LA BALADA DE LA CARNE MUERTA
Pedro A. Pérez
Sinopsis
¡Bienvenidos a la décima edición del concurso más famoso de todos los tiempos! ¿Cansado de los aburridos reality shows que inundan nuestras televisiones? Prepárate para disfrutar de una competición mortal donde 15 chicos y 15 chicas deben sobrevivir durante seis meses en una isla desierta sin más comida que la carne que tienen sobre sus propios huesos. ¿Serán capaces de mantener su humanidad o acabarán sucumbiendo a la demencia? Los ganadores regresarán a casa con vida y con más dinero del que puedan gastar en cien años.
Los perdedores morirán.
Nota del autor
La Balada de la Carne Muerta es una novela publicada por entregas. Espero que el ritmo de actualización sea de unas cinco o seis páginas cada dos días, y también espero, desconocido lector, que disfrutes sumergiéndote en esta historia tanto como yo lo he hecho escribiéndola. Y ojalá que te abra el apetito. Y dicho esto, ¡comencemos!
LISTA DE CONCURSANTES
CONCURSANTES
MASCULINOS
#1 ABELLÁN,
GABRIEL
#2 ARNAL,
JOAQUÍN
#3 BATANERO,
MIGUEL
#4 CARBALLO,
HÉCTOR
#5 DEL
POZO, SALVADOR
#6 ESCRIBANO,
SANTIAGO
#7 FONSECA,
ARTURO
#8 GARCÍA,
HUGO
#9 GARRIDO,
ÁNGEL
#10 LLACER,
FÉLIX
#11 MARTÍNEZ,
MARCOS
#12 NAVARRO,
PABLO
#13 OTSOANTEZANA,
ARKAITZ
#14 SALEK,
ABDEL
#15 VARELA,
VÍCTOR
CONCURSANTES
FEMENINOS
#1 AGRAMONTE, MARTA
#2 BADAL, LAURA
#3 CEDEÑO, ALODIA
#4 CORTÉS, ALICIA
#5 FEIJOO, LUNA
#6 FERRANT, SOFÍA
#7 JUDERÍAS, ANABEL
#8 LACASA, BEATRIZ
#9 MADRID, LORENA
#10 NOBOA, SUSANA
#11 PALAU, SANDRA
#12 ROS, MARINA
#13 SAINZ, VERÓNICA
#14 SILVA, NATALIA
#15 VERA, DIANA
ENTRANTES
I
Croissant gratinado
con champiñones y jamón
1
Por primera vez desde
que toda aquella locura había comenzado, Pablo Navarro fue
consciente, de una manera vaga pero instintiva, de dónde se había
metido. Los intrincados mecanismos del programa lo habían mantenido
hipnotizado, atrapado en una somnolencia salpicada de entrevistas,
platós de televisión, fanáticos gritando su nombre y la promesa de
fama eterna y mucho más dinero del que pudiera imaginar. Recordaba
el estallido de los fuegos artificiales y el retumbar de los tambores
cuando había salido al plató de televisión, la salva de aplausos
que había recibido a pesar de no ser uno de los concursantes
favoritos. El público se había levantado de sus asientos para
dedicarle una ovación atronadora y le había dado la impresión de
que, entre la multitud agolpada, una chica bonita y joven sacudía en
lo alto una pancarta con su nombre. Había contestado a las preguntas
del presentador, Ray Sapkowski, uno de los hombres más influyentes,
carismáticos y divertidos del panorama televisivo, e incluso había
reído con sus bromas, insinuaciones y pequeñas puyas. Mostró con
orgullo el dorsal que le señalaba como Concursante Masculino Número
Doce y afirmó alegrarse de no tener el trece, que era el número de
la mala suerte. Sapkowski le dejó hablar para que quienes no habían
estado muy al tanto del proceso de selección de concursantes lo
conocieran mejor y pudieran apostar por él o contra él; Pablo habló
muy por encima de su familia y de su vida y se centró en sus sueños
de convertirse en escritor.
-¿Acaso vas a escribir
una historia sobre este programa? - le acabó preguntando Ray
Sapkowski sin alterar su amplia sonrisa.
-Esa es la idea, sí.
Las experiencias de un concursante escritas por un concursante de
verdad.
-En ese caso, seguro que
no encontramos el libro en la sección de comedias románticas.
¡Muchas gracias, Pablo! ¡Despidamos al Concursante Masculino Número
Doce con un fuerte aplauso!
Y de nuevo, el fragor de
los aplausos. Los vitores subieron de tono cuando Pablo se acercó al
borde del escenario, cegado por los focos, y trazó una teatral
reverencia. Y en ese momento sintió que podía ganar ese y mil
concursos más.
Y ahora ahí estaba,
navegando junto a otros catorce chicos y quince chicas hacia la isla
donde tendría lugar aquella edición del programa, de la que, como
había dicho Ray Sapkowski antes de presentar a los concursantes, se
podían esperar grandes sorpresas e increíbles novedades porque no
se trataba de una edición normal, sino que conmemoraba el décimo
aniversario desde la primera emisión de aquel particular juego.
Viajaban en un barco bastante grande, lleno de todo tipo de lujos, a
pesar de que el trayecto sólo duraría un par de horas. Había
piscinas en cubierta, un par de jacuzzis, sauna e incluso un
gimnasio, aunque ningún restaurante. La Regla Número Uno, <<Los
concursantes no tendrán acceso a ningún tipo de comida desde que
empiece el Concurso>>, ya estaba en marcha. Podían acercarse a
la cafetería a tomar un refresco, e incluso algo de alcohol, pero
Pablo había decidido acercarse a la borda del navío para apoyarse
en la barandilla y contemplar la vasta extensión de agua en calma
que se perdía en el horizonte atrapando los destellos del sol.
Sostenía un cigarrillo entre los labios, recién salido de su
arrugado paquete de Marlboro. Llevaba más tabaco en la mochila,
junto a algunas prendas de ropa y una cantimplora. La Regla Número
Cuatro prohibía que en el equipaje se transportaran medicamentos,
objetos que pudieran ser utilizados como arma, dispositivos
electrónicos, libros y, especialmente, comida. El último bocado que
Pablo había probado habían sido unas galletas que su madre había
envuelto para que las devorara antes de salir al plató de
televisión. Un pequeño aperitivo que no tenía ni punto de
comparación con el banquete de despedida que su familia y sus amigos
más cercanos habían organizado la noche anterior. Cerró los ojos y
pensó en aquel festín, en todo lo que había ocurrido. Aspiró el
humo del cigarrillo, dejando que inundara sus pulmones, y lo dejó
escapar entre sus labios, creando espectros nebulosos ante su rostro.
De pronto sintió la
necesidad de saltar al mar y alejarse a toda velocidad de esa locura
en la que se había metido de cabeza. Fue un impulso loco e
irracional. Para empezar, no tenía ninguna opción de escapar una
vez que el concurso había comenzado (Regla Número Ocho), y
alrededor del barco navegaban pequeñas lanchas de guardacostas que
intentarían capturarlo y, si se resistía, lo abatirían a tiros.
Eso había ocurrido una vez, tres años antes. Un muchacho se había
dejado dominar por el miedo y, antes de poner los pies en la isla,
había intentado huir saltando por un lateral del barco. Lo
persiguieron durante una hora hasta que se dieron cuenta de que no
iba a regresar y entonces uno de los soldados levantó el arma,
apretó el gatillo y todo terminó. Las cámaras grabaron hasta el
último instante de aquella desesperada huida y el nombre de aquel
desgraciado ni siquiera se recordaba. Había sido un cobarde. Un mal
chiste para ese concurso. Pablo pensó que a ese chico también le
habrían organizado un festín, que todos sus amigos le habrían
palmeado la espalda y su novia, si es que tenía, le habría pedido
que volviera con vida. Algunas personas habrían apostado por él.
¿Qué habrían pensado todos ellos al verlo convertido en una rata
asustada? ¿Vergüenza? ¿Decepción? No quería pasar por lo mismo.
El
sonido de una pequeña pelota rebotando le hizo volver la cabeza
hacia el otro extremo de la terraza. Ahí había un muchacho sentado,
lanzando la pelota contra una de las paredes, recogiéndola cuando
rebotaba y volviéndola a lanzar. Era un chico enjuto, delgaducho,
con el pelo oscuro despeinado y el rostro de un niño. Pablo lo
reconoció al instante; se trataba del Concursante Número Ocho, Hugo
García, que tenía la edad mínima para participar en el programa.
Quince años. Poco iba a hacer contra los más mayores, de
veinticinco, que habían tenido tiempo para entrenarse y conocer los
secretos y estrategias del juego. A Pablo le había llamado la
atención desde el primer momento. Estaba seguro de que sería de los
primeros en perder. ¿Qué habría llevado a un chaval como él a
participar en esa locura? ¿Estaría su familia arruinada? La madre
de Pablo solía decir que los reality
shows
que habían proliferado en la última década se aprovechaban de la
crisis económica del país para vender sueños e ilusiones a cambio
de vidas inocentes.
Volvió
a concentrarse en el mar y vio que otro chico se acababa de apoyar en
la barandilla, un par de metros a su derecha, con la mirada perdida
en el horizonte. Tenía el pelo corto y castaño y parecía fuerte,
aunque tampoco era robusto.
Llevaba puesta una camiseta roja desteñida de manga corta, con un
logotipo de América
estampado en el pecho, y unos vaqueros cortos. Llevaba unos cuantos
días sin afeitarse, y la incipiente barba le daba un aspecto
descuidado. Pablo no recordaba su nombre, pero sabía que era el
Concursante Número Trece. El que llevaba el número de la mala
suerte. Lo había visto en el aparcamiento, antes de entrar al plató,
despidiéndose de sus padres y de su hermana pequeña, una criatura
de cinco o seis años, preciosa, de pelo negro y ojos azules, ante la
que se había arrodillado para susurrarle algo al oído.
-Hola – saludó el
muchacho al darse cuenta de que Pablo lo estaba mirando.
-Hola – al instante,
se sintió ligeramente estúpido -. Soy Pablo Navarro. El co...
-Sí, el escritor, he
visto tu entrevista. Justo después iba yo – el Concursante Número
Trece dio un paso hacia él y le estrechó la mano con fuerza -. Me
llamo Arkaitz. Arkaiz Otsoantezana.
-Con razón no recordaba
tu nombre – contestó Pablo, dejando escapar una carcajada.
Arkaitz se encogió de
hombros.
-Pues más vale que no
todos sean como tú, no quiero ser el primer ganador cuyo nombre se
olvide por dificultades de pronunciación.
-¿Te ves con
posibilidades?
-Creo que sí. Aunque
eso no siempre es bueno.
Pablo le ofreció un
cigarrillo y él lo rechazó con un gesto de la mano. Luego siguieron
mirando el mar, roto por las barcazas guardacostas que rodeaban al
navío. El sonido de la pelota de Hugo García empezaba a ponerle
nervioso.
-¿Por qué estás aquí
solo? - le preguntó Arkaitz -. La mayoría están dentro, buscando
amigos y alianzas para asegurarse la supervivencia.
-No sé. Necesitaba
pensar un poco. Creo que es el último rato en el que voy a poder
fumar tranquilo, en silencio, sin estar pendiente de que me graben
las cámaras o de que haya alguien acercándose detrás de mí. Es el
último instante en que voy a estar solo.
-Cuando mueres, también
estás solo.
-Claro. Pero es que yo
voy a ser otro de los ganadores.
-Y escribirás un libro
que hiele la sangre de esos cobardes que no se atreven a participar –
Arkaitz sonrió -. ¿Te apetece entrar dentro? Podríamos echar un
trago en la cafetería. Pero tampoco quiero romper tu soledad...
-No te preocupes –
Pablo arrojó lo que le quedaba del cigarrillo al mar -. Necesito
refrescarme un poco.
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Programa? ¡Contrata ya un Crucero en el Barco Oficial que traslada a
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2
Verónica Sainz, la
Concursante Femenina Número Trece, estaba sentada en la cafetería,
con un botellín de agua entre sus trémulas manos. Pronto llegarían
a la isla y el juego se habría terminado; no habría más
comodidades, sólo personas compitiendo por sobrevivir durante los
seis interminables meses que les aguardaban. Se preguntó por qué se
había metido en semejante lío y, aunque tenía clara la respuesta,
prefería no pensar en ella para no sentirse estúpida.
Había tomado asiento en
unos sofás junto a otros tres concursantes. Uno de ellos era una
chica que había conocido mientras esperaba su turno de entrevista en
el plató de televisión. Se llamaba Laura Badal y había sido una de
las primeras en hablar delante de las cámaras con Ray Sparowski,
pues el suyo era el Número Dos. Al regresar de su encuentro debió
percibir la inquietud de Verónica, porque clavó sus enormes ojos
verdes en ella y se acercó a hablarle y tranquilizarla. Verónica le
dijo que era una persona bastante tímida, que le daba miedo hablar
delante de sus compañeros de Universidad y que cómo iba a lograr
mantener la calma con todo el país pendiente de sus palabras. Laura
le recomendó que se olvidara de todo el país, incluso que ignorara
la presencia del charlatán de Ray Sparowski, y se centrara en contar
lo que le viniera en gana, aunque poco tuviera que ver con la
pregunta del presentador.
-Lo peor que puede pasar
es que crean que estás un poco chiflada – le había dicho -. Pero,
al fin y al cabo, ya deben de pensarlo de todos nosotros por haber
entrado en este concurso.
Y al final las cosas
habían salido bastante bien y, desde ese momento, Verónica y Laura
no se habían separado. Ahora, en el barco, habían conocido a dos
muchachos. Uno de ellos era el Concursante Número Seis, Salvador del
Pozo, un chico larguirucho y con rostro atontado que lucía unas
rastas que le caían sobre la espalda. Estaba en los huesos y de
tanto en tanto parecía sumirse en sus propios pensamientos mientras
esbozaba una sonrisa sesgada. El otro era el número catorce, Abdel
Salek, un inmigrante marroquí bajito, de piel oscura como las
sombras y tal charlatán que a veces costaba seguirle el ritmo, sobre
todo teniendo en cuenta que algunas palabras no las pronunciaba bien
y que tenía un marcado acento de su tierra.
-El que me preocupa es
Miguel Batanero – estaba diciendo en ese momento, bajo la atenta
mirada de los gigantescos ojos verdes de Laura -. Es el claro
favorito de todas las apuestas y él mismo se considera el único
ganador posible. Además es un maldito toro, ¿habéis visto el
cuello que tiene? ¿Y los brazos? Podría partirle la espalda a un
hombre como si fuese de juguete. Me da la impresión de que querrá
dar espectáculo. Bueno, él mismo ya lo ha dicho en las entrevistas.
No quiere ser recordado como un ganador más, sino que nadie se
olvide de su paso por el concurso.
-Ese tío es un
gilipollas – contestó Laura, y su tono de voz dulce contrastó
mucho con sus palabras -. Lo conozco. Iba a mi colegio, a mi clase.
-¡Pero si tiene tres
años más que tú!
-Es que no tenía muchas
luces, aunque igual era muy listo pero pasaba de estudiar. No es más
que el típico matón que molestaba a los frikis, atraía la mirada
de la mayoría de las chicas y robaba el almuerzo a los más
pequeños...
-Si la habilidad
especial de Batanero es robar almuerzos, no va a tener muchas
posibilidades de utilizarla en este programa – dijo una voz
desconocida.
Verónica levantó la
cabeza, sorprendida, y se percató de que dos chicos habían entrado
en la cafetería. Uno de ellos llevaba una camiseta de manga corta
roja, con un estampado de América en el pecho, y se estaba sirviendo
un refresco en un mostrador cerca de los sofás. Era quien había
hablado. Su acompañante era de su misma estatura, pero mucho más
delgado y con el pelo negro revuelto y despeinado. Se trataba del
joven que había hablado de escribir un libro. Verónica no había
conocido a muchos escritores, pero ese muchacho tenía el aire
despistado que se asociaba a los autores.
-¡Perdón! No nos hemos
presentado – dijo el que había hablado -. Soy Arkaitz
Otsoantezana. Él es Pablo Navarro. ¿Podemos sentarnos?
-¡Por supuesto! -
contestó Laura, y se levantó para presentarse. Abdel y Salvador se
incorporaron después y Verónica, algo cohibida, hizo lo propio
cuando Arkaitz se acercó a ella. El chico le estrechó la mano y le
guiñó un ojo. No fue un guiño pícaro, sino un gesto de confianza
que tampoco supo interpretar, pero que le hizo sentir cómoda. Luego
saludó a Pablo y volvió a sentarse y a jugar con la botella entre
sus manos.
-¿Habéis visto alguna
edición del concurso antes? - preguntó Salvador, arrastrando mucho
las palabras.
-No me gusta ver la
televisión – contestó Verónica.
-¿No? - Pablo se volvió
hacia ella con una ceja enarcada -. ¿Y te has metido en esto sin
saber qué es lo que ocurre?
-Me refiero a que nunca
he seguido una edición completa – contestó Verónica, algo
incómoda. Todas las miradas se habían vuelto hacia ella y sintió
que se ruborizaba -. Claro que he visto algunas de las imágenes en
los noticiarios, cuando los ganadores salen después del aislamiento,
y... y bueno, he visto algún debate, leído artículos. Sé cómo
funciona esto.
-Pero nunca lo has visto
en televisión – sentenció Salvador.
-¿Y qué más da? -
inquirió Laura -. Yo tampoco. Siempre te mostraban las escenas
más... asquerosas.
-Es que el concurso no
es un camino de rosas – dijo Arkaitz -. La gente se muere, es
normal que...
-Una vez encendí la
televisión por la noche – continuó Laura, como si no hubiera
escuchado a Arkaitz -, y vi algo horrible. Era una chica, agazapada
en lo que debía ser el sótano de una casa. Se movía como si fuese
un animal, y tenía el rostro pálido, demacrado, con los huesos de
la cara marcándose muchísimo. Y entonces se abalanzó sobre algo
que resultó ser una rata y, aunque estaba viva, se la acercó a la
boca y... - compuso una mueca de asco.
-Eso
fue en la segunda edición – informó Pablo -. Luego los
organizadores del concurso se tomaron muy en serio que en los lugares
donde tuviera lugar el juego no quedara ni una alimaña que los
participantes pudieran comer. Se supone que es trampa.
Por eso ahora utilizan dispositivos electrónicos que mantienen
alejados a los pájaros y aniquilan toda la vida del lugar para que
no quede ni un mísero insecto del que nos podamos aprovechar.
-¿Esa chica ganó
gracias a la rata? - preguntó Arkaitz.
Hubo un incómodo
silencio.
-No – contestó Pablo
-. El resto la mataron cuando descubrieron que no había compartido a
su presa. Eran las últimas semanas de juego y los concursantes
estaban desesperados y...
-Basta, por favor –
pidió Laura -. Me están entrando arcadas.
-Conocí a un tipo que
pagó una millonada por los restos de esa rata – anunció Abdel,
divertido -. Un coleccionista de trofeos del concurso. Por lo que me
han contado los tiene ahí expuestos en una estantería como si
fuesen una obra de arte...
-He dicho que basta –
suplicó Laura.
Se hizo un silencio
palpable, casi sobrenatural, que incomodó aún más a Verónica.
Daba la sensación de que no sabían hablar de otra cosa. Que
cualquier tema que trataran que no tuviera que ver con el concurso
estaría fuera de lugar. Y, de hecho, fue ella misma quien confirmó
su propia teoría:
-No llegaremos a eso.
Creo que todos podemos convertirnos en ganadores.
Arkaitz la miró,
desconcertado.
-¿De qué estás
hablando?
-Tiene
que haber alguna manera de que no muera nadie
– dijo,a pesar de las expresiones atónitas de sus compañeros. Y
realmente se dio cuenta de que hasta ese momento no había pensado en
la muerte, a pesar de que habían transcurrido dos meses desde que se
presentó al casting. Ni en su propia muerte ni en la de sus
compañeros.
-¿Conoces las reglas,
Verónica? - preguntó Pablo, inclinándose hacia delante.
-Treinta concursantes
encerrados en un entorno aislado – recitó Verónica, como si fuera
un salmo -. El concurso dura seis meses. Hay dos formas de
convertirse en ganador: ser el último participante con vida o
sobrevivir durante esos seis meses. Transcurrido ese tiempo, termina
el aislamiento y todos los que queden con vida reciben el Premio.
-¿Pero...? - la azuzó
Arkaitz.
-En el entorno de juego
no hay comida. No hay nada comestible.
-Excepto esa rata de la
segunda edición – añadió Abdel -, y la carne que llevamos sobre
nuestros huesos.
-Conozco perfectamente
las reglas – insistió Verónica -. Y sé lo que suponen. Lo que
quiero decir es que puede existir una forma de que todos salgamos con
vida. Alguna estrategia. Tal vez...
-El máximo número de
ganadores han sido doce, en el concurso de hace seis años.
-El más aburrido de
todos, por cierto – dijo Salvador -. La audiencia cayó en picado.
-Ya, pero...
-¿Sabes cuanto tiempo
puede sobrevivir el hombre sin comer? - le preguntó Arkaitz.
Claro que lo sabía.
Verónica Sainz estaba en segundo curso de Medicina, aunque tampoco
había que estudiar esa carrera para conocer la respuesta.
-Sesenta días.
-Dos meses – confirmó
Arkaitz -. Y el concurso dura seis. ¿Cómo vas a aguantar sin comer
nada? ¿Cómo van a aguantar treinta personas sin comer nada? Y
sesenta días aquellos que sean fuertes, la inmensa mayoría mucho
menos. Y eso sin tener en cuenta que habrá quien pierda la cabeza o
quien intente convertirse en el último superviviente para terminar
el juego cuanto antes.
-A mí me da un poco de
miedo el Concursante Número Diez, ese tal Félix Llacer. Se negó a
participar en la entrevista y tiene una mirada con la que tendré
pesadillas el resto de mi vida – confesó Abdel -. Si hay algún
psicópata capaz de matarnos a todos para salvarse él, ese es el
Número Diez.
-Si hubiera una manera
de sobrevivir a todo esto, de que todos nos convirtiéramos en
ganadores – Arkaitz lanzó una mirada feroz a Verónica -, ¿crees
que este programa tendría éxito? ¿De verdad piensas que toda esa
gente se sienta delante del televisor para contemplar una lucha
personal por la superación y una convivencia basada en la amistad y
el honor? Nosotros no somos muy diferentes de los gladiadores que
agolpaban a multitudes en los circos romanos. El público quiere
sangre, y si no se la ofrecemos, ya se les ocurrirá algo a los
jefazos del programa para obligarnos a ofrecer espectáculo.
-Se dedican a ofrecer
espectáculo desde el mismo casting – lo apoyó Pablo -. Fijáos
ese grupo de cinco chicas que han entrado juntas, las que son
compañeras de clase y amigas desde la infancia y que sólo Dios
sabrá qué les ha llevado a participar en esta locura...
-Una de ellas lo dijo en
la entrevista – dijo Salvador.
-Bueno, la cuestión es
que han metido a cinco amigas de toda la vida que sólo tienen
diecisiete años y que se piensan que esto es un juego donde nadie va
a hacerles daño, donde cuando las cosas se pongan feas aparecerá
Ray Sparowski con una amplia sonrisa diciendo “¡La Broma ha
terminado!”. ¿Por qué creéis que las han metido?
-¿Por qué? - preguntó
Laura.
-Para que el público
vea cómo la amistad que las ha unido durante años se va rompiendo
poco a poco. Que empiezan a desconfiar, a maquinar a espaldas unas de
otras, a traicionar tantos años de confianza. No habría nada que le
gustase más a la audiencia que ver cómo acaban matándose las unas
a las otras, sustituyendo su eterna amistad prometida por odio y
violencia...
-No parece que a
vosotros dos os guste mucho este programa – dijo Laura -, ni la
gente que lo ve año tras año. Entonces, ¿por qué estáis
participando?
-Porque mola ser
gladiador – contestó Arkaitz -. Y yo he dicho que esa gente no
merece mi respeto, pero no que yo sea mejor que ellos. Además, estoy
aquí por el dinero. Mi familia lo necesita.
Pablo fue a decir algo,
pero entonces una voz bramó a través de los altavoces.
-¡Que todos los
Concursantes se reúnan en el pasillo de la Cubierta B! ¡Repito!
¡Que todos los Concursantes se reúnan en el pasillo de la Cubierta
B!
Aquellas palabras
dejaron a Verónica clavada en el sitio, y fue Abdel quien, al
ponerse en pie, materializó sus miedos:
-Parece que esto ya
empieza, amigos.
¡ES UNA GRAN PUTA MIERDA! jajajajaja no, es una pasada. Una novela muy psicopata en general. Me guzta. Es horrible pero crea curiosidad.
ResponderEliminarParece como si, en los últimos tiempos, quisiera exaltarse una especie de cultura de la zafiedad, de la grosería o del mal gusto, como si en estas notas radicara incluso lo estético. Claro que procura enmascararse bajo explicaciones de naturalidad, pero no por ello deja de resultar una ordinariez, como ha podido comprobarse recientemente en la utilización – y es sólo un ejemplo – de atributos asesinos como reclamo publicitario y promocional de un diario de difusión nacional, campana que podría recibir fuertes y razonadas criticas (quizás, o seguramente, esa sea la intención: adquirir notoriedad pública, aunque fuera con polémica y rechazo).
ResponderEliminarEn otros lejanos tiempos la droga nacional que obnubilaba las mentes de nuestros audaces hidalgos eran las novelas de caballerías. Siguiendo este símil, Antonio Burgos ha escrito en Diario 16 a propósito de la televisión:
Harto de pasar madrugadas en vela entre las páginas de los libros de caballerias, macandé perdido, Don Quijote se echó a los caminos. Una cierta España, harta de las largas horas del televisor infame, se echó a los caminos de los más lamentables y condenables delitos, de las más absurdas locuras de amor, de la venta de los sentimientos y de la compra de los principios.
Buscando la salud de Don Quijote, el cura y el barbero hicieron el famoso escrutinio de los libros de caballerías de su biblioteca. Por la buena salud social, urge que España se convierta en cura y en barbero, para arrojar por la ventana toda la basura infamante de las televisiones de caballerías.
No se trata de ir quemando televisiones cual si de bibliotecas quijotescas se tratara. Debe bastar con depurar la actual configuración de su programación, atreverse a informar sobre el dolor sin baratos sensacionalismos y con la prudencia y cautelas necesarias, y exigir, mediante los oportunos instrumentos de control, el cumplimiento estricto de las obligaciones legales, éticas y deontológicas establecidas o que se establezcan con el tiempo con el fin de evitar la mercadería de un sentimiento tan íntimo, profundo y digno de respeto como el dolor humano.
Soy fan de la rata.
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ResponderEliminaroh que buena pinta tiene, estoy deseando saber quien es el primero en caer y a manos de quien, no se yo si aguantaran mucho sin volverse locos y matar a todos los demas concursantes, espero que no tardes mucho mas en subir la continuacion de esta interesante aunque terrorifica novela.
ResponderEliminarBuen comienzo, la única pega que le veo es que lectores quisquillosos podrian decir que es plagio de los juegos del hambre en cuanto a la temática y de momento en el procedimiento del concurso antes de entrar en juego, pero bueno, hay miles de temáticas que son parecidas, pero algunas cantan mas que otras cuando han tenido mucho éxito, por lo demas me gusta, odio a laura, que niña mas tonta, se piensa que se va a un spa o algo, pide silencio cuando hablan de cosas gore del concurso, es idiota y ñoña, espero que muera pronto
ResponderEliminarQué buen inicio. Tiene muy buena pinta, espero que a lo largo de los capítulos podamos ir conociendo un poco a fondo a cada personaje, para empatizar con ellos u odiarlos. De momento Pablo, que parece más prota en este capítulo, me ha caído bien, aunque no es muy mentalmente normal meterse a un concurso mortal para conseguir inspiración para un libro, pero bueno, hay gente muy rara. Creo que esta novela si que tendría sentido que se llamase los juegos del hambre , y no la de Suzanne Collins. Tienen ciertas semejanzas pero obviamente esto será mejor ( leí le primero d elos juegos y es literatura basura). Me gusta lo de que los concursantes sean todos españoles( bueno, de España, aunque sean de otras razas algunos), me refiero a que no tengan tipicos nombres americanos de gente pro; lo hace más cercano y creíble. A ver si me leo los próximos capis, voy con retraso ^^
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