jueves, 21 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Cuarta Actualización



Y vamos con la cuarta actualización. Espero que la disfrutéis ^^


2

-¿Qué le dijiste a tu hermana? - preguntó Pablo.
-¿Qué? - contestó Arkaitz, volviéndose hacia él.
Verónica caminaba al lado de los dos muchachos, sin decir nada, pensando en la conversación que habían mantenido en la cafetería. Seis meses de concurso. Lo máximo que un ser humano puede sobrevivir sin comer son sesenta días. ¿Por qué ese dato le preocupaba tanto si ya lo conocía antes de entrar en el concurso? ¿Realmente había pensado alguna vez que todo eso era un montaje, que en realidad nadie moría? Claro que no. Entonces, ¿por qué diablos se había metido en esa locura?
-Te vi con tu familia, antes de entrar en el plató. Te agachaste y le dijiste algo a tu hermana pequeña.
-¿Y no has pensado que si se lo dije a mi hermana pequeña y no a ti será por algo?
-Tenía curiosidad. Soy escritor, tengo derecho a ser curioso.
-¿Mi respuesta formará parte de tu novela?
-Por supuesto. Y convertiré a tu personaje en un chico carismático y atractivo del que todas las lectoras se enamoren. ¿Quieres ser también un vampiro seductor que brille a la luz del sol y diga moñadas trascendentales?
Arkaitz rió y siguieron caminando hacia la mansión donde se reunirían los concursantes. Verónica estaba segura de que no contestaría jamás pero, para su sorpresa, lo hizo:
-Le prometí que no mataría a nadie. Y no voy a hacerlo. No pienso arrebatar la vida de otro concursante porque mi hermana estará viendo la televisión día y noche para asegurarse de que estoy bien. También le prometí que sobreviviría. Pienso cumplir ambas cosas.
Silencio. A lo lejos se veían las casas del pueblo y, por encima de todas ellas, una gruesa vivienda de piedra, con el tejado algo descolorido, que parecía una roca viva acechante, observando a los concursantes a través de sus ventanas polvorientas.
-¿Y tú, Pablo? ¿Vas a matar a alguien?
-¿Tengo pinta de ser un asesino?
-Nadie tiene pinta de serlo. Eso es lo que hace todo este juego mucho más aterrador.
Miguel Batanero estaba en los escalones de entrada a la mansión y, frente a él, cerca del pozo, su única fuente de agua potable, o en los porches de las casas que rodeaban la plaza, había otros catorce concursantes. Verónica se fijó en un niño que estaba sentado en el borde del pozo y que se pasaba una pequeña pelota de una mano a otra. Era el concursante más joven de esa edición y parecía mucho más pequeño de lo ya de por sí era. Sus grandes ojos miraban a todas partes, no como los de un animal asustado, sino como los de alguien que intenta entender a todos los que le rodean. Vio a una chica con los brazos llenos de tatuajes apoyada en una pared y estudiando a Miguel Batanero mientras el futuro líder intercambiaba unas palabras en voz baja con un tipo flacucho, con una sombra azulada de barba y el pelo largo y grasiento. Era el concursante Número Quince, Víctor Varela. Tenía los ojos hundidos y una sonrisa extraña. Asintió con la cabeza y se apartó para hablar con otro joven.
-Por lo visto, las chicas del faro han enviado a una representante – dijo Pablo, señalando a Sandra Palau. La impresionante rubia estaba de pie y miraba incómoda a un lado y a otro, como si estuviera segura de que, en cualquier momento, todas las miradas se iban a posar en las curvas de su cuerpo. Había otra chica un poco apartada que llamó la atención de Verónica, aunque ya se había fijado antes en ella. La Número Seis, Sofía Ferrant, una joven bajita y regordeta, de cara redonda y gafas de culo de vaso, que tenía la piel de la cara marcada por el acné. La mayoría de la gente que participaba en el concurso era extremadamente delgada, quizá para evitar que el resto los viera como una fuente de alimento. Verónica se estremeció. Se preguntó si alguno de los ahí presentes estaría pensando cosas horribles sobre el futuro de Sofía y la mera idea le produjo una nausea.
-¡Escuchadme! - Miguel Batanero dio una palmada que acalló la mayoría de las conversaciones. Unos cuantos rostros se volvieron hacia él. Víctor Valera lo miraba con una admiración que rayaba el amor; seguramente esperaba convertirse en su protegido -. Habéis hecho bien en venir, aunque por lo que veo, no todo el mundo ha acudido a mi cita. Esas son las primeras personas con las que tendremos que tener cuidado. La gente que vive sola, como salvajes, acaban cometiendo salvajadas. Pero lo importante es que vosotros habéis venido y... - paseó la mirada por los asistentes y entonces se detuvo. Ladeó la cabeza, señaló a uno de los muchachos y dijo -. ¿Tú qué haces aquí?
Hubo un murmullo de curiosidad y la gente se apartó, dejando a la vista a Gabriel Abellán, el Concursante Número Uno, que estaba sentado en uno de los porches. Éste, inquieto, se puso en pie y miró a quienes le rodeaban antes de enfrentarse a los ojos afilados de Batanero. Aún tenía un poco de sangre seca sobre el labio superior.
-Dijiste que querías que todos nos reuniéramos y...
-...y tú preguntaste que quién me había nombrado líder a mí – contestó Miguel, dando un paso al frente -. ¿Y ahora vienes como un perro apaleado a buscar nuevos amigos? No tengo nada que decirte. Ya no estamos en el barco, esto es la selva, y me niego a compartir mi tiempo con un niñato que quiere ser el protagonista.
-¡Sólo soy un concursante más! ¡Tengo derecho a...!
Miguel se agachó y recogió una piedra del suelo. Verónica se cubrió la boca con la mano y miró aterrorizada a Pablo y Arkaitz, que sólo observaban con atención lo que estaba a punto de ocurrir.
-¿A qué tienes derecho, Gabriel? ¿A hacernos perder a todos el tiempo? Yo estoy aquí, y no quiero que tú estés. Así que márchate o échame como buenamente puedas, futbolista.
Gabriel abrió la boca para decir algo, volvió a cerrarla y se volvió hacia el resto.
-¿En serio vais a seguir a este psicópata? ¿Es que habéis perdido la cabeza? ¡Está completamente loco! ¿Es que nadie va a decírselo? ¡Vamos, por el amor de Dios! ¡Os matará a todos! ¡Os...!
-Tienes cinco segundos para marcharte – Miguel movió la piedra, como para calcular su peso -, o te abro la cabeza aquí mismo y tendremos el problema de la comida solucionado para las próximas semanas.
-Estás como una puta cabra.
-Pues enfréntate a mí.
-No voy a convertirme en parte de tu espectáculo. Me largo. Y os recomiendo que los demás hagáis lo mismo – los miró, suplicante, pero la mayoría bajaron la cabeza o directamente fingieron prestar atención a otra cosa. Incluso Verónica desvió la mirada cuando los ojos anhelantes de Gabriel se fijaron en ella -. ¿En serio? ¿En serio? Maldita sea. Maldita sea, joder, yo no he entrado aquí para esto.
Se dio la vuelta, trastabilló con sus propios pies y estuvo a punto de caer al suelo. La gente se apartó para dejarlo pasar y el muchacho se marchó, murmurando por lo bajo, hacia los bosques cercanos. Había perdido toda la bravuconería de la que había hecho gala durante la entrevista.
-Muy bien – Miguel soltó la piedra y esta levantó una nube de polvo al caer junto a sus pies -. Si a alguien no le gusta como pretendo llevar las cosas en este lugar, que siga los pasos de ese fracasado.
Nadie se movió.
-Perfecto. Como sabéis, la única fuente de agua potable es este pozo de aquí, lo que va a obligarnos a vernos las caras cada día. Incluso aquellos que quieren ir por libre acabarán arrastrándose hasta este lugar cuando la sed empiece a afectarles. Así que, nos guste o no, tenemos que formar algo parecido a una sociedad, y una sociedad exige normas.
>>La más simple es que nadie puede ir matando por ahí alegremente. Eso convertiría el juego en una carnicería donde nadie estaría a salvo. Pero dentro de poco el hambre empezará a ser un problema y no hay que ser muy avispados para determinar qué es lo único que podemos comer. Propongo esperar, al menos una semana, antes de tomar una decisión tan importante. Quizá tengamos suerte y en ese tiempo alguien enferme o se suicide o sufra un accidente, entonces no tendremos que tomar medidas extremas. Pero si dentro de una semana no tenemos esa suerte, necesitaremos recuperar fuerzas. Propongo que nos reunamos en este mismo pozo y votemos. Una votación en secreto. Cada cual elegirá a la persona que crea que debe morir para que el resto sobrevivan y quien mas votos reciba tendrá un pasaporte a nuestros estómagos.
Exclamaciones de asombro, algún murmullo ahogado.
-¿Sois gilipollas o qué? O lo hacemos de manera organizada o cualquiera podrá convertirse en la presa de otro cuando menos se lo espere. Intentaremos mantener ese cuerpo en condiciones apropiadas hasta que se acabe la comida y, una vez ocurra eso, esperaremos unos días antes de hacer una nueva votación. De esta manera podremos sobrevivir en perfectas condiciones el máximo tiempo posible.
-¿Y qué pasa si alguien se escaquea de la votación? - preguntó Víctor Valera. Tenía un tono de voz desagradable.
-Si encontramos a alguien que se escaquea de la votación, lo capturamos, lo encerramos y lo convertimos en nuestro festín especial. Esta es la principal ley por la que podemos regir nuestra existencia en este programa y, si alguien la rompe, automáticamente será considerado un enemigo – miró a Sandra Palau con un matiz lujurioso en sus ojos -. Ya puedes decirle a tus amigas que, por mucho que les guste el faro, deberían acudir aquí la próxima semana si no quieren que nos hagamos sopa de niñas.
Ella asintió con la cabeza. Tampoco parecía muy asustada.
-Perfecto. Por otro lado, no me importa donde os instaléis. Yo ya he elegido mi habitación, en esta casa – señaló con el pulgar la mansión -, y si alguien cree que se la merece más, sólo tiene que discutirlo conmigo. No me importa si os vais al faro con las crías, a las casas del noroeste o a la otra puta punta de la isla, mientras dentro de una semana estéis aquí para llevar a cabo las votaciones. ¡Ah! Y si alguien mata, se hará justicia. No somos salvajes. ¿Alguna pregunta?
Nadie tenía preguntas, así que Miguel Batanero entró en la casa, seguido de su nuevo perrito faldero, Víctor Valera, y el resto se disgregó o se unió en pequeños grupos. Verónica vio que Pablo se acercaba a hablar con una chica rubia, alta y flaca, que tenía los ojos azules enmarcados en sombra negra.
-¿Qué te ha parecido? - le preguntó él.
-Creo que está completamente loco y que conseguirá que nos maten a todos. Quizá las cuevas no sean una mala opción, después de todo...
-¿Seguro que no quieres venir a las escuelas?
-Es tentador, pero no. Ya nos veremos mañana en el pozo. Me buscaré mi propio refugio y descansaré ahí – sonrió -. Soy mejor llevando sola mis problemas.
-¿Quién era? - preguntó Arkaitz cuando la chica se marchó rumbo al norte de la isla.
-Yo creo que es una especie de musa o de aparición que viene y va – contestó Pablo, como ensimismado -. Es Marina Ros, la Número Doce.
-No está nada mal. Bueno, por lo menos no hemos tenido problema con el tema de instalarnos en las escuelas...
-Yo creo que seré incapaz de votar – susurró Verónica.
-Cualquiera lo sería ahora – dijo Arkaitz -. Pero Batanero es más listo de lo que parece. Quiere esperar una semana, cuando todos empecemos a estar tan desesperados que seríamos capaces de vender a nuestro mejor amigo con tal de llevarnos algo a la boca. Aunque me extraña, su decisión no es, precisamente, un espectáculo para la audiencia, como prometió que haría. Quizá no esté siendo del todo sincero.
-¿A qué te refieres?
-No lo sé. Todavía no lo sé – carraspeó -. Será mejor que volvamos con estos.
Iniciaron el camino de regreso, de nuevo sin nada que decir. De pronto, Pablo se llevó una mano al vientre y se lo masajeó con cuidado.
-¿Qué te pasa? - preguntó Arkaitz.
-Nada. Que me gruñe el estómago.

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