conmigo. No me importa si os vais al faro con las crías, a las casas
del noroeste o a la otra puta punta de la isla, mientras dentro de
una semana estéis aquí para llevar a cabo las votaciones. ¡Ah! Y
si alguien mata, se hará justicia. No somos salvajes. ¿Alguna
pregunta?
Nadie tenía preguntas,
así que Miguel Batanero entró en la casa, seguido de su nuevo
perrito faldero, Víctor Valera, y el resto se disgregó o se unió
en pequeños grupos. Verónica vio que Pablo se acercaba a hablar con
una chica rubia, alta y flaca, que tenía los ojos azules enmarcados
en sombra negra.
-¿Qué te ha parecido?
- le preguntó él.
-Creo que está
completamente loco y que conseguirá que nos maten a todos. Quizá
las cuevas no sean una mala opción, después de todo...
-¿Seguro que no quieres
venir a las escuelas?
-Es tentador, pero no.
Ya nos veremos mañana en el pozo. Me buscaré mi propio refugio y
descansaré ahí – sonrió -. Soy mejor llevando sola mis
problemas.
-¿Quién era? -
preguntó Arkaitz cuando la chica se marchó rumbo al norte de la
isla.
-Yo creo que es una
especie de musa o de aparición que viene y va – contestó Pablo,
como ensimismado -. Es Marina Ros, la Número Doce.
-No está nada mal.
Bueno, por lo menos no hemos tenido problema con el tema de
instalarnos en las escuelas...
-Yo creo que seré
incapaz de votar – susurró Verónica.
-Cualquiera lo sería
ahora – dijo Arkaitz -. Pero Batanero es más listo de lo que
parece. Quiere esperar una semana, cuando todos empecemos a estar tan
desesperados que seríamos capaces de vender a nuestro mejor amigo
con tal de llevarnos algo a la boca. Aunque me extraña, su decisión
no es, precisamente, un espectáculo para la audiencia, como prometió
que haría. Quizá no esté siendo del todo sincero.
-¿A qué te refieres?
-No lo sé. Todavía no
lo sé – carraspeó -. Será mejor que volvamos con estos.
Iniciaron el camino de
regreso, de nuevo sin nada que decir. De pronto, Pablo se llevó una
mano al vientre y se lo masajeó con cuidado.
-¿Qué te pasa? -
preguntó Arkaitz.
-Nada. Que me gruñe el
estómago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario