Espero que os esté gustando ^^ Si tenéis algún comentario no dudéis en dejarlo, estaré encantado de corregir errores, debatir posturas y compartir teorías sobre los posibles ganadores. ¡Recordad leer las actualizaciones anteriores!
II
Torre de foie micuit
con frutos rojos
1
-¿Pero qué cojones? -
Pablo se detuvo en seco y su compañera, Marina Ros, se volvió hacia
él sobresaltada, como si temiera que fuera hacer alguna locura. Y
realmente Pablo estuvo seguro de que había perdido la cabeza porque,
a un lado del camino, emergiendo de la vasta llanura de tierra, se
alzaba un manzano. Un manzano de tronco grueso, frondosa copa y
lustrosas manzanas rojas colgando de sus ramas como fruta de pecado.
-¿Comida? ¿Un regalo
de bienvenida? - preguntó Marina.
-Entonces nos habrían
dejado comer en el barco – Pablo dio un paso hacia el manzano y sus
zapatos abandonaron el sendero y se introdujeron en la tierra seca.
Había árboles más allá. Un bosque de troncos y ramas retorcidas
sin hojas, reconstruido mediante plástico, que ofrecía un aspecto
tan artificial como enrarecido. Sin embargo ese manzano parecía tan
real... -. Además, todo el mundo ha pasado por delante de este
árbol, y nosotros somos de los últimos. ¿Por qué quedan manzanas?
La figura de Marina
apareció a su lado. Alzó la cabeza hacia la fruta, levantando su
nariz respingona, y sus ojos azules contemplaron con atención.
Finalmente extendió el brazo, cogió una y la mordió. Pablo supo lo
que iba a decir antes de que lo hiciera.
-Son falsas. Obviamente
– la arrojó a un lado y rodó hasta el sendero.
-Sabía que cambiaban
los bosques por árboles falsos, pero dejar un manzano tan... tan
bien hecho aquí en medio, es un poco de mal gusto, ¿no te parece?
-Están jugando con
nosotros – contestó Marina -. Siempre lo hacen. He oído que la
decoración siempre tiene que ver con comida. Cuadros de frutas,
platos de comida que en realidad está hecha de papel o de
plástico... merman nuestra esperanza y seguro que arrancan alguna
carcajada a los espectadores.
-Menuda putada –
reanudaron la marcha por el sendero -. Por cierto, me llamo Pablo.
-Yo soy Marina. ¿Vas a
reunirte con Miguel Batanero?
-Bueno... - empezó,
dubitativo -. La verdad es que no me genera mucha confianza. Unos
amigos y yo vamos a quedar en las escuelas y, una vez ahí,
decidiremos qué hacer.
Marina lo miró,
divertida. Pablo sintió que podía quedarse atrapado para siempre en
esos ojos celestes y gigantescos.
-¿Amigos?
-Sí. Arkaitz, Abdel,
Laura... no sé si te sonarán, pero...
-He intentado no saber
mucho de los demás. Sólo espero que sigan siendo tus amigos cuando
el hambre empiece apretar.
-Oh... - Pablo se mordió
el labio inferior, sin saber muy bien qué decir -. Si quieres,
puedes venirte con nosotros. Puedes...
-Prefiero ir por libre.
Me acercaré a ver qué tiene que decir ese vigoréxico y luego
intentaré mantenerme todo lo apartada posible del resto de la gente.
Si acaban volviéndose locos, mejor que se maten entre sí y que no
se acuerden ni siquiera de que existo.
-En ese caso, quizá las
cuevas sean un buen lugar.
Marina emitió una breve
carcajada.
-Tampoco quiero acabar
convertida en una ermitaña chiflada – señaló un punto por
delante de ellos -. Mira, ahí tenemos otra muestra del sentido del
humor de Ray Spakowski y su equipo de guionistas.
Pablo no pudo hacer más
que quedar atónito ante las retorcidas mentes de los organizadores
del programa. Ahí, en medio del sendero, había una representación
exacta, pintada en el suelo, del lienzo de La Última Cena de
Leonardo da Vinci. Ahí estaba, en el centro de la mesa, Jesucristo,
con su túnica roja y su manto azulado, extendiendo las manos a ambos
lados de un plato vacío y con los apóstoles a su alrededor. <<Uno
de vosotros me traicionará>>. Algunos de sus más fervientes
discípulos se inclinaban hacia él, como buscando su aprobación,
mientras que existía una distancia insalvable con otros. Unos
cuantos hablaban entre ellos, discutían, se susurraban, seguramente
nerviosos ante el anuncio que su Maestro acaba de realizar. Y sobre
el mantel, pan, cubiertos, algunas fuentes llenas de comida, todo
aderezado por los secretos, acusaciones y el miedo ante la terrible
noche que se aproximaba. La Última Cena.
-Qué hijos de puta –
susurró Pablo.
-Yo no lo habría dicho
mejor.
Había una roca a un
lado del sendero, lisa, como pulida por la mano de Dios, y sobre ella
estaban sentadas dos figuras. Pablo reconoció a una de ellas tan
pronto como saltó de la piedra al suelo y se acercó a él. Su
eterna sonrisa y sus ojos verdes, relucientes, así como su generosa
delantera, eran inconfundibles. Laura Badal, la Concursante Número
Dos con la que había charlado en la cafetería del barco. A la joven
le siguió un chico, ancho de espaldas, con un gorro de lana calado
hasta las cejas del que brotaba una larga melena rizada y oscura.
Llevaba las manos en los bolsillos y parecía muy interesado en la
punta de sus zapatos. Parecía tímido y, en cierta manera,
peligroso.
-¡Menos mal que aparece
alguno de vosotros! - exclamó Laura -. Salvador ya ha ido a las
escuelas, para asegurarse de que no nos quitaban el sitio, pero yo me
he quedado a esperaros y... Bueno, he conocido a este chico, que
parece que tampoco está muy interesado en unirse a Batanero.
-Soy Arturo Fonseca –
se presentó, con cierta brusquedad, sin hacer ademán de estrechar
la mano.
-Vienes bien acompañado,
¿eh?
-Es Marina. Marina Ros,
la Concursante Número Doce. Hemos salido juntos del barco.
-¿Le has hablado de las
escuelas?
-Sí, lo ha hecho –
intervino Marina -. Pero por ahora no estoy interesada en unirme a
nadie, prefiero pasar esto en solitario – sonrió, como
disculpándose -. Iré a escuchar a Batanero y a ver cómo intenta
convertirse en el líder de todo esto y luego buscaré un buen lugar
donde nadie me moleste. Por seguridad.
-Somos buena gente –
dijo Laura -. Puedes confiar en nosotros.
-Estoy segura de eso,
pero prefiero ir por mi cuenta, al menos al principio. Sé cuidarme
sola. Voy a ir a la mansión esa, no quiero perderme el espectáculo.
Ha sido un placer conoceros y, Pablo, gracias por el agradable paseo.
Pablo la siguió con la
mirada mientras ascendía por el sendero. La verdad es que era
preciosa. Podría haber sido una actriz, o una cantante. Cualquiera
habría perdido la cabeza por ella.
-Qué chica más rara –
murmuró Laura.
-En el fondo tiene razón
– contestó Arturo, arreglándose el gorro de lana sobre la cabeza
-. Es una putada hacer amigos aquí. Seguramente muchos mueran antes
de que acabe el concurso. Ella ha tomado el camino fácil.
-Y parece que yo he
tenido la suerte de conocer al optimista del grupo. ¿Vamos?
Caminaron en silencio
bajo el sol del mediodía. Hacía una mañana espléndida, el tipo de
mañana que hace pensar en jardines verdes y exhuberantes, hamacas,
libros y limonadas. El calor no llegaba a resultar sofocante, sino
agradable. Pablo se preguntó dónde estaría si no hubiese
participado en el concurso. Seguramente en su pueblo, tendido en el
tejado de la Iglesia, al que se podía escalar si uno tenía un poco
de maña y no le asustaban las alturas. Subía ahí casi todos los
días a leer un libro, en silencio, lejos del mundo, y por las noches
en compañía de alguno de sus amigos para hablar de trivialidades.
Quizá esa noche varios de sus colegas treparan hasta ahí y
comentaran su participación en el concurso. Quizá incluso hicieran
una porra sobre cuanto tiempo iba a aguantar.
Se internaron en el
bosque a través de un camino más estrecho y pareció que estaban
cruzando el escenario de alguna película antigua de terror. Los
árboles resultaban tan falsos... y sus ramas retorcidas creaban una
telaraña de sombras a sus pies que bailaban como oscuros fantasmas.
Había rocas, mucha tierra y polvo y algún matojo de hierbajos que,
como Arturo se apresuró a comprobar, también eran artificiales.
¿Quién era el encargado de transformar una isla real en un
escenario? Dejaron atrás la fachada delantera de una casa derruida,
una pared que se alzaba milagrosamente en pie con un agujero
rectangular donde antes debería haber estado la puerta. Había un
par de viviendas más adelante, en mejores condiciones pero cubiertas
de mugre y con los cristales de las ventanas rotos y las tejas
derramadas sobre los porches. Y más adelante, donde el camino
trazaba una curva hacia el oeste, hacia otro cúmulo de casas,
estaban las escuelas. Eran dos bloques grises unidos formando una
pequeña T. En los escalones, erosionados por las lluvias y el
viento, esperaba sentado Salvador, con las rastas cayendo sobre sus
hombros y lo que parecía ser un cigarrillo de liar entre los dedos.
Estaba tan concentrado en elaborar su pitillo que no prestó atención
a los muchachos que se acercaban. Detrás de él, las puertas de la
escuela estaban abiertas de par en par, dejando a la vista un pasillo
lleno de taquillas e inundado por una oscuridad rasgada por los rayos
de luz que se colaban por las grietas y ventanucos.
Pablo se sacó el
arrugado paquete de Marlboro del bolsillo de los vaqueros y se
encendió un cigarrillo. Fue entonces cuando Salvador reparó en
ellos y alzó la cabeza con una sonrisa al tiempo que se encendía el
suyo. Una bofetada de olor dulzón inundó las fosas nasales de
Pablo.
-¿Marihuana? -
preguntó.
-Ajá. ¿Quién es este?
-Soy Arturo. Pensaba que
las drogas estaban prohibidas en el concurso.
Salvador se encogió de
hombros.
-Pues que vengan y me
expulsen – dejó escapar una bocanada de humo embriagador -.
Además, ¿qué hipocresía es esa? ¿La gente puede ver como nos
matamos y nos comemos los unos a los otros pero no puede soportar que
yo me fume un porro? Que los follen a todos.
-¿Cómo la has colado
aquí?
-Tengo mis recursos,
Laura.
-¿Y por qué no has
aprovechado para meter algo de comida utilizando tus recursos? -
inquirió Pablo.
Salvador abrió los ojos
como platos.
-Joder, tío, eso habría
sido hacer trampas.
Y se echó a reír. Por
alguna razón, a Pablo también le entró un ataque de risa que se
incrementó ante la mirada sorprendida de Laura. Incluso Arturo, que
parecía una de esas personas incapaces de soltar una carcajada, se
permitió una sonrisa, fugaz y casi imperceptible.
Arkaitz Otseantesana y
Verónica Sainz llegaron apenas un minuto más tarde, casi a la vez
que Abdel Salek. Saludaron a la nueva incorporación y sólo Verónica
pareció un poco incómoda ante la sombría presencia de Arturo, pero
no dijo nada.
-¿Y ahora qué se
supone que vamos a hacer? - preguntó Arkaitz -. Este lugar parece un
buen sitio para establecerse. Además, podríamos protegerlo por si
alguien decide atacarnos – se acercó a las puertas de entrada y
movió las hojas, como para asegurarse de que las bisagras estaban
bien sujetas -. Pero creo que deberíamos acercarnos a la reunión de
Miguel Batanero. Más que nada para que él y los suyos, porque esa
gente seguro que reúne cobardes a su alrededor, no nos consideren
enemigos y decidan venir a por nosotros.
-Yo me niego a escuchar
a ese gilipollas – sentenció Laura.
-¿Qué tienes contra
él? - preguntó Salvador -. ¿Sólo porque era un matoncete de
pacotilla en tu colegio? Yo también molesté alguna vez al niño
gordito de turno y eso no me ha convertido en un monstruo.
Laura se cruzó de
brazos y miró en otra dirección, un poco incómoda.
-Estuvo saliendo con una
amiga mía. Con mi mejor amiga de entonces, para ser más exactos. Y
la trató fatal. Le hizo de todo. Y encima la chica estaba todo el
rato pendiente de él, pendiente de complacerlo, a pesar de que la
consideraba poco más que basura. La dejó destrozada y... - hizo un
gesto con la mano alrededor de su sien -, completamente ida. Y el
cabrón presumía de haber vuelto chalada a alguien que me importaba.
-¿Sabe que estás aquí?
- preguntó Verónica.
-Seguramente ni se
acuerde de mí. Y lo prefiero. Pero me niego a mirarle a los ojos y
mucho menos a contemplar como se hace el gallito delante de todos. Ya
tuve bastante con su asquerosa entrevista.
-Bueno, no tenemos por
qué ir todos, ¿no? - preguntó Abdel, extendiendo los brazos. Tenía
una expresividad portentosa, casi cómica, y del mismo modo que
Arturo parecía incapaz de reír, él daba la sensación de que en
cualquier momento iba a hacerlo -. Pueden acercarse algunos, sólo
para ver qué tiene que decir, mientras que otros se quedan aquí
poniendo un poco de orden en las escuelas y haciéndolas habitables.
No hay nada malo en que no nos unamos a él. Las chicas esas, las que
son más pequeñas, se han instalado en el faro, junto a la entrada.
Dudo que eso las convierta en enemigas de nadie. Podemos hacer lo
mismo, pero aquí, en la escuela...
-¿Siempre hablas tan
rápido? - preguntó Arkaitz -. Con tu acento, casi no me he enterado
de nada.
-Vete a la mierda.
-Pero tienes razón –
continuó el muchacho -. Prefiero saber qué es lo que se trae entre
manos ese tío para saber a qué atenerme, así que iré a escuchar
sus increíbles planes de organización y si es necesario le haré
ver que no somos... adversarios. Que preferimos instalarnos por
nuestra cuenta. Aunque prefiero no tener que intercambiar muchas
palabras con él, no parece muy dispuesto al diálogo.
-Oh, él prefiere
utilizar sus brazos, para eso los tiene – gruñó Laura.
-Bueno, ¿quién se
viene conmigo a la guarida del lobo?
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