lunes, 25 de noviembre de 2013

La Balada de la Carne Muerta - Sexta Actualización



    ¡Y aquí vamos con una nueva actualización de La Balada! ¡Espero que os esté gustando!



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ENTREVISTA A LA CONCURSANTE FEMENINA #1: MARTA AGRAMONTE

Si hay una palabra que puede definir a la Concursante Número Uno, es sofisticada. Sale al plató de televisión con una seguridad que deja con la boca abierta, como si llevara toda la vida frente a las cámaras. Tiene el pelo, largo y castaño, recogido en una coleta y, aunque parece frágil, hay algo en su rostro alargado y en su fría mirada que demuestra una férrea determinación. Saluda con educación con la mano, apenas un leve movimiento, y luego se sienta frente a Ray Sapkowski con los dedos entrelazados sobre el regazo.

-Bueno, Marta, es un placer tenerte por fin ante mí. Me han dicho que no eres muy habladora, pero estoy más que dispuesto a arrancarte unas cuantas palabras...
-La verdad es que soy algo tímida, sí.
-Sin embargo, parece que todo este publico no te impone lo más mínimo. La mayoría de los concursantes salen algo cohibidos, pero da la sensación de que tú sabes mantener la compostura aunque millones de espectadores.
-Si quieres que sea honesta, Ray, aún no me creo nada de lo que está pasando. (Ríe, nerviosa) Es como si estuviera atrapada en un sueño muy confuso donde las cosas ocurren a demasiada velocidad. Estoy segura de que antes o después despertaré y todo habrá pasado.
-La buena noticia es que no estás soñando. Has sido elegida para este concurso porque nuestros encargados han visto que puedes dar espectáculo. Y ahora dime, Marta, ¿qué te llevó a participar en este juego?
-(Tras unos segundos) No lo sé. No, en serio, no lo sé. Como te digo, todo ha ocurrido muy rápido y... (Retuerce las manos, nerviosa)
-Da la sensación de que hay una historia que no quieres contar.
-Bueno, si eso fuera cierto, ya estaría dando espectáculo, ¿verdad? Los misterios siempre elevan las audiencias. (Ríe)
-¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para vencer? ¿Serías capaz de matar a alguno de tus compañeros?
-(De nuevo, unos segundos de silencio. Niega con la cabeza) No. Definitivamente no. Quiero salir de ese lugar siendo la misma persona que cuando entré. No voy a convertirme en un monstruo.

5

Marta Agramonte dejó la maleta sobre la cama, emitiendo un gemido de esfuerzo, y deslizó la cremallera lateral para abrirla. Estaba asustada, más de lo que habría imaginado. Quizá una parte de ella había esperado que, antes de desembarcar en la isla, alguien les dijera que todo era un montaje, que ahí nadie tenía que matar a nadie y que les entregarían comida cuando las cámaras no estuvieran grabándolos. Sin embargo, ahora estaba sola en aquel lugar artificial y sórdido y nadie iba a decirle que el programa se trataba de una gran broma.
Había encontrado una casa en la parte noroeste de la isla, después de atravesar todo el bosque. Era un edificio de dos plantas cuyo segundo piso parecía sostenerse en precario equilibrio sobre el primero, con las ventanas polvorientas, la pintura desconchada y parte del tejado hundido pero, comparada con las viviendas que la rodeaban, la mayoría reducidas a escombros, resultaba acogedora. Se habría cobijado en las escuelas de no ser porque había visto a uno de los Concursantes, un tipo de rastas y cara de estar colocado cuyo nombre no recordaba, acercarse a ellas. Ese tipo no le daba buena espina. Podía ser peligroso. Cualquiera de los demás podía serlo. Así que había escapado del colegio abandonado, arrastrando su maleta, sus ruedas rebotando contra las piedras, hasta llegar a ese nuevo refugio apartado donde esperaba que nadie le molestara.
El hombre es un lobo para el hombre. Una de las frases más manidas de la historia, pero también la más cierta. Mientras Marta estuviera sola no tendría nada que temer. No podrían hacerle daño. Y pensó, mientras sacaba la ropa de la maleta (había conseguido reunir en su equipaje casi todo su armario), que seguramente muchos de los concursantes querrían hacerle daño, aprovecharse de ella. Era una chica guapa, delgada y atractiva, que siempre había logrado llamar la atención sin apenas pronunciar palabra en las fiestas a las que acudía. Los monstruos de aquella isla podrían no sólo querer derrotarla, sino tambien aprovecharse de ella. La idea le produjo un escalofrío. Se pasó toda la tarde sin poder quitársela de la cabeza, a pesar de que trató de concentrarse en rebuscar por los cajones y las estanterías en busca de herramientas que pudieran ser de utilidad. Y, cuando encontró un cuchillo en uno de los estantes de la cocina y vio el reflejo de su bonito rostro en la brillante hoja, tuvo la certeza absoluta de que irían a por ella. Que su muerte no sería rápida. Que le harían tanto daño y destrozarían su intimidad de tal manera, ante los ojos de una audiencia hambrienta y excitada, que su mente se desconectaría mucho antes de que su cuerpo muriera, convirtiéndose en un vegetal durante los últimos latidos de su existencia.
Cuando cayó la noche, pensó en encender velas para mantener a raya a la oscuridad, pero eso habría indicado su posición al resto de los participantes. Así que, después de organizar toda su ropa en un cochambroso armario, se vistió con un camisón negro y unas bragitas blancas y se tumbó en una cama que chirriaba, con el pelo esparcido a su alrededor como una almohada castaña. Sujetaba el cuchillo con ambas manos y sus ojos escrutaban las tinieblas, de donde procedían ruidos, gemidos y crujidos que le helaban la sangre.
No llegó a dormirse del todo, pues estaba demasiado asustada como para conseguirlo, pero cayó en una especie de duermevela confusa donde fragmentos de sueños se mezclaban en una turbia algarabía. Soñó con su padrastro, con su mirada y su sonrisa quebrada. Soñó con su madre y su indiferencia. Soñó con los secretos que escondía su dormitorio y las lágrimas que había derramado por las noches, y también con las que había derramado en la cama de Luis, el único chico al que había amado. Luis, que no había comprendido todo aquello que laceraba su pasado y que la había considerado una chiflada. Luis. Luis. Luis. ¿Dónde estás ahora? ¿Me estás viendo? ¿Has apostado por mí o te cansaste de hacerlo en aquella cama?
Un ruido, un poco más fuerte que los demás, le hizo abrir los ojos como platos y sus manos se cerraron ansiosas en torno al mango del cuchillo. Aguardó unos segundos, en silencio, rezando para que aquel sonido hubiera sido producto de sus pesadillas. ¿Qué hora era? Todo parecía un poco más oscuro. La hora de las brujas había llegado y en la noche sólo bailaban los demonios. Entonces escuchó el susurro de unos pasos en el piso inferior y se incorporó, muy despacio. Los muelles de su cama rechinaron y sonó como si la propia realidad se estuviera desgarrando. Un escalofrío trepó por su espalda. Quien quiera que estuviera abajo lo habría oído, estaba segura, aquel chirrido...
-¿Hola? - preguntó una voz asustada en la planta inferior -. ¿Hay alguien ahí?
Un chico. Era un chico. Se le hizo un nudo en el estómago y sus ojos hendieron la penumbra del umbral del dormitorio. Luego buscaron un lugar en el que esconderse, pero sólo podía arrastrarse debajo de la cama o encerrarse en el armario; ambos lugares se convertirían en una ratonera donde quedaría a merced de su verdugo.
-¿Hola? ¿Hay alguien? No quiero problemas.
Silencio.
-De acuerdo – musitó el chico.
Los pasos prosiguieron y pronto escuchó el crujido de los escalones, cada vez más cercano. También escuchaba los latidos de su corazón enloquecido y su respiración agitada. Un haz de luz rasgó la oscuridad del pasillo, trazando arcos horizontales como si buscara algo. Como si la buscara a ella. Ese cabrón tenía una linterna y, por alguna razón que Marta no logró descifrar, eso significaba que disfrutaría matándola. Extendió los brazos hacia delante, trémulas las manos, apuntando con el cuchillo hacia la entrada de la habitación. Estaba sudando de puro miedo y la blusa negra se le pegaba a la piel. Fue consciente de su atuendo. Iban a violarla, oh, Dios mío, iban a violarla y...
Un fogonazo de luz irrumpió en el dormitorio, cegándola, y entonces el muchacho bajó la linterna hacia el suelo y Marta parpadeó, confusa.
-¡Dios mío! Qué susto me has dado – dijo el muchacho -. Pensaba que no había nadie...
Una oleada de pánico recorrió todo su cuerpo, como un hormigueo. El intruso era el Concursante Número Uno, Gabriel Abellán. Recordó claramente lo que había dicho en su entrevista. ¿Qué te gusta, además del fútbol?, había preguntado Ray Spakowski. Follar.
-Oye, no hace falta que me apuntes con ese cuchillo, no voy a hacerte daño – dijo Gabriel, frotándose nervioso la nuca. Tenía una mancha de sangre seca debajo de la nariz, seguramente consecuencia del enfrentamiento que había tenido con Miguel Batanero. Marta lo había presenciado a medio metro de distancia, la rabia, la ira, el odio en sus miradas. Eran bestias -. En serio, no quiero...
-Vete.
Gabriel alzó las cejas.
-¿Qué?
-He dicho que te vayas. Márchate.
-Oye, estoy solo. Ya sabes que ese hijo de perra de Batanero me la tiene jurada. Y en esta mierda no se puede sobrevivir si no tienes a nadie – el chico dio un paso al frente y Marta retrocedió -. En serio, escúchame, podemos ayudarnos. Ayudarnos, ¿vale? Yo no tengo un sitio donde dormir. La mayoría de las casas están hecha mierda o ocupadas por tarados como Miguel... ¿por qué no me dejas descansar aquí? Bajaré al sofá de abajo si quieres, y a cambio yo te protegeré.
Marta emitió una amarga carcajada. ¿Quién se pensaba ese chico que era? ¿Un caballero andante en condiciones de cuidar de una damisela en apuros? ¿Tan idiota era que no se daba cuenta de la situación en la que se encontraban?
-¿Protegerme?
-Hay muchos pirados ahí fuera, y tú eres una chica guapa. Podrían intentar hacerte algo.
Sus ojos se deslizaron rápidamente por sus muslos desnudos, se detuvieron un instante en sus braguitas y treparon de nuevo hasta su rostro. Gabriel fingió no haberla devorado con la mirada y extendió una mano hacia ella.
<<Los pirados están ahí fuera, sí, pero también hay uno aquí dentro>>.
-¿Qué me dices? ¿Nos ayudamos?
<<¿Te gusta follar, Gabriel? ¿Quieres follarme aquí para después matarme y comer mi carne? Es eso lo que quieres, ¿verdad? ¿Verdad?>>
Marta bajó el cuchillo, muy despacio, y todo su cuerpo se convulsionó en un ligero temblor. Bajó las pestañas y una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla. Aquello pareció sorprender a Gabriel.
-Lo... lo siento... - susurró Marta con la voz astillada -. Siento haber desconfiado... Tengo tanto miedo, tantísimo miedo, y todo esto es tan peligroso...
-No te preocupes – Gabriel se acercó a ella, con la linterna apuntando a sus pies -. Yo también tengo miedo. Todo esto es una mierda. Pero juntos...
Con un grito de rabia y horror, Marta se lanzó contra Gabriel y descargó el cuchillo con todas sus fuerzas. La hoja se hundió en el hombro izquierdo del joven con un sonido como el de una fruta al desgarrarse y su adversario emitió un alarido que taladró los tímpanos de la chica. Gabriel retrocedió y el arma salió de su carne con otro desagradable chasquido; se llevó una mano a la herida y la linterna cayó al suelo y rodó, iluminando intermitentemente su rostro contraído por la sorpresa y el odio y la parte superior de su camiseta blanca, teñida de rojo.
-¡Zorra! - rugió -. ¡Maldita zorra, me has apuñalado!
Marta volvió a lanzarse contra él dispuesta a clavarle el cuchillo en el corazón, pero erró por mucho y apenas le arañó el costado. Entonces el Concursante Número Uno la abofeteó y ella perdió el equilibrio, se golpeó la espalda contra el borde de la cama y cayó sobre su brazo. Un latigazo de dolor le subió hasta el cuello. Oyó como ese hijo de puta la insultaba mientras se acercaba a ella, con los ojos desorbitados y las manos crispadas. Tenía sangre en el brazo y también en la cintura, una sangre brillante que parecía artificial. Todo él podría haber formado parte de una mala película de terror.
-¡Puta! ¡Puta! ¡Voy a...!
Marta lanzó un tajo a ciegas contra los pies de Gabriel y el filo del cuchillo rasgó su pantorrilla. El muchacho gimió de dolor y cayó de rodillas ante ella, como si la adorase como a una Diosa, y ella volvió a atacarle. El puñal acertó esta vez en su estómago y la sangre salpicó contra el suelo. Gabriel volvió a aullar y su bramido se convirtió en un chillido agudo y casi femenino cuando Marta se impulsó hacia delante y lo empujó, haciéndole caer al suelo. Puso las rodillas a ambos lados de sus caderas y levantó el arma por encima de la cabeza.
-Quieres follarme, ¿eh? ¡Quieres follarme!
Vio algo en la tez demacrada de su víctima. Era algo más allá del miedo. Era incertidumbre. Aquel muchacho no entendía nada, pero Marta sabía que quería violarla. Había algo más. La certeza absoluta de que iba a morir.
Gabriel intentó protegerse poniendo las manos delante de su rostro, pero Marta bajó el cuchillo una vez, y otra, y otra, hasta que aquello se convirtió en un acto mecánico del que apenas era consciente. Los gritos del Concursante Número Uno se mezclaban con los suyos propios; la hoja, que cada vez que subía reflejaba la luz de la linterna, cercenó sus dedos, le rajó la garganta y la cara y abrió su pecho. La sangre brotaba a raudales y empapaba las piernas desnudas de la joven. En un momento dado el metal se quebró, dejando parte dentro de Gabriel, y aquello hizo que Marta despertara del extraño estado indescriptible en el que se había sumergido.
Soltó el arma, que tintineó a un lado, y se cubrió la boca con ambas manos, apartándose de Gabriel. Aquel desgraciado resollaba y se retorcía a pesar de que ya tenía que estar muerto. Dios mío, Dios mío, ¿qué he hecho? Retrocedió, sentada en el suelo, hasta que chocó con la pata de la cama. ¿Qué he hecho? Lo he matado lo he matado lo he matado lo he matado...
Pero no estaba muerto. Con un movimiento lánguido, Gabriel giró sobre sí mismo hasta quedar boca abajo y, después, empezó a arrastrarse como un reptil hacia la puerta, sollozando y resoplando. Dejaba tras de sí un grueso trazo de sangre oscura. La misma sangre que cubría las manos y la cara de Marta.
Estaba intentando huir.
Y, si huía, se recuperaría y volvería a por ella. O alertaría a los demás de lo que Marta le había hecho y todos sabrían que se había convertido en un monstruo e irían a por ella. La violarían. La quemarían y utilizarían su carne para alimentarse.
Tanteó con la mano en las tinieblas y encontró uno de sus zapatos de tacón. Lo sostuvo ante sus ojos demenciales como si no lograra comprender lo que era hasta que decidió que le serviría para terminar el trabajo. Luego se puso en pie, muy despacio, intentando mantenerse serena; al fin y al cabo, Gabriel no tenía ninguna posibilidad de huir de ella. Lo alcanzó en apenas dos zancadas, hundió los dedos en su corto cabello rubio y tiró de su cabeza hacia atrás. Luego le clavó el tacón en la garganta.
Intentó no escuchar sus gritos, pero le fue imposible.


¡Parece que el programa ya se ha cobrado su primera víctima! ¡Y no ha sido otra que Gabriel Abellán! Una pena que la entrevista haya terminado antes de poder ver con sus familiares el terrible desenlace del Concursante Número Uno! El arma utilizada por Marta Agramonte ha sido un zapato de tacón de aguja con plantilla de cuero, hecho de piel, con un adorno en forma de flor y suela de fibra sintética de alta calidad. ¡Recuerda que al finalizar este concurso el arma puede ser tuya si participas en nuestra subasta online! ¡Recibirás tu zapato de tacón en una plataforma de mármol todavía manchado con la sangre de Gabriel Abellán! El precio de salida es de 79950€, ¡una auténtica ganga que no puedes dejar pasar!

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